Las dos de la mañana. Otra vez. Llevo tanto rato haciendo scroll en TikTok o en los reels de Instagram que intento no pensarlo para no tener que lidiar con la culpa que esto me genera. Mañana tengo que madrugar, así que dormiré seis horas, quizá cinco si no soy capaz de parar esta compulsión absurda de mirar y mirar estos videitos tan finamente creados para succionar mi atención como un agujero negro y escupirla veinte segundos después sin que me haya aburrido ni un instante. ¿Por qué hago esto? Me pregunto cuando están a punto de dar las tres y la vergüenza por no haber sido capaz de parar a tiempo me abruma, siendo consciente de que no voy a dormir nada, de que mañana voy a estar destruida y de que, encima, me siento más vacía que cuando me metí en la cama hace dos horas.
En este afán contemporáneo por ponerle un nombre pomposo a todos nuestros comportamientos, este que os he descrito, obviamente, tiene uno desde hace tiempo: revenge bedtime procrastination, que en español se ha traducido como “procrastinación a la hora de dormir” o, más bonito (y mi fav), “desvelo por venganza”. La BBC publicó un artículo en 2020 en el que describía este fenómeno, que al parecer se hizo popular en China, citando la definición que la periodista Daphne K Lee daba en Twitter: “gente que no tiene mucho control sobre su vida durante el día se niega a irse a dormir pronto para así recuperar una cierta sensación de libertad durante la noche”. En esencia, el tiempo libre debería provocarte eso, una sensación de libertad, sin embargo, este tipo de comportamientos nos hacen sentir más bien como si lo que intentáramos recuperar fuera el control sobre nuestro tiempo, aunque luego ese tiempo no lo usemos para nada “de provecho” o que nos aporte algo.
Esta idea de robarte tiempo a ti misma me revuelve las tripas. Si tienes que rascarle horas libres al día hasta el punto de robárselas a tu descanso, es porque la mayor parte de tu tiempo no te pertenece a ti. Eeeeefectivamente: le pertenece a tu empresa, a tus múltiples empleadores si eres autónoma, a tu trabajo al fin y al cabo, que te gustará más o menos, pero jamás de los jamases el tiempo que le dedicas podrá considerarse “tiempo libre” (por favor, espero que nadie se haya creído esa máxima del coaching baratujo adjudicada a Confucio de que si “eliges un trabajo que te guste, no trabajarás ni un día de tu vida”). Como trabajamos más de lo humanamente sano, entre el final de la jornada laboral y la hora de irnos a dormir no tenemos tiempo suficiente de desconectar —esa palabra—, así que, como robarle horas al curro es complicado, se las robamos a nuestro descanso. Como bien decía Noelia Ramírez en un artículo de S Moda sobre esto de trasnochar por venganza, “dormir se presenta como un impedimento para sentir la vida vivida”.
Lo peor es que, a veces, caer en esa madriguera del scroll infinito es la única manera que encuentro de desconectar mi cerebro, de paliar la angustia o la ansiedad. Para mí es casi una forma de meditación, porque me permite dejar la mente en blanco, algo que no consigo en ningún otro momento ni con ninguna otra actividad. Si veo una película, leo un libro, voy al teatro, escucho un podcast o simplemente paseo por la calle siempre estoy pensando en otra cosa, no siempre en algo angustioso, pero un poco sí (tengo una cierta tendencia a acabar creando escenarios improbables y catastróficos en mi cabeza). Y todo esto aunque sé que la relajante sensación de encefalograma plano que me genera hacer scroll está, en realidad, activando mi cerebro al proporcionarle gratificación inmediata en forma de vídeos e instigándole a que continúe haciéndolo, porque el siguiente vídeo siempre puede ser más divertido, más ingenioso, mejor.
La verdad es que hacer scroll tiene algo de anestésico. Un movimiento constante de tus dedos deslizándose por la pantalla, tus ojos fijos en un punto, parpadeando lo justo para no perderte nada, tu mente en un estado de aflojamiento, como flotando en un tanque de agua.
