Último día del año, amigas. Sé que en estas fechas a muchas nos puede el ansia por hacer repaso y organizar todo lo que nos ha ido pasando en estos meses. Y todo guay con los resúmenes de las andanzas personales de cada una, pero con lo que no puedo más es con esas listas de “los mejores libros/pelis/series/podcasts/etc de 2023”. Por si estas listas no me habían creado ya suficiente ansiedad a lo largo del año, en estos días finales llegan en formato ultravitaminado y todas a la vez para seguir contribuyendo al agobio de todo lo que quería haber visto, leído y escuchado, pero no me ha dado tiempo. No me caben más pantallazos en el móvil ni más pestañas abiertas en el ordenador. Así que creo que uno de mis propósitos de 2024 debería ser encontrar una forma de aplacar este FOMO cultural en el que vivo.
En fin. Es lo que toca en estas últimas semanas del año. Yo no soy muy fan de hacer repaso, pero hay algo que ha ocurrido este 2023 (y que ha tenido bastante presencia en esta newsletter) sobre lo que sí me gustaría echar la vista atrás para ver hasta dónde nos ha traído. Hablo de todas las “girl trends” que se han cruzado por nuestras pantallas en estos doce meses. Hace unos días, Daniel Rodgers escribía en Vogue que estas tendencias deberían morir de una vez y las calificaba como “la tiranía de 2023”. Resulta un poco irónico que una publicación que se ha alimentado todo el año de contenidos sobre estas “girl trends” y que ha contribuido a su popularización, ahora las sentencie a la guillotina y clame por su desaparición, sobre todo teniendo en cuenta que el ciclo vital de la mayoría de estas tendencias ya se ha agotado gracias a la dinámica de usar y tirar que caracteriza a las cosas que se ponen de moda en internet y que hace que nos cansemos de ellas cada vez más rápido (porque, todo sea dicho, la saturación es tal que es imposible no hacerlo).
Sí que estoy de acuerdo con algunas cosas que dice ese artículo, como por ejemplo, la crítica a cómo el mercado ha sacado partido de todos estos trends, apropiándose de esa identificación que genera un concepto como el de “girl” y de la estética que llevan asociada. Pero en realidad, ¿de qué estética no saca partido el mercado hoy en día? Y como dice la youtuber Mina Le, muchas de estas “girl aesthetics” ya nacen de la mano del mercado y se van desarrollando a medida que se empieza a hablar de ellas en los medios, ávidos de hacerse eco de la próxima gran tendencia que lo acaparará todo durante un plazo aproximado de dos semanas, hasta que pasemos a la next-big-thing.
Buena parte de estas tendencias no tienen detrás a una comunidad real que las encarne, algunas porque se crean directamente para vender cosas y otras (creo) porque aparecen por simple y pura diversión. Pero sí generan un cierto sentido de comunidad que, como decía Janira Planes en este artículo de Beatriz Serrano, ofrece a la generación Z “cierta sensación de control frente a un mundo en el que no tienen control sobre nada”. Muchas de ellas, además, solo tienen que ver con una forma concreta de vestir o de maquillarse o con encajar en unos estándares determinados (clean girl, that girl). Sin embargo, hay otras más abiertamente absurdas que podrían estar contribuyendo a hacer de la feminidad una abstracción, y eso sí me parece divertido.
Si bien trends como el bimbocore o el coquettecore siguen promoviendo esa hiperfeminidad rosa, llena de lacitos y bordados (todo guay con eso, no quiero que suene como una crítica a estas estéticas a las que internet también ha conseguido darles una vuelta), hay otras tendencias que abrazan la palabra girl, que poco tienen que ver con estos elementos y que están convirtiendo el término “girl” en una especie de cajón de sastre que trasciende el género. Cenar a base de cosas random que echas en un plato (girl dinner), ser creativa con tu concepción del dinero o con hacer números en general (girl math), abrazar el caos de nuestras vidas y huir de la perfección (feral girl) o ser una rara (weird girl) podrían considerarse meras categorías en las que hacernos encajar para así poder vendernos cosas de forma más segmentada. Y no digo que no, pero creo que la cosa va un poco más allá.
