No importa que no te gusten las Kardashian. No importa cómo te caigan, la pereza que te den o lo mal que te parezca todo lo que representan. No hay escapatoria. Del mismo modo que si sales de casa sin paraguas un día de lluvia te vas a mojar, si estás en internet vas a tener que convivir con las Kardashian. Creo que nunca he visto un capítulo completo de su reality, tampoco las sigo en Instagram ni busco deliberadamente información sobre sus vidas y, sin embargo, sé muchas cosas sobre ellas. Demasiadas, teniendo en cuenta que “no les presto atención”. Protagonizan algunos de los mejores memes de la historia de internet, las tengo entre mis stickers de Whatsapp y sus excentricidades son publicadas, compartidas y comentadas sin parar. Y me parece bien. El fenómeno Kardashian es fascinante como lo que es: un fenómeno. ¿Quién, aparte de Kim Kardashian, ha logrado que su identidad trascienda de tal manera que puede presentarse en la gala MET sin mostrar un ápice de su piel y que todo el mundo sepa quién es?
Esta semana, un pequeño –dimiiiinuto– grano de arena en el universo Kardashian me ha llamado la atención. Kim hizo un vídeo para Vogue en el que enseñaba algunos de los objetos “más maravillosos” de su casa. El vídeo –que ya acumula millones de visualizaciones en Youtube– es otra excusa más para que Kim nos muestre lo forradísima que está, lo que le gusta el minimalismo y el color crema y, sobre todo (especialmente después del Kanye-drama), lo buena madre que es, una madre vestida de blanco puro, que concilia con total equilibrio el cuidado de sus criaturas con ser “una mujer trabajadora”, como nos recuerda casi al final del vídeo. En definitiva, propaganda. El caso es que, en un momento del vídeo, Kim nos desvela una de sus pasiones secretas: el scrapbooking, o lo que es lo mismo, hacer álbumes de recortes.
En estos álbumes, que están dedicados a sus hijos, además de las cosas, digamos, “normales” que podríamos encontrar en ellos –como los detalles del hospital en el que nacieron, las fotos de la gente que fue a visitarles o los dibujos que han ido haciendo–, hay cosas que solo una persona famosa podría tener archivadas, como los reportajes que las revistas hicieron sobre su familia o lo que Kim comió durante todo el embarazo (¿qué clase de persona tiene el tiempo y el espacio mental para apuntar este tipo de detalles?). Por último, hay otras cosas que solo una persona como Kim Kardashian guardaría en un álbum de recuerdos infantil: las capturas de los posts de redes sociales en los que anunció el nacimiento de cada uno de ellos, con filtros de ratoncito incluidos. “Hoy en día tendría que anunciarlo en TikTok”, dice Kim, no sabemos si planeando ya otro bebé al que poder presentar ante el mundo usando algunos de los graciosísimos efectos de la plataforma.
Estos álbumes no solo son un detallado recorrido por los primeros años de vida de los hijos de Kim Kardashian, sino por la mismísima historia de las redes sociales. Nacidos entre 2013 y 2019 –los dos últimos de vientres de alquiler, no lo olvidemos, que esta mujer no solo es problemática por sus excentricidades de multimillonaria, sino por este tipo de cosas–, las vidas de North, Saint, Chicago y Psalm están inseparablemente ligadas a hitos como la popularización del selfie o de los emojis, la creación de los filtros de Snapchat o el casual posting (el nacimiento de Psalm West fue anunciado a través del pantallazo de una conversación entre Kim Kardashian y Kanye West). Y ella lo tiene todo documentado y archivado en sus álbumes de recuerdos, que las criaturas podrán consultar cuando sean mayores sin necesidad de hacer scroll por las redes de su madre, que –quién sabe– igual para entonces haya decidido borrar todas sus publicaciones, como tantas otras celebrities hacen cada dos por tres.
