🎵 “I’m not mentally in a good place, so I’m baking”🎵 (es decir, “no estoy mentalmente bien, así que me he puesto a cocinar”) fue uno de los trends más populares de TikTok y reels en 2021. En estos vídeos vemos a gente preparando todo tipo de bollitos, pasteles, galletas y cosas dulces con muy buena pinta mientras canturrean alegremente que están fatal de la cabeza. La comida y la salud mental no son dos cosas que veamos de la mano muy a menudo, pero su relación es bien estrecha y muy MUY interesante. Además, creo que en los dos últimos años, a raíz de la pandemia y el confinamiento, esta relación se ha hecho mucho más evidente y, sobre todo, más visible en las redes sociales.
Ya en 2019, antes de toda la movida del covid, el New York Times se preguntaba si lo que comemos puede afectar a cómo nos sentimos e introducía el concepto de psiquiatría nutricional, una rama relativamente nueva de la psiquiatría que investiga la relación entre los alimentos y nuestro estado de ánimo. Que la comida influye en cómo nos sentimos es un hecho que prácticamente todo el mundo habrá constatado por sí mismo cualquier día que haya estado de bajona. La cosa es que, cuando estamos mal, no siempre –casi nunca, de hecho– optamos por la “mejor opción” para nuestra salud mental: lo que nos reconforta a nivel físico quizá no sea lo mejor para nuestra cabecita.
El artículo del New York Times hablaba de algo que, por muy evidente que parezca, no ha recibido, hasta hace bien poco, la atención que merecía: si hacemos cambios en nuestra dieta cuando tenemos un problema en el corazón o en el estómago, ¿por qué no hacemos lo mismo cuando el problema está en nuestro cerebro? En los últimos años la cosa ha ido incluso más allá y se está hablando de una conexión directa entre nuestro cerebro y nuestro intestino, ya que el microbioma (la comunidad de microorganismos) que habita en nuestras tripas produce neurotransmisores como la serotonina y la dopamina que regulan nuestro estado de ánimo y nuestras emociones. Es más, aquí va un dato del que yo personalmente no tenía ni idea: el 90% de los receptores de serotonina se encuentra en los intestinos 🤯
Cambiar lo que comemos no va a arreglar por sí solo un problema de salud mental (sobre todo si se trata de un trastorno grave) ni sustituye a la terapia o a la medicación, pero sí que puede contribuir a mejorarlo, del mismo modo que contribuyen otros hábitos como dormir bien. La comida no hace milagros y, aunque parece que existe una correlación entre comer bien y tener una buena salud mental, aún hace falta mucha investigación en este campo para atreverse a hacer afirmaciones rotundas. También es importante recalcar que no hay una única manera de “comer bien” y que nuestros hábitos alimenticios son demasiado complejos como para aventurarse a dar consejos nutricionales a la ligera. En la elección de lo que comemos influyen factores como nuestra economía, nuestra clase social, nuestras costumbres, por supuesto nuestros gustos personales y, con frecuencia, estas elecciones están atravesadas por otras tantas circunstancias como la culpa, el estado de ánimo, el tiempo del que disponemos, el tipo de trabajo que hacemos, la gente de la que cuidamos y un largo etcétera.
Pero la intención de este texto no es meterme en territorios que no son el mío y mucho menos cuando esos territorios tocan un tema tan delicado como la salud mental. Así que, enough de hablar sobre si la comida afecta a nuestro estado de ánimo desde un punto de vista científico y vayamos con un punto de vista más de andar por casa.
La verdad es que llevo dándole vueltas a este tema desde la pandemia. ¿Os acordáis de ese momento de 2020 en el que nos dio por hacer bizcochos en masa y acabamos con las existencias de harina y levadura en los supermercados? El País publicó un artículo por esas fechas en el que explicaba cómo eso de darnos caprichos en tiempos inciertos funcionaba a modo de recompensa, como una palmadita en la espalda en forma de magdalena, un “te lo mereces” por lo que estás pasando. No es difícil entender que los bizcochos (o cualquier otro capricho similar, hay a quien le tiran más la patatas fritas o el vino) tienen una especie de efecto terapéutico y pueden hacernos sentir mejor en momentos en los que lo estamos pasando mal. Pero más allá del placer de comerlos, me interesa el fenómeno de prepararlos. ¿Qué nos aporta cocinar cuando estamos atravesando una situación complicada?
