Mi última Barbie murió decapitada. Literalmente. A los 11 o 12 años, edad en la que una ya suele haber perdido el poco cariño que le quedaba por sus muñecas, nos mandaron hacer un proyecto en clase de Tecnología (nunca entendí por qué se llamaba así esta asignatura si lo único que hacíamos era cortar madera). Después de haber construido un montón de cosas inútiles a lo largo del curso, llegó el momento del proyecto final, que era de temática libre. La niña gótica que habita en mí y que en esa etapa preadolescente estaba bastante a tope, decidió construir un pequeño ataúd en el que metería a la última de mis Barbies. No recuerdo si es que solo tuve una o si tuve más y esta fue la única que sobrevivió, el caso es que, durante semanas me esmeré en diseñar mi pequeño ataúd, en cortar las piezas con la desesperante lentitud que te permitía la segueta y en ensamblarlo todo con un par de bisagras que hacían que la tapa se pudiera abrir y cerrar. Lo pinté de color negro, le coloqué una enorme cruz dorada y lo rellené con una tela satinada color burdeos. Después quise meter a Barbie dentro, vestidita de blanco, aunque en mi cabeza siempre fantaseé con que llevara el vestido rojo de Winona Ryder en Drácula, pero la pobre no cabía, así que no tuve más remedio que arrancarle la cabeza.
Ya puestas a decapitar a una muñeca, le pinté un poquito de sangre en el cuello como si le hubieran cercenado la cabeza en la guillotina en plena Revolución Francesa. El profesor, que ya me conocía de sobra y había visto todo el proceso de corte y confección de este engendro, tampoco se sorprendió mucho cuando se lo enseñé terminado. Y como lo había acabado a tiempo y la cosa más o menos se sostenía sin desmoronarse, no tuvo más remedio que ponerme buena nota. Bien orgullosa que me fui yo con mi ataúd a casa, hasta el punto que, durante varios años, lo tuve expuesto en mi habitación junto a la cabeza de un Nenuco que había rapado y pintarrajeado hasta crear un híbrido entre Hellraiser y Babyface de Toy Story.
En su día no fui consciente de que quizá mi Barbie decapitada fue la manera que encontré de poner fin a mi etapa como niña, o al menos una de ellas. ¿Qué mejor forma de hacerlo que enterrando, de forma literal, a una muñeca a la que previamente le había arrancado la cabeza? Digamos que no era yo muy sutil con las metáforas por aquel entonces… Conservé ese ataúd durante tanto tiempo a la vista de todo el mundo como quien exhibe un trofeo, como recordándome a mí misma que me había pasado esa pantalla de la vida y había vencido y sepultado al monstruo. Estos días, todas las chicas estamos compartiendo en internet nuestras historias de amor y odio con Barbie a raíz del estreno de la película de Greta Gerwig. Yo no recuerdo que esta muñeca me traumatizara especialmente ni puedo echarle la culpa de querer ser guapa y desear tener un cuerpazo cuando era adolescente, porque de eso ya se encargaban la televisión, el cine, la música, los videoclips, las revistas y, en definitiva, cualquier producto cultural de finales de los 90 y primeros de los 2000.
Cuando jugaba con Barbie aún no pensaba mucho en todas estas cosas y recuerdo que esa conciencia sobre mi físico, esa hipervigilancia del cuerpo y de cada uno de sus movimientos, me llegó bastante más tarde. Aún así, aunque no sintiera que Barbie me había marcado de manera profunda, en algún momento de aquellos años tuve la necesidad de decapitarla y enterrarla. Porque Barbie fue, es y será un símbolo de todas las cosas que están mal en lo que a expectativas femeninas se refiere. Y queramos o no, hayamos jugado con ella o no, su existencia ha impactado sobre todas nosotras. Ahora, como quien vuelve con un ex tóxico, no podemos evitar acudir en masa a ver la película para comprobar si Barbie nos sigue provocando algún tipo de emoción, para saber si se nos remueven las tripas de la rabia, si la nostalgia es más poderosa y nos arranca una lagrimita o si, sencillamente, todo esto nos da mucha risa.
