Hoy os traigo una carta más breve de lo habitual, fuera de su programación del fin de semana y escrita primero malamente en las notas del móvil, pero luego editada y puesta bonita aquí en Substack 💅
Vengo a hablar del docu de Martha Stewart. Viéndolo me he dado cuenta de que yo a esta señora la conocía más bien poco, solo sabía que había sido algo así como la queen de las amas de casa estadounidenses allá por los 80 y una suerte de icono pop, pero… ¿todo lo demás? 👁👄👁 Aunque el morbillo de su vida se cuenta sobre todo en la segunda parte del documental —su caída en desgracia, su breve paso por la cárcel y su resurgimiento de la mano de Snoop Dogg, que vaya giro de guion amiga—, en realidad la parte que más me interesa es la primera. La que cuenta cómo esta mujer de una familia bastante normalita se convirtió en modelo, luego en bróker de bolsa —¿hola?—, después en ama de casa y empresaria de su propio catering y, finalmente, en multimillonaria.
Una mujer que cuando la atacaban por ser ama de casa —en realidad, lo que siempre fue es empresaria, solo que su empresa era enseñar a otras mujeres a convertir su casa en el hogar perfecto— decía que lo que hacía era un homenaje a todas esas tareas domésticas que se habían criticado durante tanto tiempo y se autodefinía como una “feminista moderna”. El caso es que ella no disfrutaba demasiado de su papel como esposa y madre, pero sí de lo que esa imagen representaba para los demás. Y de lo que esa imagen le permitió alcanzar profesionalmente convirtiéndose a sí misma en una marca gigantesca.
En la superficie, Martha era el estereotipo de la perfecta ama de casa estadounidense: blanca, rubia, atractiva y siempre dispuesta a servir a los demás, a preparar una comida para cincuenta personas casi sin parpadear y a ser una anfitriona ideal. Pero, en realidad, era una mujer bastante fría, seria, ambiciosa, exigente, que no trataba muy allá a la gente que trabajaba con ella —en el documental, de hecho, se refieren a ella como una “bitch” y se ven algunos momentos de Martha en acción siendo bastante desagradable— y con una familia cuyas relaciones eran un cuadro —nunca supo muy bien cómo darle cariño a su hija, probablemente porque sus padres tampoco se lo dieron a ella de pequeña, y su marido la engañó con su asistente, 20 años más joven que él, lo que acabó en un divorcio nada amistoso—. Muchas de estas cualidades que tanto le han criticado a Martha, por cierto, son el abc de los hombres de negocios exitosos y, en su caso, nadie las pone nunca en cuestión, más bien al contrario: la frialdad, la seriedad, la ambición y ese puntito de agresividad suelen considerarse rasgos dignos de admirar en los business men. Qué cosas, ¿no?
Por otro lado, Martha Stewart fue una mujer bastante visionaria a la hora de comunicar su forma de ser ama de casa, empeñada en que todo el mundo pudiera hacer en su hogar una comida rica y especial sin que fuera una cosa carísima e imposible de imitar. Que creía que la belleza y la elegancia eran inspiradoras también en la cocina y en la mesa. Esas cestas de frutas rebosantes, esas mesas de crudités y arreglos florales que parecían sacados de los bodegones holandeses del XIX, esos comedores con manteles impolutos y suntuosas bandejas de canapés son la mejor muestra de que ella, de verdad, entendía todo esto como un arte.
Como dice en el documental la periodista Caitlin Flanagan, cuando en 1990 Martha dio el salto a las revistas con Martha Stewart Living —una publicación que revolucionó el mundo de las home magazines en su momento—, las mujeres no querían ser amas de casa, querían trabajar y tener poder. Pero…
Ella supo ver que muchas mujeres del mundo laboral mantenían una conexión con su hogar. Martha decía: “tienes derecho a ser esa artista que quieres ser”. La belleza y la perfección pueden ser algo poderoso.
