Un vegetariano en la corte de la reina Carlota
Breve historia del rechazo a quienes no comen animales
Qué mala fama tenemos las vegetarianas. Por lo general, si dices que no comes carne, no hace falta que digas mucho más: a continuación vendrá una larga ristra de comentarios y preguntas sobre los pormenores de tu dieta, si no se tercia que te echen en cara que les parece una tontería y que a ver cuándo se te pasa o te salgan con una loa a lo maravilloso que es comerse un buen chuletón. Por eso, cuando un personaje vegetariano aparece en la ficción, quienes no incluimos animales en nuestro menú nos lanzamos emocionadas a ver cómo lo han retratado.
Obvio que el último crush de toda veggie que sea fan de Los Bridgerton es Lord Debling. Para quienes no veáis la serie: este señor es un caballero que pretende a uno de los personajes protagonistas de la serie. Para quienes la veáis, ya sabéis perfectamente quién es: el rival de Colin Bridgerton en su competición por hacerse con el amor de nuestra adorada Penelope Featherington. El caso es que, poco después de aparecer en escena, se nos presenta a este señor como un outsider total, un ser incomprendido por sus extravagancias, guapo eso sí, pero bastante rarito. De hecho, cuando el año pasado Netflix empezó a desvelar detalles sobre los personajes de esta nueva temporada, anunció que Lord Debling era un tipo genial, pero con “intereses inusuales” y que era gracias a su título y a sus riquezas que podía permitirse todas esas “excentricidades”.
Claro, esto llevó a todo el mundo a pensar que era un personaje medio turbio y a creer que esos intereses inusuales tenían que ver con que era una especie de pervertido o de gilipollas. Sin embargo, no tardaríamos mucho en descubrir que “sus rarezas” eran el amor por la naturaleza y no comer animales. Teniendo en cuenta los tiempos apocalípticos en los que vivimos, estas rarezas le convierten, en realidad, en uno de los personajes más contemporáneos de la serie, alineado con las convicciones ecologistas que calan cada vez en más gente. Sin embargo, Lord Debling es objeto de cachondeo y de cuchicheos varios por parte del resto de miembros de la alta sociedad de Mayfair. Esta es la conversación que mantienen sobre él dos señoras en una fiesta mientras le observan desde lejos:
— Personalmente, encuentro su preocupación por la naturaleza adorable.
— La preocupación es una cosa. La fijación, es otra. Al parecer, solo come vegetales.
Aunque en la época en la que está ambientada la fantasía de Los Bridgerton —un Londres alternativo en el periodo de la Regencia, lo que vendría a ser a comienzos del siglo XIX— el mundo todavía no conocía las boinas de contaminación o los gases de efecto invernadero, sí que existía ya una preocupación por la naturaleza y por el bienestar de los animales. De hecho, uno de los vegetarianos decimonónicos más célebres, el poeta Percy Bysshe Shelley, bien podría haber sido contemporáneo de Lord Debling. Para Shelley, que decía eso de "nunca lleves a tu estómago ninguna substancia que alguna vez tuvo vida”, comer carne era antinatural. Lo contaba en su Vindicación de la dieta natural y lo envolvía todo con una justificación moral: comer carne era consecuencia de la Expulsión del Paraíso, que se suponía que era un lugar libre de consumo de carne —al parecer, en el Génesis solo se habla de que Dios les dio a Adán y Eva “plantas que dan semilla” y “árboles que dan fruto”, pero en ningún momento se menciona que comieran animales—. Según los románticos vegetarianos, toda la degeneración y el embrutecimiento que siguieron a la salida de Adán y Eva del Paraíso se derivan de una dieta que no es natural. Ellos defendían que comer carne cambió para siempre la relación de los humanos con los animales y abrió las puertas a la inmoralidad.
Shelley citaba también el mito de Prometeo, que al robar el fuego para dárselo a los humanos, permitió que estos lo usaran para “propósitos culinarios”, logrando que la carne fuera más sabrosa y digerible, y ocultando de paso el asco y el horror que provoca consumir un cadáver, volviéndolo aceptable. Shelley explica:
Solo ablandando y disfrazando la carne muerta mediante la preparación culinaria se la vuelve susceptible de masticación o digestión, y contemplar sus jugos sangrientos y su crudo horror no provoca una aversión y una repugnancia intolerables.
Quienes comen “de forma natural”, que así lo llama Shelley, viven más, combaten mejor las enfermedades e incluso tienen mejores modales. Además, con lo que se necesita para alimentar a un solo buey, pueden comer muchísimas personas, por lo que el poeta abogaba también por la sostenibilidad de los recursos naturales y por el consumo de productos locales. Nada de especias de la India ni de vinos franceses, solo alimentos kilómetro cero.
Los placeres del gusto que se derivan de una cena a base de patatas, judías, guisantes, nabos, lechugas, con un postre de manzanas, grosellas, fresas, frambuesas y, en invierno, naranjas, manzanas y peras, son mucho mayores de lo que se cree.
