Esta semana fui a Cineteca a ver un documental que quizá muchas ya habréis visto, porque tiene ¡17 años! (una vida entera en años del siglo XXI). Es la peli que Ila Bêka y Louise Lemoine le dedicaron a Guadalupe Acedo, la mujer extremeña encargada de limpiar una casa diseñada por el famosísimo arquitecto neerlandés Rem Koolhaas. La casa está en Burdeos y, la verdad, la historia detrás de su construcción es bastante guay.
Resulta que quien le hizo el encargo a Koolhaas fue un matrimonio con mucho dinerito que llevaba años pensando en construirse una casa nueva, pero sin acabar de tener claro qué es lo que querían. Antes de que llegaran a tomar ninguna decisión, el hombre —que era, por cierto, el padre de Louise Lemoine, de ahí el acceso privilegiado que estos cineastas tuvieron a la casa— tuvo un accidente que le dejó en una silla de ruedas. Esto les llevó a replantearse el proyecto completo de su nuevo hogar. Compraron un terreno a las afueras de Burdeos desde el que había unas espectaculares vistas de la ciudad y contactaron con Rem Koolhaas. Según el blog Stories of Houses, el hombre le dijo a Koolhaas que, al contrario de lo que podría pensar, no quería una casa simple, sino una casa complicada, porque básicamente esa casa sería su mundo.
Así que, el arquitecto, en lugar de optar por una solución sencilla en cuanto a accesibilidad, como podría haber sido una casa de una sola planta, decidió construir una de tres. Para que la silla se pudiera mover por todas ellas, crearía una plataforma elevadora del tamaño de una habitación que, además, permitiría acceder desde ella a una impresionante librería que ocuparía las tres plantas. Esa es la plataforma sobre la que vemos a Guadalupe Acedo subir con todos los bártulos de limpieza en una imagen que es, al mismo tiempo, épica y cómica. Y que, sobre todo, lleva a cualquiera que la vea a preguntarse cómo se limpia una casa así.
El nombre de Rem Koolhaas suele aparecer a menudo asociado a conceptos como “estrella”, “profeta”, “artista”, “gurú”, “intelectual” o “provocador”. Me pregunto qué conceptos aparecerían junto al nombre de Guadalupe Acedo o cómo le gustaría a ella que la definieran. Viendo el documental, a mí se me vienen a la mente adjetivos como “enérgica”, “resolutiva”, “ingeniosa” o “extremadamente apañada”. Esta mujer recorre las tres plantas de esa casa y sus alrededores con un poderío desbordante, pero viéndola queda claro que los arquitectos-artistas no parecen construir las casas pensando en quién tendrá que limpiarlas. Al menos no esta. Guadalupe hace auténticos malabarismos para fregar los estrechísimos escalones de una escalera de caracol en la que a duras penas caben los utensilios de limpieza, quita el polvo de recovecos imposibles, corre y descorre cortinas infinitas, pasa la aspiradora hasta por el interior de los cajones de la cocina y coloca los libros de la estantería para que queden alineados mientras sube en la plataforma elevadora.
Hay tareas a las que les pone un mimo especial, como la disposición de las cortinas, que acomoda como si lo hiciera para ella, de forma que quede “curioso”, o la colocación de una silla en cierta posición porque así se lo piden, a pesar de que la silla de marras quede en medio de todo y te vayas tropezando con ella cada vez que pasas por ahí. A Guadalupe le impresionan muchas cosas de esa casa, como las vistas, el armario para la vajilla o el hecho de que parezca que nada sostiene la última planta, que “flota” en el aire, pero es crítica con muchos otros: que sea todo de hormigón, “tan gris”, que ciertos muebles y objetos no sean funcionales o que incluso la famosa plataforma elevadora se quede bloqueada si un libro se cae de las estanterías que tiene alrededor —ya han tenido que venir a rescatarla más de una vez por este percance, así que no debe ser cosa rara—. Ante todo, es muy consciente de lo poco prácticos que resultan la mayoría de elementos del edificio cuando hay que sacar el mocho y ponerse a faenar.
Ella trabaja en esa casa. No en el despacho que se pensó como espacio de trabajo para el propietario, sino en toda la casa, manteniéndola limpia que es, al fin y al cabo, una forma de mantenerla en pie. En un momento dado del documental le preguntan si le gusta la casa y Guadalupe simplemente responde: “yo no la disfruto, solo hago la limpieza”.


Junto a ella, vemos a otros trabajadores que, con sus tareas, muestran el complejo mantenimiento de esta propiedad. Limpiar los cristales es una labor mastodóntica, teniendo en cuenta que buena parte del edificio es acristalado. Da la sensación de que, en cuanto has terminado de repasar todos los ventanales, tienes que volver a empezar de nuevo. La casa no tiene llaves, así que la puerta de entrada se abre con un original mecanismo —una especie de joystick— que tiene pinta de fallar cada dos por tres y ahí vemos al técnico intentando arreglarlo. También aparece el jardinero, regando con resignación un trozo de hierba quemada que se tuesta sin remedio por estar junto a una puerta de metal que se calienta demasiado cuando hace sol, pero que nadie va a cambiar porque, como él dice, estamos en una obra de arte. Y las obras de arte no se tocan. Los cristales se quiebran por el peso de la casa, hay goteras por todos lados y zonas del edificio en las que la humedad se está comiendo las paredes, porque se diseñaron para estar al descubierto y así se van a quedar.
