Hace apenas dos semanas que inauguramos 2022 y, con el final del año, llegan los resúmenes personales que todas nos montamos en nuestras redes sociales para contarle al mundo los highlights de los 365 días que dejamos atrás. La gran nevada en Madrid, un viaje, un vermú con las amigas, las criaturas, el trabajo (si sientes que te representa de alguna manera), las vacaciones, una boda, tus gatos (o tus perros), los bailecitos de TikTok, tu cumpleaños, un día en el campo, una manifestación, un día en el que te veías especialmente guapa, los tests de antígenos… Nuestro cotidiano mezclándose con lo que los medios llamarían “los grandes hitos del año” y que, en 2021, han venido resumidos en formato reel de 60 segundos (o menos, según la aceleración que llevemos encima). Y por mucho que pensemos que a nadie le importa el resumen de nuestro año, es difícil no caer en la tentación de sumarse a la ola, sobre todo si resulta que es Navidad y de repente estás en el pueblo y tienes un poco más de tiempo que matar entre cena y cena familiar.
Rebuscando entre mis fotos y videos de enero a diciembre de 2021, me di cuenta de que, aunque tenía un montón de imágenes que más o menos podrían resumir mi año, realmente todas esas imágenes no decían mucho de mí. Bueno sí, pero igual no decían lo que yo quería contar en un día como el 31 de diciembre, que se vuelve tan absurdamente trascendental gracias a estas vomitonas de recuerdos, sentimientos y propósitos que a tantas nos da por hacer en esta fecha. Así que entré en la carpeta de capturas de pantalla y lo vi claro: todo eso que había guardado dándole al botoncito derecho del móvil era lo que realmente resumía mi 2021. Los libros que me quise leer, los podcasts que quise escuchar, los videos que quise ver, las cosas que me quise comprar, lo que pensé en cocinar, los memes que me hicieron gracia, algún mensaje que no quería que se perdiera en un chat de whatsapp o incluso una conversación entera. TODO estaba ahí.
Las fotos que hacemos o que nos hacemos a nosotras mismas no dejan de tener un punto “expositivo”: las hacemos para enseñarlas, para publicarlas en nuestro feed, para mandárselas a alguien. Los pantallazos, en cambio, son casi siempre para nosotras, un fragmento de intimidad equiparable al de un diario (y hablo únicamente de los que guardamos como recordatorio personal, porque ya sabemos que los pantallazos tienen también un uso más perverso como herramientas para poner en evidencia a quienes quieren librarse del escarnio público borrando de sus redes aquello de lo que se arrepienten; ya lo decía el meme con toda su frialdad: screenshots are forever).
Haciendo repaso he visto, por ejemplo, que en cierto momento del año me obsesioné con las mantas, las sábanas y la ropa de cama en general hasta el punto de hacerle un pantallazo a una colcha en tonos cúrcuma-azul medianoche-rosa que, supongo, pensaba comprarme algún día. También me pareció muy importante mirar si alguien vendía una corona de estrellas como la que llevaba Hedy Lamarr en Ziegfeld Girl (la respuesta es SÍ, aquí, y no, al final no me la compré). Quise leer este artículo sobre la nada y este otro sobre la necesidad de pensar en nuevas formas de enterramiento, pero la verdad es que no leí ninguno de los dos. Me guardé varios hilos de Twitter que no tenía tiempo de leer enteros cuando me aparecieron en el feed. Y este verano, cuando estuve en Bélgica, le hice pantallazos a las páginas de Wikipedia de Anna Bijns y Santa Úrsula con el objetivo de seguir leyendo sobre ellas cuando volviera a Madrid, pero luego nunca encontré el momento.
Quise ver una entrevista a un ama de casa de los años 50 con depresión, pero cuando intenté buscar el video (meses después), había desaparecido de Youtube. En su lugar encontré este otro de la misma época, en el que también entrevistaban a un ama de casa que, en este caso, acababa de tomar LSD. Se supone que el objetivo de esta grabación era documentar los efectos que le producía la droga y en él hay frases tan fantásticas como “puedo sentir el aire y ver todas sus moléculas” o “ojalá pudiera hablar en Technicolor”.