Quizá de este vínculo que hace Shelley con lo que hay de moral en la decisión de no comer animales, provenga ese rechazo que generan en tanta gente las personas vegetarianas. Mary Shelley, autora de Frankenstein, esposa de Percy y también vegetariana (no solo por la influencia de su marido; gracias a su padre, William Godwin, conoció a muchos vegetarianos ilustres como John Frank Newton o Joseph Ritson), hizo que el monstruo creado por el doctor no comiera animales. En un conocido pasaje, la criatura decía:
Mi alimento no es como el de los hombres; yo no destruyo al cordero ni al cabrito para saciar mi apetito. Las bellotas y las bayas me proporcionan suficiente alimentación.
El monstruo ejerce aquí de espejo moral para el humano que le creó y, por extensión, para el resto de la humanidad que siempre le rechazó. En su círculo de consideración moral sí entran los animales, por mucho que él no entre en el de los humanos. En La política sexual de la carne, la escritora feminista Carol J. Adams dedica un capítulo al monstruo vegetariano de Frankenstein, donde habla de la frustración que le provoca sentirse rechazado por los humanos. Entiende, de la peor manera posible, que “independientemente de sus propias normas morales inclusivas, el círculo humano está trazado de tal manera que tanto él como los demás animales quedan excluidos”.
Felipe Fernández-Armesto explica en su Historia de la comida que, entre los grandes defensores del vegetarianismo siempre han estado los “críticos de la arrogancia humana que reclama el dominio sobre los animales”. Y aunque se podría decir que el vegetarianismo del monstruo pone de manifiesto que posee un código moral más inclusivo que el de los humanos, Carol J. Adams defiende que también es un símbolo de lo que “esperó y necesitó (pero no consiguió recibir) de la sociedad humana”.
Es cierto que el monstruo no fue siempre vegetariano. En una de sus primeras noches vagando por el mundo, se encuentra con una hoguera que unos mendigos habían dejado atrás junto a algunos restos de carne asados que, como puede comprobar, “resultaban mucho más sabrosos que los frutos del bosque que yo recogía”. Esta parece una referencia clara a cuando Percy Bysshe Shelley hablaba del fuego como catalizador de la caída de los seres humanos. Al comer carne, el monstruo se corrompe. Sin embargo, Carol J. Adams lo enfoca de otra manera: al comprobar que cuando pasa por el fuego la carne está más sabrosa, el monstruo entiende que así es como debería cocinar los alimentos vegetales. Experimenta y ve que las bayas se estropean, pero que en cambio las raíces y los frutos secos mejoran su sabor. De esta forma, “rechaza su regalo prometeico”, es decir, la carne.
En una lectura más contemporánea, el monstruo de Frankenstein podría ser un espejo de nosotros mismos y de cómo estamos tratando al mundo. Como afirma Mascha Hansen en un texto donde hace una lectura ecocrítica de la criatura ideada por Mary Shelley, parece que los seres humanos somos “los verdaderos monstruos en este planeta”:
Para los lectores con mentalidad ecológica, Victor podría ser el verdadero monstruo: durante gran parte de la historia, no es Prometeo sino Epimeteo, aquel que “no tiene tiempo para los ciclos eternos de la naturaleza ni para adaptarse civilizadamente a ellos: lo subvierte todo para sus propias necesidades egoístas en el aquí y el ahora, sin preocuparse por la ecología o por el mañana”.
En la época de Percy y Mary Shelley, ser un romántico vegetariano era sinónimo de radicalidad y de simpatizar con ciertas ideas revolucionarias. Quizá por ahí va el tema de describir a Lord Debling como un ser excéntrico e inusual, y su actitud de desprecio al contemplar las cabezas de ciervo disecadas que cuelgan de la pared en una de las fiestas a las que acude tiene mucho que ver con las críticas que los románticos vegetarianos hacían a las clases más altas. Además de por su consumo de carne, les repugnaban los deportes sangrientos que practicaban, como por ejemplo, la caza. Según la guía que Netflix compartió sobre la comida de Los Bridgerton, en el período de la Regencia el venado era una de las comidas más lujosas que existían. Era “la carne de los reyes” porque solo aquellos próximos a la realeza tenían permitido cazarlos y comerlos. Esas cabezas disecadas son, por tanto, una exhibición de estatus como una catedral y, quizá, el desprecio que Lord Debling siente hacia ellas no solo tenga que ver con su respeto a los animales, sino también con el rechazo a ese alardeo de estatus rodeado de horror y crueldad.
“Yo renuncié a comer carne de animales muertos y no toleran ese gran pecado”, le dice Lord Debling a Penelope en esa misma fiesta. Puede que lo de pecado sea un poco exagerado, pero es cierto que antes de la Regencia, los vegetales eran algo bastante novedoso en las mesas inglesas más refinadas y no tenían demasiada buena fama. Pero es que, paradójicamente, también podían ser un símbolo de estatus, aunque más sutil que las cabezas de ciervo colgadas en la pared: en este periodo, las verduras solían servirse acompañadas de contundentes salsas a base de mantequilla, que no era precisamente barata, por lo que una gran fuente de vegetales era una prueba de que los anfitriones eran gente de dinerito. El hecho de que fueran vegetales frescos —cuando Lord Debling se sirve su plato vemos higos, arándanos, algo que parecen fresas y espárragos— también demostraba el poder adquisitivo de quien los servía. La gente de las clases más bajas hacía conservas en verano para poder comer vegetales durante el invierno, solo los ricos, que podían cultivarlos en invernaderos, tenían el privilegio de comer vegetales frescos durante todo el año.