Además, en los 90 había toda una generación de mujeres cuyas madres ya trabajaron fuera de casa y no enseñaron a sus hijas a ser amas de casa, porque aspiraban a que no lo fueran. Así que Martha Stewart adoptó ese rol, se convirtió un poco en madre de un montón de mujeres que querían aprender a hacer cosas en casa. Aunque más que madre, era una amiga, una amiga a la que se le daban muy bien las tareas del hogar, la jardinería y las manualidades y que te enseñaba cómo hacerlo de una forma cercana y muy didáctica. Es increíble el equilibrio que lograba mantener entre la complejidad y la sencillez, entre hacer cosas que llevaban una barbaridad de trabajo y que pareciera que cualquiera las podía hacer. Luego, cuando te ponías, seguro que no te salía igual, pero como ella dice, al menos podías soñar con conseguirlo.
Tiene bastante mérito que, siendo ya tremendamente rica, consiguiera que tantas mujeres se siguieran identificando con ella, que fuera capaz de personificar a esa “Everywoman”, como la definió Joan Didion, en contraposición a la “Superwoman”, una figura que muchas mujeres rechazaban tras haberse dado cuenta de que entrar en el mundo del trabajo asalariado implicaba cargarse a las espaldas una doble jornada como la copa de un pino, porque los señores no habían entrado por igual en el mundo de los cuidados.
Yo era como cualquier otra lectora y ellas lo sabían. Esa autenticidad era importante. Sabían que yo era igual, que yo limpiaba mi casa, que criaba a mi hija, que tenía a mi marido y tenía un jardín.
Vamos, una influencer adelantada a su tiempo, haciendo creer a todo el mundo que era una más, pero viviendo en una realidad completamente ajena a la que vivía la mayoría de su público. A pesar del riesgo que suponía montar una empresa así de mastodóntica —ojo, que llegó a cotizar en bolsa y todo— vinculada a la imagen de una única persona, al final todo el mundo se tiró a la piscina. Claro, esta mujer era un negocio increíble. Pero es cierto que todo dependía de su reputación y, como en toda historia interesante, esa reputación se fue a pique bastante rápido.
No os voy a contar qué pasó exactamente —no mató a nadie, eh, fue un tema turbio relacionado con las finanzas—, pero en gran medida, esta caída es lo que la convierte en un personaje tan magnético e interesante. Y también demuestra que ya despertaba bastante odio antes de que ningún escándalo dañara su imagen. Su obsesión con la perfección era tal, que es hasta lógico que hubiera tanta gente con ganas de verla caer. ¿Quién no quiere ver fallar a Doña Perfecta? La llamaron loca, decían que era malísima, que caía fatal, que era cruel. Y luego también había críticas con algo más de sentido, que tenían que ver con los estándares que ella contribuía a crear y que hacían sentir a muchas mujeres a las que no les daba la vida ni para recalentar una lasaña precocinada que su vida era un fracaso.
Tampoco está tan claro esto de que hiciera que las mujeres se sintieran unas fracasadas al verla a ella, porque a juzgar por la fidelidad de su público, parecía más bien lo contrario. Joan Didion lo explicaba muy bien en su artículo:
Toda esta noción de “la madre/esposa/ama de casa perfecta”, del “canto de sirena nostálgico por regresar al hogar de los años cincuenta”, es un malentendido considerable de lo que Martha Stewart realmente transmite, la promesa que hace a sus lectoras y espectadoras, que es que el conocimiento dentro de casa se traducirá en determinación fuera de ella. Lo que ella ofrece, y que no ofrecen las revistas y programas de cocina y hogar más estrictamente profesionales, es la promesa del maná transferido, de la suerte transferida.
Una cosa que queda muy clara viendo este docu es que hay una línea muy fina entre lo aspiracional y lo irritante. Sí, había un montón de mujeres que adoraban a Martha Stewart porque les hacía pensar que podían llegar a ser como ella haciendo las cosas como ella decía, pero también había muchas personas que no la soportaban. Y claro, una imagen perfecta siempre corre el riesgo de romperse. Creo que Martha debe estar mucho más cómoda ahora, siendo “una más” —una mujer rica y famosa más, quiero decir—, porque en el fondo está en una posición mucho más segura que antes. Y la verdad, ha pillado como nadie el lenguaje de las redes sociales sin perder la esencia de antaño, explotando esa forma de ser exigente y un tanto desagradable por la que acabó siendo conocida.
