¿Qué escribimos cuando escribimos un diario? ¿Qué tipo de cosas le contamos al papel que preferimos no compartir con nadie más? ¿A quién nos dirigimos? Hace años que no escribo un diario aunque sé de sobra los muchísimos beneficios que tiene hacerlo, pero quizá por haber encontrado otros lugares (otros lugares = las redes sociales) en los que volcar mis alegrías y mis penas, no tengo un diario personal, uno de esos que no le enseñas a nadie y que incluso guardas bajo llave. ¿Será que no soporto escribir sin pensar en que voy a tener una audiencia que me lea? Puede que sea eso o puede que no quiera complicarme la vida con otra actividad extra que me hará mejor persona mientras sufro por intentar cumplir con ella y con la disciplina de escritura que seguramente me impondría y me sentiría culpable por no acatar. En los últimos años lo he intentado varias veces, de verdad, pero todos los intentos han acabado siendo un fracaso.
Salvando las distancias, me siento menos sola en este fracaso sabiendo que alguien como Zadie Smith tampoco es capaz de llevar un diario. De pequeña tuve varios, entonces me parecían auténticos tesoros, escondites donde apretujar todos esos sentimientos que no podía compartir con nadie porque me daba vergüenza. Si ahora los leyera estoy segura de que serían puro cringe, aunque dudo que si hoy lograra escribir un diario apuntara las mismas cosas que apuntaba entonces. De hecho, me he dado cuenta de que en todos esos diarios que he intentado llevar (sin éxito) siendo adulta solo apunto cosas chungas, las cosas que me hacen sentir peor, que me atormentan, que me dan pánico o que me siguen pesando aunque hayan ocurrido hace siglos. Son muros de las lamentaciones, no hay nada alegre en ellos, por eso me cuesta abrirlos incluso años después, porque ahí no hay nada bueno, ni un solo lugar feliz en el que refugiarse.
Envidio a la gente que sabe escribir buenos diarios. Hace unos meses, Alicia Kennedy hablaba en su newsletter del libro Ongoingness: The End of a Diary, donde la escritora y poeta Sarah Manguso explica las razones que la llevaron a escribir un diario durante más de 25 años, un documento que en 2015 llegaba a las 800.000 palabras 😱. En el libro, Manguso dice (traducción libremente perpetrada por mí, como todas las de esta newsletter):
Escribía para poder decir que realmente estaba prestando atención. La experiencia en sí no era suficiente. El diario era mi defensa ante la idea de despertarme al final de mi vida y darme cuenta de que me había perdido algo.
La obsesión de Sarah Manguso por registrar todo lo que le pasaba era algo así como un FOMO existencial, una titánica tarea cuyo objetivo era combatir la ansiedad que genera la mera existencia y también el miedo a olvidar. Cuando se quedó embarazada, su forma de entender la vida cambió, como parece que le ocurre a muchas personas (y como parece lógico que ocurra cuando estás a punto de sacar a una criatura de tus entrañas). Pasó de tener la compulsiva necesidad de escribir todo lo que le ocurría porque pensaba que cualquier pequeño acontecimiento podía tener el potencial de cambiar su vida para siempre, a darse cuenta de que estaba dando por hecho que siempre se acordaría de las cosas a tiempo para apuntarlas y de que se olvidaría de ellas tan pronto como las hubiera escrito. Sin embargo, las pérdidas de memoria que experimentó durante su embarazo y los recuerdos de su propia infancia que volvieron a su mente después de que el bebé naciera, tiraron por tierra todas estas certezas:
Estaba simultáneamente olvidando más de lo que nunca pensé que podría sobrevivir a olvidar y recordando más de lo que nunca pensé que recordaría. Y me quedó claro que mi experiencia de la memoria y de mí misma y del tiempo no eran como yo pensaba que habían sido. Supongo que el embarazo y la maternidad fueron desencadenantes de una nueva forma de entender la posición de mi propio yo en el tiempo.