La peli hace muy bien las tres cosas. Lo resumen en el Daily que el New York Times dedicó a la película de Gerwig, donde además explican qué llevó a Mattel a embarcarse en el proyecto y por qué la eligieron a ella para dirigirlo. En 2015, la empresa llegó a la conclusión de que tenían que cambiar muchas cosas para que Barbie siguiera siendo relevante y pudiera capear las críticas que llevaban décadas persiguiéndola. Así que empezaron a vender muñecas con diferentes tipos de cuerpos y tonos de piel. Pero esto no parecía ser suficiente, Barbie necesitaba un rebranding total. En 2018 nombraron CEO de la compañía a Ynon Kreiz, un business man en toda regla que viene del sector del entretenimiento y que ha encontrado en las películas sobre juguetes el nuevo filón para convertir a todos los productos de Mattel en acontecimientos culturales de los que no paremos de hablar (atención, PESADILLA: en los próximos años una avalancha de pelis sobre juguetes llenará los cines, entre ellas, una sobre las Polly Pocket protagonizada por Lily Collins y dirigida por Lena Dunham que, en realidad, es la única de la lista que me hace un poco de ilusión). Como la periodista Willa Paskin explica en su artículo sobre Barbie, la estrategia del nuevo CEO pasa por dejar de pensar en Mattel como una empresa que fabrica juguetes para convertirla en una “I.P. company”, es decir, en una empresa de propiedad intelectual que gestiona franquicias.
Una de las ejecutivas de la compañía explicaba que, hoy en día, lo que en la industria del entretenimiento se conoce como “pre-awareness” es clave. “Pre-awareness” podría traducirse como el nivel de familiaridad previo que el público tiene con un determinado producto, concepto o marca, lo que garantizaría que una película vaya a ser un éxito en taquilla. Garantía que no solo promete atraer público al cine, sino que la campaña de marketing se haga casi sola. En el caso de Barbie, lo de estar pre-familiariazadas estaba más que asegurado. Y que los peces gordos de Mattel “no salgan muy bien parados” en el retrato que Gerwig hace de ellos es un gesto muy bien calculado. Como dicen las chicas de The Take:
Les parece bien que se rían de ellos en su propio contenido, porque saben que, al final, eso les va a generar mucho dinero y no estarán realmente obligados a cambiar nada. En un momento en el que se suceden las huelgas de guionistas, las huelgas de actores, la introducción de la IA, las guerras del streaming y la caída de la asistencia a las salas de cine, a Hollywood le interesa todavía más crear películas con propiedad intelectual reconocible.
Está claro por qué Mattel quería hacer esta película, pero ¿por qué elegir a Greta Gerwig para dirigirla? Porque es lista y feminista y viene del indie, pero ya ha estado nominada al Oscar, vamos, que tiene la legitimidad necesaria para contar esta historia que debía caminar por una línea muy fina entre la parodia, la autocrítica, la nostalgia, el alegato feminista y la publicidad. Y encima, ser un éxito. Como directora, Greta ha podido hacer un poco lo que le ha dado la gana y Mattel ha enviado su mensaje: es una empresa que sabe reírse de sí misma y que ha escuchado y entendido las críticas que ha recibido su muñeca más famosa.
Pero hablar de lo que has hecho mal no arregla lo que has hecho mal, simplemente nos hace saber que eres consciente de ello. Autoconsciencia no significa compromiso y todas tenemos claro que ni Mattel pretende cambiar el mundo ni Barbie va a convertirse en el icono feminista que nunca fue, por mucho que insistan en contarnos una y otra vez esa historia de que empoderó a las niñas, que llegó a la Luna antes que Neil Armstrong o que ha tenido más profesiones que ninguna otra muñeca. De hecho, hay un estudio que dice que Mrs. Potato le da mil vueltas a Barbie en lo que a empoderamiento se refiere: al parecer, las niñas que jugaban con el juguete de Hasbro sentían que podían acceder a las mismas carreras que los niños, a diferencia de las que jugaban con la muñeca de Mattel, que aunque iba acompañada del eslogan “puedes ser lo que quieras ser”, no les hacía pensar que hubiera tantas oportunidades para ellas, más bien al contrario, hacía que se sintieran menos capaces. No sé cuán fiable es este estudio que huele un poco a guerra de marketing entre ambas empresas, pero ahí está el dato: una patata con ojos le da más alas a tu imaginación y a tu empoderamiento que una muñeca rubia vestida con una bata de doctora.
Las primeras Barbies que salieron a la venta en los años 50 y 60 miraban siempre hacia un lado, como si fueran las guardianas de un “divertido secreto” que solo ellas conocían. Esta mirada al bies le daba a la muñeca un aire seductor y misterioso, sin embargo, a comienzos de los 70 alguien debió darse cuenta de que era un poco raro jugar con una muñeca que no te mira a la cara y decidió cambiar este detalle. También se dice que Barbie empezó a mirar al frente como respuesta a la revolución sexual de esa década, con el objetivo de reflejar una mujer asertiva, segura de sí misma y que toma sus propias decisiones. Una muñeca en la que las niñas, y sobre todo sus madres, pudieran encontrar valores positivos.
Decíamos que Mattel se había dado cuenta hace ya unos cuantos años de que Barbie necesitaba una nueva narrativa y esa fue una de las razones para producir esta película. Pero como demuestran los ojos de Barbie, no es la primera vez que la empresa trata de adaptarse a los tiempos que corren. Como si fuera la cola de una lagartija, Barbie se regenera, reaparece con un aspecto ligeramente distinto y con un nuevo relato al que agarrarse. Es indestructible.