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Lo que más me ha fascinado de Martha Stewart es la complejidad del personaje, la pasión y el cariño con la que habla de lo que significan para ella términos como “entertain” o “living” y lo arrogante y desagradable que puede llegar a ser, la relación que acaba tejiendo con sus compañeras presas a las que incluso les da algunos consejos sobre emprendimiento, su caída y su increíble resurgir de la mano de un rapero y de las redes sociales. También lo chocante que resulta ver esa cara dulce y sonriente en las portadas de sus libros y revistas, para luego descubrir que su forma de ser era lo opuesto a esa imagen, algo que no es nada novedoso en una celebrity, pero que en este caso, por estar relacionado con lo doméstico, donde no se permite que una mujer sea como era ella en realidad, llama aún más la atención. Pero, sobre todo, me fascina que fuera capaz de construir un negocio millonario a partir de algo de lo que las mujeres no suelen hacer negocio, ni mucho menos millonario: el trabajo en el hogar.
Para despedir esta carta, os dejo algunas cosas que he leído estos días sobre Martha Stewart y sobre el documental que me han gustado, por si os ha cautivado tanto como a mí y queréis seguir conociéndola un poco mejor:
Por supuesto, el artículo que Joan Didion le dedicó en el año 2000 y que he mencionado más arriba: The Promises Martha Stewart Made—and Why We Wanted to Believe Them.
Gracias a ese artículo descubrí que existió un blog llamado Gothic Martha Stewart lleno de tips para montarte tu hogar gótico ideal inspirándote en el espíritu DIY de Martha Stewart. Este blog decía que, si Martha fuera gótica, lo único que tendría que cambiar es el color de las cosas que hace, porque todas sus ideas encajan perfectamente con la subcultura gótica. Jamás lo habría imaginado.
Este artículo en el que Brooks Barnes cuenta todo lo que Martha Stewart le dijo que odiaba del documental cuando la llamó para entrevistarla. Por ejemplo, que no le gusta nada que la hayan retratado como una “lonely old lady” caminando encorvada por su jardín o que le pidió al director que parte de la banda sonora del documental fuera rap —ya que ahora tiene amigos en ese mundillo—, pero no le hizo caso. Y bueno, que no le hace mucha gracia que se le dedique tanto tiempo al juicio, porque no fue tan importante en su vida y fue tan aburrido que hasta el juez se quedó dormido. Me meo.
Al día siguiente de publicar ese artículo en el New York Times, Barnes publicó otro hablando con R.J. Cutler, el director del documental, sobre hasta qué punto los celebrity docs, tan de moda últimamente, deben considerarse documentales y en qué medida las celebrities implicadas deciden sobre lo que aparece en la versión final.
Si queréis adentraros en el primer libro que publicó, Entertaining, Leah Asmelash escribió sobre él en CNN. Un texto en el que además explica que, al parecer, muchas de las recetas que aparecen se las fusiló a otras cocineras, entre ellas a la mismísima Julia Child —creo que a Julia no le importó mucho, porque cocinaron juntas después en múltiples ocasiones—.
Y esto que dicen sobre Martha Stewart en la newsletter Lesbian Food Account. Os lo dejo en inglés, porque me encanta cómo está escrito y bueno, que tampoco es que sea yo traductora, jeje:
I am obsessed with the concept that Martha Stewart does not admit to ever having her life ruined, wholly refusing to be a victim in any regard. She does not do this in any valiant way, or anything that hints at martyrdom: she makes mistakes, was unfaithful in her marriage, cruel to her staff, uptight in her work, and was cold as a mother. But what was so inspiring to me is that because of (not in spite of) all of this nuance in her person, she maintained a north star that would then become the catch-all title to her omnichannel empire: living. How delicious is that word? This word encapsulates all that it means to be an entertainer, a host, a cook, a diner, a planner, a project manager, an enjoyer, and above all a lover of the art of dazzling. All this while being a bitch! Dazzling and bitchery are not mutually exclusive. And she was, as the documentary notes many times over, the first ever lifestyle influencer. All this while being the first self-made female billionaire in the country. So beyond fabulous.
El documental, por cierto, que ni lo he dicho, se llama Martha, o Soy Martha Stewart en español, y está en Netflix. Si lo veis o ya lo habéis visto, contadme en los comentarios qué os parecido!!
Justo termino “El delantal y la maza” y me lanzo a por este docu. Gracias por compartir, María!
A propósito de tu post este está bueno sobre la venta de libros usados de Martha Stewart https://downtownbrown.substack.com/p/is-martha-stewart-the-next-julia-child-prices-for-entertaining-have-skyrocketed