Rem Koolhaas era un señor muy partidario de la grandiosidad, de lo impredecible en sus obras, para quien la funcionalidad no era lo primordial. Hay quien ve a Guadalupe —de una forma un tanto condescendiente, todo sea dicho— como una pobre mujer que resiste como puede dentro de este universo arquitectónico genial, lleno de máquinas que suben y bajan, artilugios varios y recovecos imposibles, pero la verdad es que Guadalupe es mucho más. Es la mirada de quien habita ese espacio en el día a día, no desde el confort para el que fue pensado, sino desde el machaque de quien se tiene que encargar de limpiarlo. Es los ojos dentro de un tipo de casa donde, normalmente, solo podemos imaginarnos cómo será la vida y seguro que lo hacemos de una manera hiperidealizada, idealización que ella desmonta con cuatro frases en el primer minuto que aparece en el documental. Ella transforma una obra de arte en una casa en la que vive gente y que, como toda casa en la que vive gente, da mucho trabajo.
Unas décadas antes de que Koolhaas recibiera el encargo para hacer este proyecto en Burdeos, Frances Gabe, una inventora y artista estadounidense, presentó al mundo una genialidad con la que Guadalupe habría soñado más de una vez de haber sabido de su existencia. Harta de las tareas del hogar, que consideraba un auténtico suplicio y una pérdida de tiempo, “un trabajo desagradecido e interminable”, Frances decidió crear una casa que se limpiaba sola. Aquí la tenéis, en los 90, mostrándole su invento a un reportero de la KGW:
Resulta que, tras divorciarse de su marido en los 70, empezó a darle vueltas al asunto de construir una casa que se limpiara sola. La idea irrumpió en su cabeza un buen día en el que, harta de que sus criaturas le llenaran las paredes de mermelada de higo, agarró una manguera y limpió las manchas así, a manguerazos. Frances comenzó este descomunal proyecto en su propio hogar en Newberg, Oregón, que culminaría en 1984, cuando lo patentó. Crear la Self-Cleaning House le llevó más de una década y en ese período se tuvo que enfrentar, no solo al cachondeo generalizado de quienes la tomaban por loca, sino a las propias amas de casa de la zona, que según contaba el New York Times en su obituario, se presentaron en su casa a increparle porque las iba a dejar sin trabajo. Pensaban que, si no tenían que limpiar la casa, sus maridos ya no las necesitarían. Fuerte esto.
Dentro, la casa contenía un total de 68 inventos diferentes: un armario para la vajilla que era, a la vez, un lavavajillas; una “lavadora” en la que la ropa se metía ya colgada en perchas, se lavaba, se secaba y salía de nuevo, directa al armario; una chimenea que se autolimpiaba e incluso un mecanismo para lavar la caseta del perro, y al propio perro, sin esfuerzo. Mi invento favorito son esa especie de aspersores que hay instalados en los techos de toda la casa y que le ahorraban limpiar el polvo, barrer y fregar. Había desagües en todas las habitaciones para que el agua se escurriera sola y un dispositivo de aire caliente terminaba de secarlo todo. Una casa en la que, cada dos por tres, caía agua del techo, tenía que protegerse de alguna manera. Y vaya si lo hizo. Todos los suelos estaban recubiertos con un barniz para barcos, los muebles con una resina especial, la tapicería era impermeable —con un tipo de tejido inventado también por Frances—, las camas se protegían con un toldo y los muebles, electrodomésticos, libros y cuadros con plásticos.
La historia de la Self-Cleaning House no termina muy bien: Frances patentó sus inventos, pero una patente cuesta dinero y ella acabó quedándose sin ahorros, así que la perdió. Mantener la casa tampoco era barato. Durante un tiempo, Frances cobró entrada a quienes iban a visitar su creación, pero ese dinero no alcanzaba para cubrir todos los gastos que generaba, a lo que hay que sumarle el impacto de inundaciones y terremotos. Así que la casa acabó echándose a perder, aunque Frances vivió allí hasta que su familia se la llevó a una residencia, donde pasó los últimos años de su vida.
Aunque no consiguió mantener la patente ni sacar ningún beneficio económico de su obra, Frances Gabe siempre será recordada por haber inventado la primera casa que se limpiaba sola, considerada por arquitectos y constructores como “funcional y atractiva”. Y por haberse propuesto un reto casi imposible como es el de automatizar las tareas del hogar, aparentemente uno de los más difíciles del mundo, porque seguimos teniendo que limpiar las casas con nuestras manitas —o pagando a otras manos para que lo hagan—, con la única ayuda de algunos aparatos y electrodomésticos. Si os interesa este tema, os recomiendo mucho el libro Después del trabajo. Una historia del hogar y la lucha por el tiempo libre, de Helen Hester y Nick Srnicek, que habla largo y tendido sobre la historia de los avances tecnológicos en el hogar y cómo estos apenas han reducido la carga del trabajo doméstico, que por supuesto, seguimos haciendo mayoritariamente las mujeres. Ya lo dijo Frances Gabe en 1981 en unas declaraciones a The Baltimore Sun:
Puedes hablar todo lo que quieras de la liberación de las mujeres, pero las casas todavía están diseñadas para que las mujeres tengan que pasar la mitad de su tiempo de rodillas o con la cabeza metida en un agujero.