Volviendo al artículo del New York Times, en su párrafo final el psiquíatra Drew Ramsey –autor de un libro titulado Eat to Beat Depression and Anxiety– habla de cómo la comida y la cocina son territorios que permiten el control: “No podemos controlar nuestros genes, quiénes son nuestros padres o si viviremos eventos traumáticos o violentos, pero podemos controlar lo que comemos y eso le proporciona a la gente acciones que pueden llevar a cabo a diario para cuidar la salud de su cerebro”. En esta línea de sentir que tienes el control de algo, John Whaite, ganador en 2012 del reality show The Great British Bake Off y diagnosticado de trastorno bipolar desde 2005, contaba a la BBC que, aunque obviamente cocinar no cura su trastorno, sí le ayuda a sobrellevarlo:
Cuando estoy en la cocina, midiendo la cantidad de azúcar, harina o mantequilla que necesito para una receta o cascando la cantidad exacta de huevos, siento que tengo el control. Esto es muy importante, porque una de las claves de mi trastorno es el sentimiento de que no tienes control.
Breve paréntesis para destacar –y aplaudir– lo abiertamente que muchos de los concursantes de este reality británico han hablado sobre sus problemas de salud mental, desde la ansiedad a los trastornos de la conducta alimentaria. Tampoco quiero pasar por alto cómo este programa tiene un cierto efecto terapéutico y es una especie de bálsamo, de “lugar feliz”, en el que mucha gente encuentra confort cuando lo necesita. Según el Washington Post, The Great British Bake Off se ha ganado la fama de ser un concurso “ridículamente amigable” (en el mejor de los sentidos) por la humildad que demuestran sus concursantes, lo mucho que se ayudan entre sí y la amabilidad de sus jueces. Y la vedad, todas estas son cosas de las que andamos un poquito faltas en el mundo de hoy en día en general.
La cocina es una tarea sencilla, estructurada y no estresante que requiere nuestra atención, por eso mucha gente recurre a ella cuando se siente mal o está baja de ánimo e incluso se recomienda como terapia para lidiar con algunas enfermedades mentales. Tener el control sobre el proceso de cocinado de un guiso o de un bizcocho también nos puede ayudar a manejar el estrés y, superimportante, es un acto creativo. Según un estudio publicado en 2016 en el Journal of Positive Psychology, actividades creativas como la cocina nos ayudan a relajarnos, afectan positivamente a nuestras emociones y nos proporcionan una sensación de crecimiento personal. Además, cocinar tiene una vinculación directa con el cuidado y el bienestar, ya sea de nosotras mismas o de quienes tenemos alrededor.
Y si la relación entre cocina y salud mental es tan estrecha, ¿por qué no lo vemos reflejado, por ejemplo, en las webs de recetas? ¿No sería fantástico que alguien nos aconsejara sobre qué podemos comer cuando no tenemos la fuerza física ni mental para pelar una mísera zanahoria? Uno de mis referentes culinarios en Instagram es Bueno Pa Ti, el recetario online de mi amiga Elvira, que define su cuenta como “Cocina fácil y resultona para millennials deprimidos”. En sus posts, que van siempre acompañados de unas fotos fantasía que te hacen salivar con solo mirarlas, visibiliza muchos de nuestros malestares cotidianos mientras te da recetas sabrosísimas, fáciles y veggie-friendly. “Me da la sensación de que muchísima gente de nuestra generación vive en un eterno bucle de ansiedad y depresión, y creo que el acto de ponerse a cocinar, sacar una sartén y atarse un delantal ya es terapéutico en estos casos”, me dice cuando le cuento que estoy escribiendo este texto y le pregunto si cree que la cocina nos puede ayudar en momentos de salud mental complicados.
Si echas un vistazo a sus publicaciones te darás cuenta de que Bueno Pa Ti es mucho más que una cuenta de recetas. Aquí se habla de cosas como que la vida te atropelle y no tengas tiempo ni de verte con las amigas, de ansiedad y estrés, de estar jodida con la regla, de querer al cuerpo y tratarlo como se merece, de estar hasta el coño de los señores, de ser antisistema pero correr despacio –dios, me siento tan representada que quiero llorar– o de cómo hacer tarta de limón cuando la vida te da limones. También hay recetas inspiradas en memes o en personajes de cómic, guiños a RuPaul's Drag Race, salsas que te cambian la vida –doy fe, porque yo la hice y desde entonces no soy la misma persona–, obras maestras del naming gastronómico como la Kitsch Kardashian, sofisticación y gocherío, y bien de comfort food. Mirad, ¿existe algo que resuma mejor vuestro estado emocional de estos últimos cientos de meses que el texto que acompaña a esta receta de rollitos de verduras?