Muchos de los elementos que abrazan los trends de esta “girl culture” son cosas que han sido históricamente utilizadas contra las mujeres para tratarnos como si fuéramos idiotas, para hacernos pasar por seres superficiales que solo se preocupan por la apariencia, que son despistadas, que no paran de flirtear y a quienes no se puede tomar en serio. La industria del entretenimiento le ha dado la vuelta a este estereotipo en numerosas ocasiones. Entre los ejemplos más conocidos estarían el personaje de Elle Woods en Una rubia muy legal o, más recientemente, el de Barbie en la película de Greta Gerwig.
El tema está en que, para aprender a querer a estas “chicas tontas”, lo que hemos hecho ha sido, simplemente, hacer que dejen de ser tontas, convertir su feminidad en una especie de piel de cordero que les sirve para que nadie vea venir su inteligencia. Y aquí es donde el debate sobre si el auge del rosa y los lacitos debería preocuparnos o alegrarnos se pone interesante. Por un lado, hay quien lo ve como una clarísima estrategia de desactivación política y como una forma de infantilizarnos a nosotras mismas cuando el mundo alrededor resulta tan desapacible (aunque esta inclinación a mirar a la infancia y a lo blandito como refugio va más allá de lo girly y tiene que ver con que las metas tradicionales de la edad adulta no se están cumpliendo para mucha gente). Por otro lado, hay quien lo entiende como una reacción a la misoginia generalizada que no cesa, como una forma de construir lo que significa ser una chica al margen de la mirada masculina y de reivindicar esta estética como algo propio, para nuestro placer y disfrute.
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Aunque si nos fijamos bien, el abrazo a esta hiperfeminidad va mucho más allá del rosa y los lacitos, tiene también una parte más “oscura” y cínica, que toma como referencias el ocultismo o las imágenes de mujeres con cara de estar hasta el coño de todo. Este año se ha citado mucho un ensayo de Robin Wasserman de 2016 sobre qué significa que nos refiramos a las mujeres como “chicas”. La autora repasa varios casos de estudio sacados de la cultura popular y pone de manifiesto esta diversidad de puntos de vista en torno al término “girl”. De nuevo, aparece la idea de que si no hemos alcanzado las “metas” típicas de la edad adulta para las mujeres (matrimonio, casa, hijos), ¿hasta qué punto tiene sentido dejar de llamarnos “chicas” y empezar a llamarnos “mujeres”? Pero también reflexiona sobre si, en realidad, deberíamos dejar de tomar estos hitos vitales como referentes (o condiciones) para considerarnos mujeres y no chicas. “Son nuestras expectativas sobre la feminidad adulta las que deberían cambiar, no nuestra propia terminología”.
Uno de los aspectos más interesantes de cómo se utiliza ahora el termino “girl” es, como decía más arriba, que está traspasando las fronteras del género. La periodista Jess Cartner-Morley lo resumía así en The Guardian: “en internet, hoy en día, cualquiera puede ser una chica”.
Para la generación Z, “girl” se ha convertido en un término de género neutro, un código de hermandad y apoyo e intimidad y bromas internas, de sororidad para todo el mundo. “La ‘girlboss’ era una idea muy privilegiada y vertical sobre el éxito entre las mujeres millennials”, dice Lucie Greene, fundadora de Light Years, una agencia que predice tendencias. “Pero ahora, toda esta cosa girly va menos sobre ambición y más sobre empatía. Celebra un estado optimista de la vida”. Frente a todo lo que el patriarcado representa, no hay jerarquía en ser una chica.
Para mí, el meme que mejor representa lo que es “ser una chica” es el de “girlhood is a spectrum” (algo así como “ser una chica es un espectro”). A veces eres una princesa y otras un bicho bola que no tiene ganas de salir de su agujero. A veces te sientes Hello Kitty y otras la niña de The Ring. A veces eres la Barbie canónica y otras la Barbie rara. A veces un cervatillo y otras una cucaracha. Ser una chica no es algo estático, porque ninguna identidad lo es. Lo guay es que puedas seguir reconociéndote en ella en cualquier extremo del espectro de tu personalidad.