Fuerte esto, ¿eh? Aún así, Sarah Manguso no dejó de lado su obsesión por escribir un diario, pero en su caso la experiencia de la maternidad le sirvió para comprender mejor por qué lo hacía. Y es bastante fácil empatizar con su obsesión, porque es un poco la de todo el mundo hoy en día. Así lo contaba en una entrevista con Julie Beck en The Atlantic:
Beck: En un punto del libro señalas que, por lo general, vivir en el pasado se ve como algo negativo, al igual que vivir preocupándose demasiado por el futuro. Escribes “Me gustaría saber cómo habitar el tiempo de una forma que no sea un defecto de carácter”. ¿Qué hace que esas formas de habitar el tiempo estén “mal”? ¿Crees que algún día encontrarás la correcta?
Manguso: No creo que estén “mal” per se. Sin duda, me refería a esa suposición cultural que considera socialmente incorrecto estar nadando todo el tiempo en la nostalgia pero también estar enfocada en tu potencial e ignorar el estado actual de las cosas. Parece virtuoso, o al menos yo pienso que se representa como virtuoso en nuestra cultura, vivir el momento, incontaminada por el pasado y libre de la ansiedad por el futuro.
Supongo que hay dos formas muy básicas de enfocar un diario: 1) registrar solo los momentos importantes de verdad —sean buenos o malos— y 2) registrarlo todo, sin importar la relevancia que tengan las cosas en el momento e incluso siendo consciente de que no la tienen en absoluto. La segunda me agobia solo de pensar en ella y en la primera ya he confesado que he fallado varias veces por incapacidad, supongo, de reflexionar sobre las cosas buenas de la vida o, más bien, de reflexionar sobre ellas mientras me están pasando. ¿Será que secretamente pienso que si escribo sobre ellas “tan buenas no serán”? El caso es que ambas van a parar al mismo sitio: escribir para entenderse con el mundo. No es ningún secreto que escribir ayuda a organizar los pensamientos y, por tanto, puede ser una manera buenísima de comprender lo que nos rodea, especialmente cuando el mundo cambia demasiado rápido o es un dispensador infinito de ansiedad y frustración.
Arthur Crew Inman (1895–1963), a quien yo tampoco conocía hasta que me puse a indagar sobre el tema, escribió el que algunas personas han calificado como el diario más “brutalmente honesto y explícito de la historia”, y lo más fascinante es que lo hizo contando las experiencias de otras personas. No solo, claro, incluyó también las suyas, pero en su afán por comprender el mundo que le rodeaba desde la reclusión en la que vivía, puso anuncios en los periódicos de la época buscando personas que le contaran los detalles más íntimos de sus propias vidas. De ahí que The Inman Diary comience con un listado de personajes que, en conjunto, conforman un proyecto de diario de 155 volúmenes y 17 millones de palabras que se extendió durante más de 40 años, desde 1919 hasta el suicidio de su autor en 1963.
Arthur Inman fue un poeta fracasado (no lo digo yo, lo dice la Wikipedia) que pasó buena parte de su vida encerrado, por voluntad propia, en su habitación. Tras sufrir un colapso nervioso en sus años de universidad, se autodiagnosticó una suerte de invalidez —y algunas enfermedades más en lo que parece un caso claro de hipocondría—, que se convirtió en su salvoconducto para recluirse en una oscura habitación de Boston el resto de su vida. Por supuesto, esto se lo pudo permitir gracias a que provenía de una familia con dinerito. Con ese dinerito, Inman fue capaz de pagarse todo tipo de médicos (tenía, al parecer, una fijación especial con la osteopatía), así como personal que trabajaba en su casa y que era, además, su enlace con el mundo exterior. A pesar de sus problemas de salud y de su peculiar forma de vida, Inman llegó a casarse con una mujer llamada Evelyn, a quien convirtió en la “heroína de su diario” y de la que tan pronto hablaba bien como mal, dependiendo de cómo se levantara ese día.