Viendo lo complejo que era para Guadalupe limpiar la casa ideada por Koolhaas y el desafío al que se enfrentó Frances por negarse a invertir horas y horas en las tareas del hogar, también podríamos pensar que el quién y el cómo se limpia una casa no ha estado nunca en el top 5 de preocupaciones de quienes las han construido durante siglos: los hombres. Las historias de estas dos señoras sacan a relucir lo que la mayoría de las mujeres ya sabíamos, pero que es necesario que quienes no suelen atender a estos pormenores escuchen con atención.
Cosas que han captado mi atención últimamente:
Seguro que conocéis @theaidsmemorial, la cuenta de Instagram dedicada a recordar a las víctimas del sida. Merece la pena leer todas las historias que publica, pero hace un par de semanas publicaron la de Rick Walker y su pareja Tom Sterling, y no he dejado de pensar en ella. Y en la foto.
El episodio de The Culture Journalist dedicado a Zyn, unos pequeños saquitos de nicotina que te colocas en las encías y que se han convertido en una especie de símbolo de la masculinidad “bro” más espeluznante y de la alt-right estadounidense. La primera vez que leí sobre Zyn fue en el artículo que T.M. Brown le dedicó en el New York Times y es a él a quien entrevistan en The Culture Journalist para profundizar un poco más en este fenómeno. Apasionante.
Este segmento del programa A Vivir dedicado a las patatas fritas y a su presencia en el cine y en la historia, donde además visitan uno de los mejores museos de comida en los que he estado jamás: el de las patatas fritas en Brujas.
Este tweet:
La newsletter que ha empezado Paloma 🤍
Esto de Millás sobre leer en el metro, o donde sea.
Estuve en Berlín a principios de año y fui a ver la expo de Nan Goldin que había en la Neue Nationalgalerie. No conocía sus fotos de niñas y niños, la mayoría hijas e hijos de sus amigos, que ha recopilado en la pieza Fire Leap. Una preciosidad. Dice que le fascina cómo las criaturas son capaces de retirarse a su propio mundo aun cuando están rodeados de gente, su forma de expresar lo que sienten y cómo, cuando llegan al mundo, en realidad “ya lo saben todo y es la vida la que les enseña a olvidarlo”.
Este video de Angelo Badalamenti explicando cómo compuso la melodía de Laura Palmer para Twin Peaks siguiendo las instrucciones que iban saliendo de la imaginación de David Lynch 💔
Esto de Anne Helen Petersen sobre alejarse un poco —o del todo— de las redes sociales, algo que cada vez más gente está haciendo, y no me extraña con el panorama de señores rancios que están al mando de las plataformas y a los que, lo lógico, sería no darles ni un minuto más de nuestro tiempo y dinero. Pero nada es tan fácil y, con este tema, yo tengo sentimientos contradictorios. No solo por el enganche que tengo o porque buena parte de mi trabajo dependa de las redes sociales, sino porque en ellas sigo encontrando cosas muy buenas. Por eso me ha gustado leer sus reflexiones sobre este tema y también las que ha recopilado de otras personas, que dan una visión bastante amplia del asunto. Aunque no creo que vaya a alejarme de las redes en un futuro próximo, me gusta leer lo que la gente piensa y escribe sobre ello.
He estado viendo Somebody, Somewhere y uff… Me ha encantado. Es ese tipo de serie que no quieres que acabe nunca y me muero de pena porque, al parecer, no va a haber más temporadas 😭 Es una comedia —con la que lloras muchísimo— sobre la amistad, el duelo, el fracaso, la soledad y el miedo a ella, el amor, el aburrimiento, el sentir que no perteneces a un lugar y cómo hay quien se da cuenta de eso, te saca de tu cascarón y te hace sentir querida. Vamos, una serie sobre todas las cosas que importan en la vida. Ambientada en un pueblo del Midwest, tiene unos personajes increíbles y unas tramas aparentemente muy sencillas pero llenas de emoción y que se tratan con una sensibilidad maravillosa. También es muy útil si quieres recuperar la fe en la humanidad y reafirmarte en que Estados Unidos es mucho más que Trump y Musk y toda esa basura. E igual vosotras ya la conocíais, pero yo he descubierto a Bridget Everett gracias a esta serie y estoy fascinada. En fin, que hoy quería despedirme con esta canción, que forma parte del primer episodio y que es una de las escenas más guays de toda la serie ❤️🩹
Qué maravilloso post. Gracias por todas las pistas.
Gracias! Como disfruto leerte