Hola, queridas amigas. ¿Cuántas de vosotras habéis petado en los últimos meses? Una de las cosas que más me sobrecogen de hacernos mayores es lo fácil que es perder el norte. Hay que ser de una pasta especial para estar mentalmente adaptada a este mundo, también os lo digo. Nos ha tocado una generación regulera y una pandemia mundial chunga y estamos todas cucú de la cabeza. No pasa nada, es normal. Un antiguo compañero de piso ahora dice que es chamán. En fin.
Una de las cosas que me ayuda más a tener los pies en la tierra es cocinar. Poneos a cocinar. En serio. Veréis qué bien. Si os lo podéis permitir, id a terapia y buscad ayuda. Pero si no, poneos a cocinar. Batallar demonios es un rollo y más rollo es no batallarlos. Por eso, los rollos que os traemos hoy son un buen punto por el que empezar a cogerle el gustillo a estar en la cocina si te encuentras fatal (ansiedad/depresión), no puedes leer un párrafo y no has cocinado en tu vida. Esta es una de esas recetas capaces de sacarte de la cama. Te queremos, moza.
Sinceramente, este preámbulo antes de explicarte de forma mega sencilla cómo se prepara una receta que encima está buenísima, es lo más parecido a un abrazo de tu abuela o de tu mejor amiga que te puede llegar a través de una pantalla.
Le pregunté a Elvira sobre la utilidad de la cocina a la hora de lidiar con temitas de salud mental y me dijo lo siguiente: “En primer lugar, cocinar es muy fácil. No hace falta hacer virguerías para sacar algo rico. Si estás pasando por un episodio depresivo de esos que te cuesta lavarte el pelo, puedes empezar por lo más sencillo: un sándwich bueno con una cosilla así diferente, una pasta fácil con verduras de éstas que vienen ya cortadas, por ejemplo. Con el mínimo esfuerzo te puede quedar algo bastante respetable. Y si estás pasando por un pico de ansiedad horrible, cocinar pone en marcha los sentidos. Tener cuidado de no cortarse, amasar algo, medir los ingredientes, oler el sofritito... Pues tranquiliza. Cocinar puede sacarte de la cama y de tu cabeza. Además, cuando comes bien te estás cuidando. En un momento de salud mental complicado, cocinarte algo rico es una manera de quererse a una, de mostrarse amor y respeto”.
También le pregunté por cómo le había ayudado a ella la cocina a nivel personal: “Para mí cocinar es a la vez un acto de amor y un bote salvavidas. Cuando estoy bien, me encanta cocinar para la gente que quiero y me lo paso casi mejor cocinando que comiendo. Y cuando estoy mal es una manera de centrarme. He tenido problemas de ansiedad bastante severos, y en esos momentos en los que apenas puedes funcionar porque todo tu ser está acorralado en tu amigdala, no hay nada que me siente mejor que hacer un buen curry, te lo digo de verdad. También, cuando noto que me viene un síndrome premenstrual de esos que me va a dejar tonta, me gusta hacer una tarta, un bizcocho o unas magdalenas. La repostería requiere concentración y precisión: así se me echa menos el mundo encima. Y, cuando viene con toda su violencia el SPM, ya tengo un dulcecito preparado”.
Sus palabras me recordaron a las de la encargada de una de las tiendas de Depressed Cake Shop, un proyecto que utiliza la pastelería para hablar y generar debate en torno a la salud mental: “Durante años, he recurrido a la cocina, salada o dulce, porque obtengo un cierto alivio al crear algo que, en sí mismo, implica bondad, amor, cuidado –a veces incluso belleza–, cuando lo que siento en ese momento es fealdad, dolor y que todo a mi alrededor se va por el desagüe”. El autocuidado, una palabra que ha perdido casi todo su sentido por lo sobada que la tienen la publicidad y los reportajes de lifestyle, recobra aquí su verdadero significado. Cocinar es amor del bueno, hacia una misma y hacia los demás, si cocinamos para otras personas.
El título de este post viene de un vídeo que vi en la cuenta de dietstartstomorrow, donde un chico se preguntaba –después de haber hecho tres pasteles, un banana bread y no sé cuántas cosas más–, cuándo se suponía que el dolor remitía de una vez. En los comentarios de este vídeo hay de todo (menos mal que la mayoría pilla la ironía y entiende que este chaval no pretende tratarse la depresión únicamente haciendo bizcochos), pero mucha gente coincide en lo mucho que la cocina, especialmente la pastelería, le ayuda a mantener la mente ocupada en otra cosa cuando no están pasando por un buen momento.