Datos biográficos aparte, ¿qué llevó a esta persona a escribir un diario tan extenso y, sobre todo, a combinar en él sus experiencias con las de otras personas? Según la introducción del libro que compila (de forma resumida) su larguísimo texto, el objetivo principal de Inman era trascender, alcanzar la inmortalidad que no había logrado con sus versos y “contener el tipo de información que él mismo había buscado y no había encontrado en otros diarios”. En The Inman Diary encontramos las quejas de Arthur sobre sus múltiples problemas de salud —desde las hemorroides hasta su extrema sensibilidad al ruido y la luz; de hecho, las molestias que le generaba el ruido desencadenaron varios de sus intentos de suicidio, incluido el último y el que acabaría siendo mortal—, pero también sus lamentaciones espirituales, su obsesión por el pasado familiar, las disputas con su casero, sus opiniones políticas (era un racista de tomo y lomo, por cierto) y un sinfín de anécdotas del día a día más o menos aderezadas por su imaginación. ¿Es entonces un diario o una autobiografía novelada? Pues un poco ambas cosas, aunque la mejor definición es la que dio el editor de la obra, Daniel Aaron: se trata de un diario sobre la escritura de un diario. Todo muy meta, vaya.
Mientras que Sarah Manguso hablaba sobre cómo, con el tiempo, sus diarios se fueron volviendo cada vez menos narrativos —a veces nos lo tenemos que recordar, pero en principio, cuando escribimos un diario no escribimos para nadie más que para nosotras mismas, así que ¿para qué andarse con florituras?—, Arthur Inman construyó una suerte de novela de no ficción con historias propias y ajenas y una narrativa muy particular. Él mismo se comparaba con Balzac y aspiraba a hacer en no ficción algo similar a lo que el autor francés había hecho con la ficción (como veis, no iba mal de autoestima el hombre).
El Diario es a la vez una historia de mis tiempos y la historia de mi autodescubrimiento. Nada (o casi nada) se ha ocultado. Mi egoísmo, mi crueldad, mi decepción, todo eso está ahí. Pero cuando conozcas a mi verdadero yo, te darás cuenta de que mis acciones hicieron posible mi supervivencia.
“La completa honestidad que se exige a sí mismo es admirable, pero también es un acto de absoluta exhibición”, afirma el autor de este artículo de 1985 sobre The Inman Diary. Como leemos en las anotaciones de su editor, el diario de Arthur Inman es un trabajo sobre la memoria, no solo porque lo empezó a los 24 años —lo que le llevó a incluir varios fragmentos a lo largo del libro en los que relata su infancia y adolescencia, y que comienzan con la lapidaria frase “mi llegada al mundo fue tan ardua y dolorosa como el resto de mi vida”—, sino porque en sus páginas quedan congelados los hechos tal y como su autor quiso recordarlos, al igual que en cualquier otro diario íntimo. De ahí el morbo y la curiosidad que siempre da leer diarios ajenos. Justamente por esto, los diarios son también ejercicios de autoengaño, formas de recordar las cosas tal y como queremos recordarlas.
Para la mayoría de la gente, un diario es un objeto altamente privado, pero Arthur Inman escribió el suyo pensando en que este tendría un público, buscando la aprobación de sus futuros lectores y su complicidad, presentándose con todos sus defectos y asumiendo en cierto modo que su vida era tan poco interesante que necesitaba alimentarse de las vidas ajenas. Además, como explica el artículo que le dedicó el New York Times, su diario es el testimonio de un hombre que cruzó de forma traumática la frontera entre el pasado (una era bien cargadita de represión sexual victoriana) y el presente (el intenso y cambiante siglo XX). Inman vivió en sus propias carnes los cambios sociales, políticos y culturales del momento y dejó constancia de la confusión moral que muchos de ellos le provocaron. Entenderse con el mundo, comprender e intentar procesar lo que pasa a nuestro alrededor, para eso sirve en realidad un diario.