Todo el mundo tiene una opinión sobre Barbie porque todo el mundo se ha cruzado con Barbie en alguna etapa de su vida. Y aunque la mayoría de reviews de la peli son positivas, también le han llovido unas cuantas críticas: por parte de las poblaciones indígenas (a raíz del comentario que equipara la exposición al patriarcado con la exposición de estas poblaciones a la viruela); por parte del movimiento LGBTIQ+ (sí, hay una Barbie interpretada por una actriz trans, Allan tiene todo su subtexto gay y la película hace un montón de guiños al colectivo, pero es cierto que no costaba nada haber incluido en la trama alguna Barbie que no fuera hetero); por parte de algunas voces feministas (sobre todo por lo blanco del feminismo que promulga) y, cómo no, por parte de onvres y sectores ultraconservadores, escandalizados por cómo Gerwig “ridiculiza lo masculino”. Las primeras críticas me parecen legítimas y, en realidad, invitan a reflexionar sobre otros horizontes que Barbie no ha querido o no ha sabido explorar —en una peli no puede caber todo, está claro, pero si vamos a colocarle el cartel de “feminista”, las críticas desde todos estos ámbitos eran esperables—. Sobre las últimas no hace falta decir nada, pero me asombra que haya algún hombre que piense que la peli en algún momento va sobre ellos. Barbie va de nosotras, e incluso cuando habla sobre los hombres, va sobre nosotras. Ojo a lo que dice Tamara Tenenbaum en este artículo de eldiario.es:
(…) si entendemos que el comentario sobre qué significa ser una chica está más puesto en la figura de Ken que en la de Barbie, la profundidad de la película queda mucho más evidenciada, y su precisión también. (…) Todos los chistes sobre los varones y el modo en que los atendemos para que nos presten atención son graciosísimos, pero son tristísimos también, porque para salir de ahí tendríamos que desenredar lo que no se desenreda. Poder ser como Barbie, y extirparnos el deseo, que —tiene razón la película de Greta— está ligado mucho más a la conciencia de la finitud que a una realidad contingente y en vías de extinción como el patriarcado.
Va de nosotras en tanto que es una sátira sobre el patriarcado y cómo este perjudica también a los hombres, a pesar de ser ellos quienes ostentan la mayoría de los privilegios en este sistema. Aunque en mi opinión, al contraponer el sistema de Barbieland con el sistema patriarcal del mundo real, la peli cae un poco en el “ni machismo ni feminismo igualdad”. Barbieland se nos presenta como una especie de utopía feminista, pero se nos dice que allí los Kens viven a la sombra de las Barbies, mientras que en el mundo real es al contrario, son las mujeres quienes viven bajo el dominio masculino. Lo que pasa es que en Barbieland, los Kens viven así porque así fueron creados, como un complemento de Barbie —una suerte de mito fundacional a lo Adán y Eva, pero al revés—, mientras que en el mundo real la subordinación de las mujeres es deliberada, no es algo que venga impuesto por arte de magia y, de hecho, guarda una estrecha relación con el capitalismo. La esperanza viene cuando en Barbieland vemos que es posible rebelarse contra ese sistema, aunque al desplazar allí el conflicto, inevitablemente lo desactiva. Además, me perturba un poco ese mensaje final de “descúbrete a ti mismo” que Barbie le lanza a Ken y que ella misma se aplica, ahondando en la parte humana que hay en su esencia de muñeca, como si en el autoconocimiento individual estuviera el remedio a todos los males colectivos. Está guay que esto funcione en Barbieland, pero en el mundo real es una solución bastante pocha y neoliberal.
No creo que debamos exigirle a una película que nos dé la solución definitiva a todos los problemas que hay en el mundo —bastante me parece con que esté generando debates tan apasionados sobre tantas cosas—, pero sí estar atentas a qué nos están intentando colar entre todo ese rosa, más cuando es la propia Mattel quien patrocina el mensaje. Teníamos muchas expectativas puestas en Barbie y esto es, en buena medida, culpa de su propia campaña de marketing, que lleva más de un año alimentando el hype alrededor de su estreno, así que es casi inevitable que queramos analizar cada escena hasta dejarla seca. Y aún con todos estos peros, he de decir que a mí la peli me ha gustado mucho. No es subversiva ni de lejos —como ha afirmado la propia Gerwig—, pero creo que ella ha salido muy bien parada de algo que era tremendamente complicado: hacer una peli sobre Barbie pagada por la empresa que la comercializa (es decir, hacer un anuncio) usando el humor y la metaironía de forma inteligentísima, con unos números musicales espectaculares (el de los Kens me parece una obra maestra), una producción de arte preciosa llena de detalles y referencias, y siendo fiel a lo que quería contar desde el principio.