“Ojalá pudiera hablar en Technicolor”. Ojalá pudiéramos todas, ¿verdad? A veces el lenguaje se queda tan corto que no vale para nada. Las capturas de pantalla podrían ser esa suerte de lenguaje propio, personal (y transferible), ya que la imagen capturada es comprensible para todo el mundo, pero la razón que hay detrás de esa captura nos pertenece solo a nosotras. Como en esta captura de la entrevista al ama de casa que flipaba con el LSD y que deseaba que el lenguaje se expandiera para describir con precisión lo que sentía en ese momento, los pantallazos del móvil también pueden ser deseos congelados. Ni siquiera tenemos que tener la intención de cumplirlos de verdad, vale con que estén ahí, en la carpeta de capturas de pantalla, para recordarnos que un día, en algún momento, quisimos preservar esa cosa que pasó fugazmente ante nuestros ojos en la inmensidad de internet.
En un artículo del New York Times de julio de 2021, la autora Clio Chang hablaba de cómo los pantallazos cuentan la verdadera historia de quiénes somos.
Gran parte de nuestro mundo digital parece efímero por naturaleza, pasa junto a nosotros a gran velocidad, pero las capturas de pantalla son como pequeños fósiles conservados en ámbar que nos permiten reducir la velocidad y capturar partes de nuestras vidas online. Y si los recuerdos son lo que nos hace humanos, nuestras capturas de pantalla cuentan una historia sobre quiénes somos en la era digital.
Ella se describe a sí misma como una “coleccionista digital” de estos fragmentos de vida en forma de imágenes, un impulso que comparto con ella y que siento que me ayuda a lidiar con la aceleración en la que vivimos inmersas. Puede sonar muy absurdo e incluso naif, pero el gesto mismo de congelar una imagen cuando le das al botón para hacer un pantallazo ya tiene algo de placentero: el scroll se detiene ante ti por un instante, el mundo se para con un simple clic. Esta pausa es tan efímera que casi ni la notas y, si eres una hacedora compulsiva de pantallazos como yo, la paz momentánea que sientes al parar la realidad que pasa frente a tus ojos, se esfumará rápidamente en cuanto entres a la carpeta del móvil que atesora todas tus capturas.
¿Qué dicen de mí mis pantallazos? Pues que a menudo quiero abarcar más de lo que puedo hacer, que hay memes que han resumido mejor mis sentimientos en un momento concreto que cualquier texto que haya querido escribir, que lo que empieza como una curiosidad puede transformarse en una obsesión en cuestión de horas para luego caer en el más absoluto de los olvidos (lo efímero de nuestros días colándose por todas nuestras grietas), que acumulo deseos en una carpeta de mi móvil de los que a menudo me olvido casi inmediatamente después de haber pulsado el botón de “capturar pantalla”. Que encuentro paz en cosas tan absurdas como este gatito que no tiene fuerzas para hacer la revolución.
El tumblr Screenshots of despair lleva años documentando, a través de capturas, cómo ciertas notificaciones automáticas y pop-ups generan, de forma accidental, mensajes de desesperanza total que las máquinas parecen enviarnos a los humanos desde “el otro lado”. Son esos mensajes que te indican que algo ha ido mal, que tu foto le ha gustado a cero personas o que no vas a ninguna parte, mensajes que por un instante te dan la sensación de que tu ordenador o tu móvil han sido capaces de acceder a lo más profundo de tu ser y ahora te devuelven el reflejo en forma de anodina notificación.