Desde que se publicó este video de Vogue, la cuenta Kardashian Kolloquium, una de las fuentes de análisis y debate sobre el fenómeno Kardashian más brillantes que hay en internet, se ha obsesionado por completo con algunos de los detalles que aparecen en él. Sin duda, tener impresos (y archivados) en papel posts de tus propias redes sociales es algo bastante peculiar, pero Kardashian Kolloquium se pregunta qué es exactamente un álbum de recuerdos para Kim Kardashian si toda su vida está recortada y archivada en el álbum de recuerdos que son los medios de comunicación. Y va aún más allá, calificando a las Kardashian como “las maestras del archivo más modernas y más mainstream” que existen, estableciendo conexiones con el Mal de archivo de Jacques Derrida. En este libro –que lleva por subtítulo Una impresión freudiana–, el filósofo francés ahonda en el concepto de archivo, en su problemática y en las consecuencias de las nuevas técnicas de archivación derivadas de la tecnología, y traza paralelismos entre los archivos físicos que resguardan la memoria colectiva (o al menos una parte de ella) y el psicoanálisis, una práctica que, como el archivo de la historia, también trata sobre el almacenamiento de los recuerdos, en este caso, de los de la mente humana. Derrida nos explica que archivar no solo es recordar, sino que, sobre todo, es elegir y al elegir qué es digno de ser archivado, estamos interpretando la realidad, creando una narrativa.
Todo archivo es a la vez instituyente y conservador. Revolucionario y tradicional. (…) La archivación produce, tanto como registra, el acontecimiento.
Cuando tu vida está completamente expuesta online y has hecho de ello tu trabajo, supongo que contar con una versión íntima y privada de ti misma es imprescindible para sentir que tienes una identidad más allá de las pantallas. Kim Kardashian ya dispone de un archivo público de su vida, accesible para todo el que lo quiera consultar, pero si, como decía Derrida el deseo de archivar se deriva de la idea de finitud, de la posibilidad de olvidar, ¿no estará Kim Kardashian archivando todos estos recuerdos públicos en álbumes privados para no olvidarse de que ella misma existe también fuera de las redes sociales? Y como “no hay archivo sin afuera”, Kim nos enseña estos archivos y, de paso, nos muestra cómo edita su propia vida, qué conserva y qué no.
Imagino que el vídeo de Vogue tenía una cierta intención de transmitir cercanía al enseñarnos algo tan personal como estos álbumes, pero todo en él contribuye a transmitir justo lo contrario: la frialdad de ese hogar monocromático y brutalista, la nada casual combinación del color de su ropa con el resto de objetos de la casa o la voz calmada de Kim que, de forma sospechosamente calculada, parece hablarnos de lo “equilibrada” que es esta persona en un momento en el que pinta que se avecina un turbulento divorcio.
Mal de archivo se publicó a mediados de los 90, cuando las redes sociales aún no existían y apenas estábamos aprendiendo a usar internet. Aún así, Derrida ya detectaba en el correo electrónico algunas de las características que tecnologías posteriores elevarían a la máxima potencia:
(…) el correo electrónico está hoy día, más aún que el fax, a punto de transformar todo el espacio público y privado de la humanidad y, en primer lugar, el límite de lo privado, lo secreto (privado o público) y lo público o lo fenomenal. No es solo una técnica en el sentido corriente y limitado del término: a un ritmo inédito, de forma casi instantánea, esta posibilidad instrumental de producción, de impresión, de conservación y de destrucción del archivo no puede no acompañarse de transformaciones jurídicas y, por tanto, políticas.
¿Qué pensaría hoy al ver la cantidad de información que nos arrasa y nos pasa por encima sin que seamos capaces, ya no de archivarla, sino de digerirla siquiera? ¿Sigue teniendo sentido el archivo? Como dice el arqueólogo mediático Rick Prelinger en este programa, ¿no es suficiente con crear la información, utilizarla una vez y olvidarnos de ella después?
Pues a ver, esto que nos propone Prelinger sería desde luego mucho más conveniente para los archivistas, pero también supondría ir un poco en contra de la pulsión humana de atesorar recuerdos como remedio contra el olvido. También en contra de la propia lógica de las redes sociales y de estar en el mundo hoy, donde si no hay una imagen de algo, es que ese algo no existe. Vivir rodeados de imágenes y de información que no deja de multiplicarse segundo a segundo nos afecta, modifica nuestra forma de mostrarnos ante el mundo, de relacionarnos con los archivos y altera también nuestros propios comportamientos. Esa idea de que archivar algo implica automáticamente dejar algo fuera, alcanza hoy proporciones inimaginables. La existencia online es un hipervínculo constante, un pozo de ansiedad y de FOMO, un dilema permanente entre querer estar siempre presentes y querer desaparecer por completo. ¿Cómo se sobrevive a esto?