¿Le estamos pidiendo demasiado a la cocina si queremos que sea nuestra salvación divina cuando todo se desmorona a nuestro alrededor? Probablemente sí. Ya lo hemos dicho antes, pero no está de más insistir en ello: cocinar no sustituye el ir a terapia, pero puede ayudar. Parar durante un rato la matraca mental que llevamos encima concentrándonos en picar cebolla para un sofrito, dejar a un lado el estrés y preparar una sopa con la calma, lidiar con la frustración a pequeña escala que nos puede provocar que el bizcocho no suba o que se nos cuaje demasiado el huevo de la tortilla, permitirnos equivocarnos y ser majas con nosotras mismas y decirnos que no pasa nada, crear algo, comernos algo rico que hemos hecho con nuestras propias manos, compartirlo con alguien para una experiencia mega top... No existe una solución mágica para nada en esta vida, pero por suerte hay recetas que nos permiten hacerla un poco más llevadera.
Me despido por hoy con una meditación guiada de la cuenta de aidenarata que podemos hacer mientras esperamos a que hierva la pasta. Byeeee.
Cosas que han captado mi atención últimamente:
El último episodio del podcast There Are No Girls on the Internet (en inglés), que trata sobre la desinformación en TikTok, centrándose especialmente en los vídeos relacionados con la invasión rusa de Ucrania. Para ello hablan con la experta en redes sociales Marieke Kuypers, que dice cosas superinteresantes y habla de por qué los medios tradicionales no conectan con las generaciones más jóvenes.
Por temas del curro, esta semana llegué a un estudio que lleva por título Equidad y salud menstrual en España y que ha sido realizado por investigadoras del Institut de Recerca en Atenció Primària Jordi Gol i Gurina. Además de analizar las consecuencias que tuvo la pandemia sobre la regla de 17.455 mujeres y personas que menstrúan en España (aumento del dolor menstrual, cambios en la duración de los ciclos y sangrados más abundantes, por mencionar solo algunas), este estudio expone entre sus conclusiones que existe una relación clara entre la situación laboral y económica y la salud menstrual (sí amigas, la precariedad y el estrés que se deriva de ella afecta a nuestras reglas, ¡cómo no iba a afectar!) o que es imprescindible incluir la perspectiva de género y la salud menstrual como signo vital de salud en la asistencia sanitaria. Sí a todo.
Esta acción de un documentalista y un publicista, ambos mexicanos, que introdujeron en el Museo Etnográfico de Viena unas audioguías en las que se podía escuchar un relato alternativo al que ofrecía el propio museo y, a través del cual, exigían el regreso a México del Penacho de Moctezuma, un objeto prehispánico que el país lleva reclamando a Austria desde los años 90. “Nuestra labor era llevar su voz. Los museos cuentan un lado de la historia, nosotros queremos contar el otro lado”.
Por fin se ha traducido al español el maravilloso libro de bell hooks Enseñar pensamiento crítico, una colección de ensayos en los que la autora reflexiona sobre cuestiones relacionadas con la raza, el género o la clase social desde el punto de vista de la enseñanza. En este libro, hooks habla por ejemplo del poder del humor en el aula, de por qué está mal visto romper a llorar frente a tus estudiantes o de cómo las profesoras negras se enfrentan a los estereotipos racistas en clase.
Un meme me hizo recordar esta canción de Kate Bush sobre una persona que pasa demasiado tiempo con su ordenador porque se siente muy sola. Nuestro día a día, vaya, pero es que la canción es de 1989. ¡Visionaria! Kate Bush es genial, hay que escucharla y venerarla siempre. Y lo de visionaria va en serio, mirad lo que decía en una entrevista el mismo año en el que salió Deeper Understanding:
[La canción] es sobre la gente… bueno, sobre la situación actual, en la que más y más gente está teniendo menos contacto con otros seres humanos. Nos pasamos el día con máquinas; la noche con máquinas. Te pasas el día al teléfono, la noche viendo la televisión. Aprietas un botón, pasa esto. ¡Si hasta puedes hacer la compra a través del teletexto! Es como si esta gran cadena de máquinas te impidiera salir al mundo exterior. Es como si cada vez más humanos se estuvieran quedando aislados y contenidos en sus casas. (…) ¡La gente realmente construye relaciones muy intensas con sus ordenadores!
Maravilla! Me ha encantado. Qué gusto leerte, querida. Y sí, yo también me enganché a esa salsa tan rica. Seguro que es esa de la que hablas :)