Creo que muchas de las chicas que crecimos en los 90 y los primeros dosmiles sentimos la necesidad de reprimir nuestra parte más femenina, precisamente para que no nos tomaran por tontas. Hasta los 12 o 13 años yo era feliz escuchando a las Spice Girls y a las TLC, supongo que en buena medida porque promovían un mensaje de feminidad más allá de lo tradicional, pero seguían llevando unos looks increíbles, ensalzando la amistad entre chicas como el máximo valor y siendo “muy girlies”. A partir de los 14 o 15, tiré más hacia el punk y el movimiento Riot Grrrl, supongo que porque todo aquello me parecía un poco de niña pequeña y no lo consideraba lo suficientemente rebelde para “mi nuevo yo”. Y aunque, a medida que fui creciendo, nunca estuve muy cómoda con esa idea de la feminidad rosa, por alguna extraña razón, veo todos esos lacitos en internet y me siento en casa. Para mí, lo girly siempre tuvo que ver con lo expansivo, con una intimidad expuesta sin temor y sin muchos filtros, con la vulnerabilidad y con la sensibilidad como superpoder. Y los lacitos me trasmiten mucho de eso.
Tener tantas referencias a nuestra disposición gracias a internet, el auge del fast fashion o la generalización de los tutoriales de maquillaje ha hecho que diferenciarnos de los demás sea una tarea cada vez más difícil. También que nuestra identidad cultural sea más compleja y, en general, que quizá no sintamos que tenemos que comprometernos con una estética, sino que esta es cambiante como el mundo en el que vivimos. Como Mina Le dice en su vídeo, quizá lo único con lo que debemos tener un poco de cuidado sea con que esta hipercategorización de comportamientos no nos haga vivir pendientes de que todo sea estético de alguna manera, que no convirtamos cada cosa que hacemos en una performance y, sobre todo, que tengamos muy presente lo insostenible que es sumarse a cada uno de estos trends, tanto para el planeta como para nuestra cabecita.
La verdad, creo que en general estas cosas son muy nicho y la gente no las vive de una forma obsesiva, básicamente porque a la mayoría no les llegan a través de su feed de redes sociales, sino a través de los medios que cubren estas tendencias. Sumarse a un trend o pensar sobre él a ver qué es lo que nos dice sobre nuestro mundo son actividades a las que dedicamos una porción minúscula de tiempo, porque el resto de la vida ya requiere mucho tiempo. Pero sobre todo, creo que no hay que olvidarse del componente absurdo en el que se basan buena parte de estos trends y memes, que me hacen recobrar un poco la fe en que internet sigue siendo un lugar divertido. Personalmente, la imagen que mejor me representa este año es la del pepinillo con lacito. ¿Por qué? Pues porque me encantan los pepinillos y me hace gracia que alguien le haya puesto un lacito. Ya está. No hay que darle más vueltas.
Hoy me despido con esta versión que cantaron en 2018 Shirley Manson y Fiona Apple (dos de mis grandes referentes girly) de una de mis canciones favoritas de la vida: You Don't Own Me, de Lesley Gore. Perdón porque el sonido es un poco pocho, pero las vibes de las dos son tan fuertes que vale la pena igual. Por favor, ¿¿cómo se miran estas dos personas?? 💜💜 ¡Feliz 2024 a todas!
Cosas que han captado mi atención últimamente:
El capítulo 6 de la última temporada de The Crown. En general, no me ha gustado mucho esta temporada, pero este capítulo es una maravilla. Asesorada por Tony Blair, la reina se planeta hacer recortes entre sus cargos honoríficos con tareas tan pomposas y ridículas como lavador de manos del soberano, ujier del bastón negro o persevante del dragón rojo. Dentro de lo absurdo que resulta que un país entero tenga que pagar por estas cosas, es un poco fascinante que existan oficios como herbaria de la reina, guía de las arenas, alabardero de la despensa de cristal y porcelana y, mi favorito, guardián de los cisnes.
Este carrusel de The War Kitchen sobre menús preciosos (en contraposición al omnipresente y feísimo QR que se ha generalizado en los restaurantes a raíz de la pandemia).
Este tweet sobre el trabajo doméstico y la Navidad.
La historia de la mujer surcoreana que adoptó a su mejor amiga para que ambas pudieran ser consideradas una familia a ojos de la legislación del país. Puesto que el matrimonio igualitario no existe en Corea del Sur, esta adopción es el reducto legal que han encontrado para desafiar a un sistema que no contempla a aquellas mujeres que no se quieren casar y formar una familia tradicional. Para ahondar en este asunto, os recomiendo mucho el libro Abolir la familia de Sophie Lewis.
Sigo pensando sin parar en Anatomía de una caída.
Esta versión de You’re Still The One de boygenius <3