Haley Nahman, que hace poco confesaba en su newsletter que se había borrado TikTok del móvil en un intento por recuperar algo de la atención que la app le robaba constantemente, escribía sobre lo que ella cree que la hace tan adictiva: ofrece “golpes rápidos de realidad, libres de la carga de tener que hacer cualquier seguimiento”. Distracción pura y dura, entretenimiento sin fin, historias contadas en breves pildoritas de video que comienzan y terminan ahí, sin exigir más de nosotras. En este texto, Nahman se cuestiona además la supuesta autenticidad que es insignia de la plataforma. Si se supone que TikTok es tan auténtico, ¿por qué nada de lo que vemos ahí se parece a la realidad?
Una vez que lo banal se vuelve entretenido, deja de ser banal. Como espectadores, somos conscientes de esta decepción hasta cierto punto, pero el estilo narrativo es tan embriagador como nuestros propios sueños. Sugiere que quizá cocinar (o correr o limpiar o tejer) es realmente así de fácil. Ese es el problema de la documentación. Siempre que intentamos capturar y empaquetar la realidad, inadvertidamente la cambiamos.
Eso es lo que lo hace tan adictivo, la sensación de estar mirando por una ventana a un mundo con apariencia de realidad, que sabemos que no lo es, pero que es una versión tan digerible, estética y, sobre todo, fácil de dejar atrás con un simple movimiento de dedo, que es imposible apartar la mirada.
En su proyecto Infinite Scroller, Jordi Viader Guerrero concluye que esta actividad ya es casi una segunda naturaleza para la mayoría, un ritual que repetimos miles de veces al día para acceder a casi todos los rincones del universo digital. Infinite Scroller es un video ensayo fragmentado alojado en TikTok que reflexiona sobre la omnipresencia del scrolling en nuestras vidas y su carácter como infraestructura visual y como acción en sí misma. Sin negar que las redes sociales son máquinas extractivas, este ensayo nos propone pensar las experiencias de scrolling como actos que exceden estos sistemas de extracción. Nuestra identidad individual sigue siendo la base sobre la que ejecutar esas prácticas de explotación, sin embargo, este scroll también crea el contexto para toda una serie de prácticas que van más allá de la identidad individual, como son los memes, las relaciones parasociales o los bailes virales —entre otras muchas cosas—, es decir, crea el contexto para producir significados y entrelazar lo íntimo con lo colectivo. El scroll, además, desafía la lógica habitual del espectador que solo mira o escucha, invitándonos a “tocar” las imágenes, no convirtiendo nuestros dedos en ojos, sino “permitiendo por fin al ojo tocar, actuar y bailar”.
TikTok desveló el scroll no solo como una metáfora visual con la que organizar los medios, sino como una disposición corporal para navegar internet en tanto espacio de placer, ocio, experimentación, proliferación y exceso. TikTok evidenció la musicalidad inherente a deslizar rítmicamente un dedo, también enseñó al ojo a bailar y reconcibió internet como una experiencia inherentemente musical.
La propia Daphne K Lee (la periodista cuyo tweet se saca siempre a relucir cuando se habla de revenge bedtime procrastination), citaba bajo esa definición otro artículo en el que se habla del “revenge buying”, es decir, las compras o consumo por venganza, un fenómeno que se produjo tras el confinamiento y con el que mucha gente quiso aliviar la sensación de haberse perdido algo comprando cosas, sobre todo ropa (yo me he hecho adicta a Vinted en este tiempo, así que supongo que de alguna manera también he caído en este shopping de venganza). La periodista afirmaba en su tweet que todo lo que hacemos hoy en día es una venganza contra algo porque vivimos en un estado de rabia exacerbada. Viendo el panorama, no es para menos, ¿no?
Dice Max Haiven que cuando vives en la utopia de otros, lo único que te queda es la venganza. Vivimos en la utopía capitalista y la venganza es nuestro pan de cada día, una venganza que a menudo no sabemos bien contra quién o contra qué va dirigida, pero en cambio, sí experimentamos el malestar que nos provoca. Aunque Haiven se centra en cómo todo esto se traslada al universo de la política, siembra la idea de cómo el sistema en el que vivimos es capaz de sacar provecho de todo, incluso de este sentimiento de venganza. La venganza y la rabia son sentimientos movilizadores, aunque también pueden acabar consumiéndonos. La idea de vengarme de mí misma, de mi incapacidad para gestionar mejor mi tiempo libre o de la frustración que me provoca no poder dedicarle menos horas al trabajo, me consume noche tras noche y no sé bien cómo salir de esa espiral.