A pesar de su físico estereotípico y de sus medidas imposibles, Barbie siempre ha sido un lienzo en blanco sobre el que proyectar lo que nos dé la gana. En esta película también. Como muchas otras pelis de Gerwig, Barbie va de hacerse mayor, de pasar de ser una niña a ser una mujer adulta, que es un poco el proceso que todas atravesamos desde que empezamos a jugar con ellas hasta que las acabamos abandonando. Eso es lo que nos muestra la escena inicial, en la que un montón de niñas, hartas de jugar a ser mamás, destruyen sus muñecos bebés ante la imponente visión de Barbie, o lo que es lo mismo, ante la excitante posibilidad de llegar a ser como ella. No tanto rubias, altas y perfectas, sino simplemente adultas. De ese proceso entre una cosa y otra y de los sentimientos que nos genera se alimenta la película, reflejando ese momento en el que dejamos de ser “divertidas, descaradas y seguras de nosotras mismas” y empezamos a pensar “que no somos suficiente”.
Todavía conservo en casa de mis padres la Barbie ataúd y el Nenuco demoniaco. Hace poco me dijeron que las sobrinas de mi hermano estuvieron curioseando en mi antigua habitación y las encontraron. Para mi sorpresa, les fliparon. Supongo que están en ese mismo punto en el que estuve yo más o menos a su edad, fascinadas por la visión de los juguetes de la infancia convertidos en objetos terroríficos que parecen formar parte del mundo de los adultos. Dejar atrás la niñez, una urgencia que todas sentimos en el camino hacia la adolescencia, es complicado, confuso, emocionante y terrorífico, todo al mismo tiempo. Y nuestra relación con Barbie tiene mucho que ver con eso. Me gusta cómo lo explica la escritora Leslie Jamison, que habla de los sentimientos encontrados que nos provoca esta muñeca:
Quería curarla, pero también necesitaba que estuviera enferma. Quería convertirme en Barbie, y quería destruirla. Quería su perfección, pero también quería castigarla por ser más perfecta de lo que yo sería jamás.
Barbie siempre ha representado esa ambivalencia, la de desear algo y al mismo tiempo querer destruirlo. Yo intenté escapar de ella decapitando a la mía, sin darme cuenta de que ese gesto sería solo el primero de muchos contra esta dualidad. Sin darme cuenta de que ser una chica es vivir en una permanente batalla contra esta dualidad.
En 1973, la diseñadora gráfica feminista Sheila Levrant de Bretteville quiso hacer una pieza sobre el color rosa para una exposición en el American Institute of Graphic Arts, preguntándole a mujeres de diferentes edades qué opinaban sobre ese color y qué cosas asociaban a él. Después colocó en un póster los papeles en los que habían escrito sus respuestas, como si fueran los parches de una gran colcha. De entre todos, hay uno que siempre me llama la atención: el que dice en letras mayúsculas “SCRATCH PINK AND IT BLEEDS”. Esta frase es quizá la que mejor representa también a Barbie, a todo su universo y a nuestra complicada relación con ella. Si rascas un poco debajo del rosa, ahí siguen todas nuestras heridas abiertas.
Cosas que han captado mi atención últimamente:
Llevo dos semanas leyendo sobre Barbie sin parar y no todas las referencias me cabían en la newsletter (a pesar de lo larga que es!), pero no quería dejar de recomendaros un texto de Surfacing sobre momentos de la historia en los que Barbie ha inspirado movimientos de protesta (contra ella o a través de ella) y la newsletter que Jessica DeFino le dedicó a Barbie, donde explica cómo está contribuyendo a popularizar de nuevo los estándares de belleza de la muñeca, subrayando lo contradictorios que son los mensajes que envía la película con los que se nos siguen mandando en el mundo real. Y por supuesto, los vídeos que han hecho Estela Ortiz y Julieta Wibel sobre el tema.
Los instagrams de Mariana Enriquez e Isabella Rossellini me hacen infinitamente feliz.
Tres cosas que vi la semana pasada en torno a la muerte de Sinéad O'Connor: una reflexión en los stories de Brigitte Vasallo (sorry, no hice captura) en la que se preguntaba por qué la mayoría de las fotos que se utilizaban para dar la noticia eran de cuando la cantante era joven, estas declaraciones sobre las consecuencias que tuvo para ella romper la foto del Papa (es un extracto de una entrevista fantástica que le hicieron en The Guardian en 2021) y este carrusel de Muchacha Fanzine con el que no puedo estar más de acuerdo:
Un ataúd para la Barbie... qué pasada 🙌