El término “extremadamente online” se utiliza más o menos desde 2014 para describir a esas personas que pasan gran parte de su tiempo pegados a una pantalla y a toda la cultura que se genera alrededor de esta obsesión por estar al día de lo que ocurre en internet (o más bien, en ciertos lugares de internet). Hay muchas caricaturas de lo que significa ser alguien “extremadamente online” –pasas mucho tiempo en Twitter, posees un avanzadísimo conocimiento de los memes del momento, un lenguaje propio cargado de ironía–, y también algunas miradas interesantes, como la de este artículo de Real Life, que propone que lo online no es “un lugar” en el que suceden las cosas, sino “una forma” de hacer las cosas, de estar en el mundo:
Estar online puede ser simplemente una cuestión de tener un teléfono, lo miremos o no. Estar “extremadamente online” designaría el momento en el que los hábitos comunes al hecho de comunicarse con las pantallas se filtran en nuestra conciencia, en nuestra identidad y en nuestros comportamientos, independientemente de si la pantalla está presente. Lo online, aquí, no es un retiro o un aislamiento de lo cotidiano y de lo real, sino que es la norma que nos centra en el mundo y en nuestras propias cabezas.
Pasarse el día pegada al teléfono y a las pantallas en general, siempre se ha visto como algo negativo y, a menudo, se acusa a las personas que tienen este molesto hábito de estar “desconectadas” del mundo real. Pero a estas alturas ya sabemos que el mundo real también es internet, así que quienes pasan la mayor parte de su tiempo en internet están tan vivos y tan inmersos en la realidad como cualquier otra persona. Seguir manteniendo esa ficción de que lo online y lo offline son dos mundos separados, nos lleva a vivir en otra ficción: que podemos desconectarnos de lo online cuando queramos.
Al hilo de esa idea de que lo online no es un lugar, sino una forma de estar en el mundo, en 2018 el escritor especializado en internet Jay Hathaway hablaba de cómo estar “extremadamente online” iba más allá de pasar mucho tiempo retuiteando memes, era una salida rápida para lidiar con los múltiples malestares que nos provoca el mundo hoy en día:
Cada tragedia es solo una cosa mala más en un mundo en el que solo pasan cosas malas. Cuando hay demasiadas cosas por las que preocuparse, ¿cómo podemos preocuparnos por alguna? Nuestros receptores del dolor dejan de funcionar para proteger al organismo. Nuestra condición por defecto pasa a ser sarcástica y derrotista: las cosas malas se convierten en increíblemente buenas en realidad.
Lo hemos visto estos días cuando, tras estallar la guerra entre Rusia y Ucrania, los memes de “no quiero vivir más acontecimientos históricos” empezaron a aparecer por todas partes. Sí, es fácil tachar estos memes de superficiales e incluso insensibles a la tragedia que se está viviendo en Ucrania, sin embargo, mucha gente los ha compartido porque se siente identificada con ellos. ¿Significa eso que no les importe lo que le pasa a la gente en Ucrania? No, simplemente significa que comparten la sensación de hartazgo, impotencia y desbordamiento que a todas nos provocan las noticias a diario. No podemos controlar casi nada de lo que sucede ahí fuera, así que ¿qué nos queda aparte de buscar consuelo en la sensación colectiva de pérdida de control?
Puede parecer absurdo intentar lidiar con la saturación informativa y el sinsentido del mundo en el que vivimos creando memes que, encima, son variaciones de la misma idea y que, por tanto, contribuyen aún más a esa saturación. Seguramente lo sea. Kim Kardashian capturando su vida online en álbumes analógicos de recortes o los memes que utilizamos para expresar cómo nos hace sentir lo que está pasando en el mundo –aún cuando lo que pase sea tan serio como una guerra y nuestro meme sea un comentario irónico sobre cómo eso nos hace sentir–, son dos caras de la misma moneda: seguimos empeñados en capturar lo incapturable. En nuestro presente, ante la cantidad de información con la que convivimos, el “mal de archivo” es más bien una “muerte” o un “delirio”, porque es imposible archivar el desbordamiento.