Como comentaba al inicio de esta carta, Zadie Smith confesó que nunca pudo llevar un diario por distintas razones que fueron variando a lo largo de los años. Primero porque se inventaba las anécdotas que escribía en él tratando de emular los diarios de autores a los que admiraba y después porque no podía evitar pensar en que alguien lo acabaría leyendo, lo que bloqueaba su escritura. Sentía que no era honesta, que lo que contaba era artificial y se preguntaba de quién era esa voz que se suponía que tenía que salir a relucir en esas páginas tan íntimas. Al final, acabó dándose cuenta de que no quería que hubiera ningún registro de sus días, o al menos no uno en forma de diario. Su cuenta de Yahoo!, por ejemplo, le parecía un relato más honesto de lo que era su vida y el lugar en el que cualquiera que tuviera interés en saber quién era debería mirar. Estoy cien por cien de acuerdo con Zadie y siento que mi incapacidad para llevar un diario coincide bastante con la suya: no sé muy bien qué contar en él, no sé para quién lo escribo, pero al mismo tiempo me da pánico que cualquier persona lo encuentre y lo lea. Y sobre todo, mi historial de Google, mis notas del móvil o los DMs de mi Instagram son, hoy en día, el diario más fiable de lo que me ocurre en la vida. Espero que nadie los lea jamás.
Cosas que han captado mi atención últimamente:
La conversación que las célebres productoras de radio Davia Nelson y Nikki Silva, a.k.a. The Kitchen Sisters, a.k.a. dos señoras fantásticas, tuvieron hace unos días con Frances McDormand (otra señora fantástica). Una delicia sobre el arte de contar historias y de escucharlas.
Mi querida Miriam Persand no deja de recomendarme maravillas. Hace unas semanas me dijo que estaba enganchada a Woo, una abogada extraordinaria, una serie protagonizada por una abogada con un trastorno del espectro autista que consigue trabajo en uno de los bufetes más prestigiosos de Corea del Sur. La serie es divertidísima, tierna, tiene un punto culebronesco y te enseña unas cuantas cosas sobre el autismo (y sobre las ballenas). Ahora que parece que POR FIN llegan la lluvia y el fresco, esta serie es como una tacita de sopa caliente con la que hacerse bola en el sofá el fin de semana entero.
Estoy leyendo Los argonautas de Maggie Nelson, un ensayo que, en esencia habla sobre cómo construir una familia que se sale de lo normativo, donde la autora mezcla sus propias experiencias y relata su historia de amor con el artista trans Harry Dogde. Os dejo uno de los fragmentos que más me han dado que pensar:
¿Hay algo inherentemente queer en el embarazo mismo, en tanto modifica profundamente tu estado “normal” y ocasiona una intimidad radical —así como una alienación radical— con tu propio cuerpo? ¿Cómo es posible que una experiencia tan profundamente extraña y feroz y transformadora también simbolice o ponga en escena la actitud conformista por definición?
Este artículo sobre las diferentes teorías que hay para tratar de explicar por qué los Tyrannosaurus rex tenían los bracitos tan cortos. Spoiler: sigue siendo un misterio, pero vale la pena leer la cantidad de hipótesis que se han elaborado al respecto, algunas bastante graciosas.
El último disco de Mykki Blanco, Stay Close To Music, y especialmente esta canción:
Aquí una que es mucho más del team Smith que Inman. Nunca he podido escribir de forma natural sabiendo que alguien iba a leerlo; como en la vida, las historias que escribía estaban adulteradas para que quien las leyera percibiera que quien las escribe es alguien interesante (de hecho, solo puedo publicar cosas algo más honestas bajo este seudónimo). Aunque después de leer tu publicación también he pensado que si modificamos hasta el pasado o las anécdotas que contamos, cómo no vamos a hacerlo cuando escribimos, siendo esta una actividad más reposada que el hecho de hablar.
Enhorabuena por tu newsletter, la acabo de descubrir y aquí tienes una nueva lectora.