Lydia Davis, que tiene un cuento para todo en la vida, habla en Una vez un hombre verdaderamente tonto de una mujer que, comparándose con el protagonista de otro cuento que se cuenta dentro de ese, es incapaz de encontrar su ropa cada mañana para vestirse y que, una vez que lo consigue, no puede evitar preguntarse dónde se encuentra ella, dónde está ella en la vida del hombre con el que ha pasado la noche e incluso dónde está ella dentro de su propia vida. La protagonista de este cuento vive en una perpetua confusión, sin saber, por ejemplo, si llora porque está lloviendo o si el mero hecho de ver llover es lo que ha desencadenado su llanto, y en medio de ese lío monumental que lleva encima, pasa esto:
Entonces, ya en la calle, se oye un repentino estruendo que procede de varios puntos a la vez —bocinas de coches, el rugido feroz del motor de un camión, otro camión a punto de desarmarse traqueteando por el asfalto irregular, una taladradora— y el estruendo parece producirse dentro de ella como si su rabia y su confusión la hubieran vaciado, hubieran abierto un hueco en el centro de su pecho para este gran estallido metálico, o como si ella misma hubiera abandonado su cuerpo, abriéndolo al ruido, y entonces se pregunta: ¿Ha entrado este ruido dentro de mí, o hay algo mío, dentro de mí, que ha salido a la calle para formar un ruido tan grande?
¿Ha entrado algo de este scroll infinito dentro de mí, o hay algo mío que se ha quedado atrapado para siempre al otro lado de la pantalla? Buenas noches, amigas. Ojalá seáis capaces de dejar el móvil boca abajo en la mesilla, cerrar los ojos y descansar, ojalá soñéis en formato horizontal y no en intervalos verticales sobre los que un enorme dedo imaginario va haciendo scroll hasta el infinito. O hasta que el despertador haga beeeep.
Cosas que han captado mi atención últimamente:
El documental Margaret Atwood: A word after a word after a word is power (esta frase, por cierto, me gusta tanto que es la que tengo en mi bio de Instagram), que está en Filmin y que repasa la carrera y la vida de la escritora canadiense.
Este vídeo de un señor pintando pinos para que sean más verdes, tan verdes como el emoji del árbol de Navidad de whatsapp. Porque el verde de la naturaleza, supongo, nunca es suficientemente verde.
La newsletter de la escritora Roxane Gay, que existe desde diciembre de 2020, pero yo no tenía ni idea. Así que me alegro de haberme cruzado por fin con ella :) Además de los textos de la propia autora, The Audacity acoge, cada dos semanas, piezas de escritoras y escritores emergentes.
Este artículo de Mashable (en inglés) sobre cómo se transmite la información en TikTok (lo sé, esta semana me ha dado fuerte con TikTok), cómo se supone que la plataforma lucha contra la desinformación y cómo afecta el hecho de que no se puedan incluir enlaces a las fuentes originales que se citan (si se citan), sino solo pantallazos sobre los que comentar y resúmenes de esas fuentes hechos por los propios creadores. Por cierto, en este artículo se menciona el TikTok del Washington Post, que es genial y que, probablemente, sea uno de los pocos grandes medios que ha entendido cómo contar las noticias en esta plataforma.
Esta canción de Irenegarry:
Me pasa exactamente lo mismo. En mi caso, al trabajo y a la casa, se suma la maternidad, y al final del día, necesito una o dos horas para mí, para no pensar en nada, y en vez de leer un libro o hacer algo que, de verdad, disfrute, acabo haciendo scroll como una zombie, para desconectar y no pensar en nada. Qué horror de vida. Todo me produce ansiedad. Tengo la sensación de pasarme el día corriendo siempre. Como en una rueda de hamster. Para no llegar al mismo sitio. Sería mejor vivir en el campo y con 2 cosas nada más. Me siento atrapada en esta vida y en esta sociedad absurda. Gracias por compartirlo, María.
Qué interesante este post y qué bien ordenadito y contado, jo!
Espero que puedas ir sintiéndote con el control de tu tiempo para descansar mejor (es decir, "descansar", no solo "recuperarse" para producir)
Un abrazo 💕