El otro día fue a ver la peli Todo a la vez en todas partes (Everything Everywhere All at Once) y, de entre las cien mil ideas locas que plantea esta disparatada historia de multiversos, me quedé con una que me pareció de lo más reconfortante: ser tu peor tú tiene sus ventajas. La película, claro, le da un punto esperanzador a todo esto (no os voy a contar más para no hacer spoilers, que es algo para lo que tengo un talento insólito al parecer), pero aún sin ese rayito de luz que ilumine la salida del túnel, esta idea me pareció brillante como punto de partida para una película (y para la vida misma).
Evelyn, la protagonista de Todo a la vez en todas partes, es una mujer migrante que lleva media vida currando en una lavandería en una ciudad random de Estados Unidos junto a su marido y su hija. Antes de todo eso, Evelyn tenía un montón de sueños y metas que nunca persiguió y que acabó por trasformar en hobbies. Sin embargo, tampoco acaba de dedicarse por completo a ninguno de ellos, porque vive volcada en un trabajo que ni siquiera le gusta y con la sensación de que su vida es un fracaso. Aunque la película trata muchos otros temas —como el peso de las expectativas de los progenitores sobre los hijos, la falta de comunicación dentro de la propia familia y, más específicamente, la desconexión entre una madre y su hija—, en un mundo en el que existen incalculables versiones de ti misma en diferentes multiversos, la idea de que la peor de todas sea la protagonista de la película, me parece un acierto.
El concepto de “la peor versión de nosotras mismas” conecta con un estado por el que todo el mundo ha pasado al menos una vez en su vida, lo que ocurre es que en el universo en el que vivimos, a falta de conocer la existencia de otros mundos paralelos, no podemos tener la certeza de que, efectivamente, estamos siendo nuestra peor versión. Pero igual tampoco hace falta. En la película, cada decisión que tomas se convierte en una nueva ramificación del multiverso donde, la opción que no has elegido, se desarrolla y adquiere vida propia en otra línea temporal. Puede que no tengamos la certeza de que si hubiéramos tomado otro camino nuestra vida sería mejor, pero todas nos hemos sentido así un millón de veces.
Y el entorno de constante perfeccionamiento en el que vivimos, tampoco es que ayude mucho. Es el pan de cada día: abrir las redes sociales y compararse con los demás. Sabemos que no deberíamos hacerlo, que lo que vemos ahí es solo una pequeñísima parte cuidadosamente seleccionada de la vida de la gente, pero ¿quién coño es capaz de mantener siempre la cabeza así de fría? Esto lo cuenta muy bien Tamara Tenenbaum en El fin del amor:
Todos sabemos que Instagram no es la realidad y que todos “editamos” nuestra experiencia, pero esa es la letra chica: en efecto, consumimos esas ficciones sin reticencias y nos las terminamos creyendo. La única vida con problemas que conozco es la mía y la de mis verdaderas amigas; de los demás solo veo perfiles ideales, cenas románticas, besos apasionados en playas paradisíacas. ¿Solo yo peleo con mi novio? ¿Solo yo paso semanas enteras sin coger, sin siquiera tener ganas de coger? ¿Solo yo tengo problemas para dormir porque tengo miedo de perder mi trabajo? En lo más profundo sé que no puedo ser la única.
Tratar de proyectar una imagen exitosa es algo de lo más humano. Todo el mundo lo hace aunque sea perfectamente consciente de que está contribuyendo a este jueguecito colectivo de mentirnos unos a otros para ligar más, para tener más trabajo, para que nos admiren más y, en definitiva, para sentir que tenemos una vida más guay de la que tenemos en realidad. ¿Y qué alternativa nos queda? No mostrar esa imagen de perfeccionamiento continúo, de aspirar siempre a más o de querer mejorar se acaba penalizando de formas más o menos evidentes.