El otro día, leyendo el libro Una vida que no es mía de Olivia Sudjic (autora de la que ya hablé, por cierto, en el post sobre autoexponerse en redes sociales) me encontré con esta frase: “se hacía una foto y luego otra foto de ella sosteniendo la foto anterior, y así una y otra vez, mientras la fotografía se volvía más y más pequeña. (…) Cuando ocurre dentro de un texto, llega un punto en el que todo se vuelve inestable y se transforma en un círculo que te lleva de vuelta a donde empezaste”. En cambio, con las imágenes no ocurre eso, no se transforman en un círculo, sino en una hilera infinita, en un abismo. Creo que esta frase de la novela de Sudjic es la que mejor resume lo que siento cada mañana al abrir las redes sociales: la sensación de contemplar un abismo. ¿No es un poco la misma que tenemos todas?
Cosas que han captado mi atención últimamente:
Siguiendo con el universo Kardashian y como estos días he leído bastante sobre ellas, este episodio del podcast Today, Explained (en inglés) dedicado al final de Keeping Up With The Kardashians tras 14 años y 20 temporadas emitiéndose, es un gran resumen sobre el fenómeno surgido a su alrededor. Habla sobre la enorme influencia que esta familia ha tenido en otros realities, en las redes sociales, en los cánones de belleza, en los mercados (recordemos cuando Kylie Jenner tuiteó en 2018 sobre lo poco que usaba Snapchat, haciendo que las acciones de la compañía cayeran y contribuyendo a darle el golpe de gracia a una app que no pasaba por su mejor momento) y, en general, en toda la cultura popular. También mencionan el hecho de que las Kardashian se encuentren entre las mayores impulsoras de la terrorífica idea de “tú eres tu propia marca” y de otra aún más terrorífica: da igual el dinero que hayas conseguido, nunca dejes de trabajar. Ya lo decía Kim en una entrevista en 2019: “If you asked me to pick fame or fortune, I would not pick fame”.
El video que el youtuber especializado en moda Gerard Cortez le ha dedicado a Thierry Mugler, que murió el pasado 23 de enero. No tengo ni idea de moda, pero me encanta escuchar a la gente que sabe sobre el tema y que me expliquen cosas, sobre todo el impacto que las creaciones de un diseñador han tenido más allá de las pasarelas. Aquí, Gerard Cortez nos cuenta por qué Mugler es importante para la moda, pero también para la música y para la cultura pop en general.
Este otro vídeo sobre la historia y el legado de ¿Dónde está Wally?, que cuenta un montón de curiosidades sobre su creador, Martin Handford, y sobre las escenas de horror vacui que llenaban las páginas de estos libros, comparándolas incluso con las pinturas de El Bosco o de Pieter Brueghel el Viejo, entre ellas con Juegos de niños, que Wikipedia describe como “una enciclopedia ilustrada de juegos infantiles” (aparecen representados más de 80) y que es uno de los cuadros que más me gustan del mundo.
Me estoy leyendo el libro (h)amor 7, que pertenece a la serie (h)amor de la editorial Continta me tienes y me está encantando. Son diez ensayos escritos por diferentes autores y autoras, que tratan sobre las rupturas y sobre lo rotas que nos quedamos después de ellas. Los ensayos los firman: Mafe Moscoso, Andrea Momoitio, María Bastarós, Andrea Gumes, Laura Casielles, Laura Latorre, Fefa Vila, Meg John Baker, Juanpe Sánchez y Lidia García (Queer Cañí).
Y me despido recomendándoos cuatro newsletters en español escritas por mujeres, que sigo y que me encantan: Love & Rockets, de Alexandra Lores, sobre “melodrama, cultura pop y amor”; Campo Visual, de Adriana Herreros, sobre “paseos, personas que pasean” y las cosas que ella se encuentra al pasear; Truffle Season, de Janira Planes, sobre “tecnología, memes y cultura de internet”; y Massolit 101, de Beatriz Serrano, sobre libros y “evasión para tiempos inciertos”.