Estos pantallazos no solo documentan hasta qué punto los lenguajes del mundo físico y virtual se funden en uno solo de forma orgánica, también congelan nuestra angustia colectiva y la convierten en algo compartible de lo que reírnos juntas. Si los pantallazos que guardamos en nuestro móvil para usarlos como archivo, como diario o como refugio al que volver en momentos de bajona son un poco nuestro “otro álbum de fotos”, los pantallazos que compartimos con estos mensajes que las máquinas nos devuelven desde más allá de la pantalla son el recordatorio de que siempre necesitamos pensar que hay alguien al otro lado. Aunque sea para mandarnos un mensaje tan descorazonador como “algo ha fallado”.
Y para terminar…
Cosas que han captado mi atención últimamente:
La serie Yellowjackets, una especie de El señor de las moscas en versión chavalas adolescentes que juegan al fútbol, con Juliette Lewis y Christina Ricci como dos de las protas. Las amo. Solo por ellas ya merece la pena verla. Va de supervivencia, de resolver misterios y hay mucha MUCHA sangre, pero sobre todo, va de las complejidades de la amistad femenina. Me ha gustado cómo habla de la serie este artículo, que dice: “el corazón de la típica chica adolescente contiene multitudes y ‘supervivencia’ es siempre el nombre del juego, ya sea en la naturaleza salvaje, en los pasillos del instituto o en el campo de fútbol”. Y también este otro sobre las amistades simbióticas y venenosas.
La entrevista de Juana Dolores a Bad Gyal. Pocas cosas hay más guays que una fan entrevistando a su ídola y, la verdad, creo que esta es una de las mejores entrevistas que le han hecho jamás a Bad Gyal. Yo soy fan de las dos, así que os la recomiendo mucho. Y de paso, me ha servido para refrescar mi catalán.
El libro No puedo más, de la periodista y escritora Anne Hellen Petersen, que te cuenta por qué los millennials vivimos total y absolutamente a-go-ta-dos. Habla del burnout, profundizando en las razones que hay detrás de ese queme colectivo que nos consume cada día un poco más. Me quedo sobre todo con esta frase: “El desgaste no es un problema personal. Es un problema social”, así que la solución tiene que ser colectiva. No queda otra. Por cierto, Petersen también tiene una newsletter en Substack: se llama Culture Study y está muy guay.
Este momento increíble de Stromae en la tele francesa. Contexto: el artista estaba presentando su nuevo trabajo en el telediario del canal TF1. En un momento de la entrevista, la presentadora le preguntó por el sentimiento de malestar y soledad que aparece en muchas de sus canciones y si la música le ayudaba a lidiar con ello. Stromae le respondió arrancándose a cantar el tema L’enfer (El Infierno), que habla sobre el suicidio. Como amante de los musicales, digo SÍ a esta estrategia de marketing y a que se respondan más preguntas en forma de canción. 🎵 J’suis pas tout seul à être tout seul 🎵 (= no estoy solo en esto de sentirme solo).
Este video sobre la importancia de las luces RGB en Euphoria (que por fin ha estrenado su segunda temporada), donde se analiza cómo se usa este recurso en la serie y también se habla del realismo emocional, una de sus señas de identidad. “Tal vez así no se vea la adolescencia, pero así se siente” quizá sea una de las mejores frases para definir el empeño de sus creadores por hacer de Euphoria una serie deliberadamente irreal.
Este artículo acerca de lo poco que se sabe, EN PLENO SIGLO XXI, sobre la regla. Sí amigas, un fuckin drama. En España, parece que solo dos científicas se han preocupado por investigar nuestra sangre menstrual, así que, que se sepan sus nombres: Enriqueta Barranco y Carme Valls Llobet.
Este otro artículo titulado La virgen María: tu feminista de confianza, que reflexiona sobre cómo, al arrebatarle la vulnerabilidad a María y convertirla en una santa, la única relación posible que les quedó a las mujeres con la Virgen fue desde la frustración y la culpa por no poder llegar a su nivel de santidad. Mira tú.
Y gracias a la serie Dopesick, recordé que existía esta canción de Mazzy Star, que es preciosísima.
¡Hasta la próxima entrega!