En su ensayo Nunca dejes de optimizar —incluido en el libro Falso Espejo, inspiración directa para el título de esta newsletter, por cierto— Jia Tolentino explica cómo esta obsesión contemporánea por construir nuestra “marca personal” nos obliga a estar constantemente optimizándonos, es decir, tratando de convertirnos en una versión mejor de nosotras mismas. No hace falta insistir en lo agotador que esto puede resultar y creo que, de una u otra manera, todas nos hemos visto atrapadas (o aún lo estamos) en la inalcanzable tarea de dejar de ser “normales” para convertirnos en ese ideal al que todo a nuestro alrededor nos dice que tenemos que aspirar.
La perfección siempre ha sido un concepto de lo más familiar para las mujeres, sobre todo la perfección física: el pelo, la piel, el maquillaje, el cuerpo, todo tiene que encajar en unos estándares de perfección que debes esforzarte por alcanzar. Si no lo haces, ya sabes lo que te espera, así que tú misma. Y si lo haces, que ese titánico esfuerzo no se note: ante todo, naturalidad.
La mujer ideal parece hermosa, feliz, despreocupada y perfectamente competente. ¿Lo es en realidad? Aparentar algo de una manera concreta y serlo de verdad son dos conceptos separados, y la lucha por parecer despreocupada y feliz puede interferir en tu capacidad de sentirte así. Internet codifica ese problema y lo convierte en inevitable.
Camuflada bajo la etiqueta de “estilo de vida”, la optimización ya no es una obligación, sino que encima debe vivirse como un placer. “Disfruta cuidándote” es el lema genérico de una pila de productos que pretenden hacer de este camino hacia el ideal inalcanzable un paseo gustoso. Y aunque en los últimos años hayan llegado al mainstream los discursos del body positive y el body neutrality, contribuyendo, como dice Jia Tolentino, a una idea más expansiva de la belleza, lo cierto es que la belleza no ha dejado de ser importante.
Se asume, por defecto, que es políticamente importante designar a todo el mundo como bello, que se trata de un proyecto significativo para asegurar que todo el mundo pueda ser, y sentirse, cada día más hermoso. No somos capaces de imaginar cómo serían las cosas si nuestra cultura hiciese justo lo contrario: distender la situación, hacer que la belleza importase menos.
Pero es que no se trata solo de la belleza y del físico, sino que la idea de “mejorar” ha permeado todos los aspectos de nuestra vida: siempre estamos en busca de una mejor rutina de ejercicio, una mejor dieta, una mejor postura para trabajar, una mejor herramienta para organizarnos y ser más productivas, una mejor relación de pareja, una mejor salud mental… La superación es agotadora. Tamara Tenenbaum lo resume así:
Ahora, ni siquiera el ocio, el sexo o la amistad son espacios libres de obsesión por la medición y la productividad: hay que aprovechar el tiempo de relax y no hacerlo es una especie de inmoralidad, un desperdicio imperdonable que se paga con culpa y angustia. Ninguno de estos dominios, además, aparece como un espacio para la disrupción: el sexo es salud, dormir la siesta es salud, tener una pareja feliz es salud. ¿Y hay algo en la vida mejor que la salud? ¿Vos no querés ser más feliz de lo que sos? ¿No querés vivir más? ¿No querés estar mejor? Es el imperativo del goce del que habla el filósofo Slavoj Žižek, la idea de que ser feliz hoy tiene que ver más con la obligación que con el deseo. ¿Es posible salir de esto? ¿Se puede querer otra cosa que ser cada vez más y más feliz?
Cuidarse —la que parece ser la única vía para ser feliz— es una disciplina, de ahí que a veces, cuando alguien se esfuerza tanto por convertirse en una mejor versión de sí mismo sienta que el mundo le debe algo o que cargue contra quienes no parecen esforzarse lo suficiente por optimizar cada rinconcito de su existencia. Otras veces, simplemente, sienten que necesitan difundir la palabra. En TikTok, el hashtag #bestversionofmyself nos devuelve miles de videos de gente que trata de ser la mejor versión de sí misma haciendo cosas tan variopintas como meditar, escribir diarios, beber matcha lattes, darse baños con velas, seguir paso a paso una rutina de skincare y, por supuesto, estar a tope con el ejercicio y comer muchas ensaladas y yogures con frutos rojos. Pero no basta con hacer todas estas cosas, hay que recomendárselas a los demás para que también conviertan la tarea de ser la mejor versión de sí mismos en el centro de sus vidas. Ser tu mejor tú es un proyecto, TU proyecto de vida. ¿Qué puede haber más importante que eso?