Comer carne siempre ha sido un símbolo de estatus y poder. Alicia Kennedy, en No Meat Required, explica que se trata de un poder que se ejerce en varios ámbitos a la vez: sobre los animales y la naturaleza, por supuesto, pero también sobre otras clases sociales que no pueden permitirse comer carne, sobre otros pueblos —Kennedy habla de cómo, en el caso de Estados Unidos, el desplazamiento de los pueblos indígenas en favor de los colonos europeos fue fundamental para la creación de la industria de la carne de vaca (beef)— o sobre las mujeres, en tanto que rechazar la carne es un signo de masculinidad débil o directamente de feminidad (mujeres = ensalada, hombres = chuletón).
En la introducción a este libro, Alicia Kennedy también habla de por qué a menudo las personas omnívoras intentan deslegitimar por todos los medios la dieta de quienes no comen animales: lo ven como una búsqueda de la perfección o de la pureza. Y a nadie le caen bien los perfeccionistas ni mucho menos la gente pura. Sin embargo, en general, las vegetarianas no persiguen ninguna perfección moral, sino algo tan simple y llano como comer causando el menor daño posible. Y con el tiempo, todas acabamos aprendiendo que por mucho que lo intentemos, no siempre vamos a conseguirlo, que vamos a comer animales sin saberlo (¿cuántas sopas con caldo de pollo que se suponía que “no tenían carne” me habré comido? ni yo misma lo sé) y que tus decisiones alimenticias pueden ir cambiando con el tiempo o simplemente adaptándose a las circunstancias. Pero esta idea de que quien es vegetariano busca algún tipo de perfección moral es la que está detrás de buena parte del rechazo que generan entre la gente. Es, quizá también, una de las razones por las que todo el mundo mira raro a Lord Debling. ¿Se cree acaso mejor que nosotros?, deben preguntarse mientras le ven coger dos tristes espárragos del opulento buffet.
En un mundo omnívoro y, según las zonas, muy carnívoro, no comer carne es visto como una rareza sospechosa. Por no decir que ser vegetariano es sinónimo de ser aburrido. Existe todavía ese prejuicio de que una dieta que no incluye animales es incompleta, escasa y triste, así que por extensión, quien la sigue debe ser un poco así. Afortunadamente, a Lord Debling no le han pintado como un señor aburrido, más bien todo lo contrario. Es un aventurero, que encaja con Penelope no solo por su condición de outsider, sino porque los dos son ingeniosos y tienen un sentido del humor bastante parecido. Puede que a Penelope, tan romántica ella, le parezca un bajón ese acuerdo matrimonial que él le ofrece de quedarse al cuidado de la casa y el patrimonio mientras él se va de viaje a descubrir nuevos parajes, dejándole a ella todo el tiempo del mundo para escribir y hacer lo que le plazca, pero sabiendo el panorama que las mujeres tenían en el período de la Regencia —en el de verdad, no en el que se muestra en Los Bridgerton—, a mí me parece un trato bastante increíble.
Cosas que han captado mi atención últimamente:
El nuevo disco de Daga Voladora <3
La charla sobre Mark Fisher que hicieron hace unos días en Condeduque con Luciana Cadahia (justo estoy leyendo ahora mismo su libro República de los cuidados), Matt Colquhoun y German Cano, moderada por Marta Echaves, y que se puede ver en Youtube.
Este video, que me da muchísima paz.
¿Son los emojis “raros” una forma de expresar aspectos de nuestra personalidad de una manera más afinada? Death to Stock, una de las cuentas que más me gustan sobre análisis de tendencias e internet, hizo este vídeo sobre los “emojis de nicho”, es decir, todos esos que apenas tienen uso y que han encontrado un hueco en internet gracias a la ironía con la que mucha gente los utiliza. El deseo de diferenciarnos o de crear un cierto misterio alrededor de nuestra identidad constantemente expuesta también podrían jugar un papel en el auge de estos emojis.
Esta ardilla comiendo pétalos de flor tan feliz.
El vídeo de @fisicamr y Nathy Peluso explicando científicamente por qué el agua y el aceite no se mezclan. Como decía Sara Torres en uno de los comentarios, ojalá este fuera el futuro de la educación.
En la escena más hot que hemos visto en lo que llevamos de la tercera temporada de Los Bridgerton suena una versión orquestal de la canción Give Me Everything de Pitbull. La original me encanta y me da el mismo subidón que Titanium de David Guetta y Sia o que Diamonds de Rihanna, así que hoy me despido con ella.
La ardilla me ha salvado el día, gracias <3