Lo cierto es que todas estas cosas —que a menudo aparecen bajo la etiqueta del “autocuidado”— son importantes porque nos hacen sentir bien, el problema es que ahora las estamos llenando de significado. Como Amanda Hess explicaba en este artículo del New York Times en 2019, estamos haciendo de estos hábitos nuestra identidad, dotando a los objetos materiales de poderes casi curativos —algo muy beneficioso para las marcas, claro que sí— y a nuestras opciones de consumo de un halo de espiritualidad. Y mientras nos preocupamos por optimizarnos a nosotras mismas, igual nos olvidamos de que lo que no hemos optimizado aún, como recordaba Jia Tolentino en Falso espejo, son “nuestros sueldos, nuestro sistema para el cuidado de los niños o nuestra representación política”.
La premisa de la película Todo a la vez en todas partes no deja de seguir un poco esa lógica de que, si ahora mismo eres tu peor versión, lo único que puedes hacer es mejorar, un mensaje que siendo esperanzador, no cae en el mantra de que tienes que estar siempre esforzándote por optimizarte. A mí, la verdad, me dio bastante paz pensar que alguien como Evelyn, que siente que su vida es un fracaso y que sabe que no es feliz, puede ser capaz de “salvar el mundo” y que mejorar no siempre tiene que pasar por volverte más guapa, más lista, más fuerte y más exitosa, sino por recuperar la conexión con la gente que tienes a tu alrededor. Pero sobre todo, que si no hay una versión mejor de ti misma en este universo, o si no la hay en ningún otro, no pasa absolutamente nada.
Cosas que han captado mi atención últimamente:
Igual parece que estoy obsesionada con Jia Tolentino y así es. Leo todo lo que escribe desde que supe de su existencia hace un par de años, por eso, su opinión acerca de lo que ha ocurrido esta semana en Estados Unidos con la derogación del derecho al aborto por parte del Tribunal Supremo era una de las que más me interesaba escuchar. Su artículo sobre el tema da una perspectiva muy amplia sobre lo que implica este retroceso y sobre por qué el acceso al aborto es una condición básica para la igualdad de derechos en cualquier sociedad.
El recientemente estrenado podcast Val del Omar. Ondas de fluencia, que se centra en la figura de este inventor, poeta, músico y artista, que dedicó su vida a explorar y a innovar en lo cinematográfico y en lo sonoro.
La newsletter Punzadas de Paula e Inés, “amigas y graduadas en Filosofía”, lleva acompañándome ya varios meses y me encanta. En ella encontrarás reflexiones sobre libros, arte, cine y un montón de cosas más. Además, Punzadas está detrás del Club de lectura Annie Ernaux, dedicado a esta escritora que nos tiene a todas fascinaditas.
Varias newsletters (en inglés) están publicando por entregas novelas cuyo copyright ya ha expirado y, por tanto, forman parte del dominio público. Está Dracula Daily, Moby Dick Summer, Werther Rewritten o Big Dalloway Energy y próximamente (en 2023) llegarán también Pride and Prejudice Weekly, Fankenstein Weekly o Letters from Watson. Una forma bastante guay de recuperar clásicos y, además, por entregas, como se hacía antaño.
Me ha encantado la serie de la BBC In My Skin (se puede ver en Filmin), que cuenta la historia de Bethan, una adolescente galesa con una madre bipolar y un padre alcohólico, que sobrevive como puede y que debe aprender a dejarse ayudar por los demás para salir adelante. Maravilla. Eso sí, preparaos para llorar.
De la banda sonora de esta serie sale la canción con la que me despido esta semana: Best I Ever Had, de Laurel.