Lo que no vemos nos aterra. Eso que sabemos que hay detrás de la puerta en las pelis de miedo y con lo que sufrimos más cuanto más tarde en aparecer en pantalla. También los sonidos que no identificamos en medio de la oscuridad, las profundidades insondables del océano, los pájaros aleteando entre las hojas de un árbol frondoso, una figura desdibujada atravesando la niebla, una calle sin gente en completo silencio.
Cuando era pequeña, una de las cosas que más miedo me daban era intentar entender la inmensidad del universo. Empezaba pensando en mi habitación, luego en mi casa, en mi ciudad, después en lo poco que conocía de mi país y, a partir de ahí, en la idea que tenía del mundo (básicamente, la que había visto en los libros del cole y en las películas). Pero en cuanto mi imaginación traspasaba las fronteras del planeta Tierra, llegaba el pánico. Tratar de pensar en algo que era a la vez invisible e inabarcable me consumía, me aterraba, me daba ganas de llorar y de gritar al mismo tiempo.
Supongo que algo así debían sentir en la Edad Media cuando se aproximaban a esa zona del océano que en los mapas aparecía llena de dragones y monstruosas criaturas marinas, a veces acompañada de la inscripción hic sunt dracones, “aquí hay dragones”. Y ¡ay de quien se atreviera a negar su existencia! Como sabiamente nos recordaba Ursula K. Le Guin: “Las personas que niegan la existencia de los dragones acaban a menudo devoradas por dragones. Desde dentro”. La terra ignota o terra incognita eran esos lugares del planeta que aún no habían sido explorados, lo que había más allá de lo conocido. Un espacio de posibilidad, pero también de amenazas probables y de terrores inimaginables. Estos mapas nos venían a decir que, ante lo desconocido, mejor prevenir.
Internet es una de esas cosas que no vemos y de cuyo funcionamiento no nos preocupamos demasiado hasta que desaparece. Hasta que el wifi deja de funcionar, se nos acaban los datos o la conexión falla. “Los tiburones se comerán internet” es una frase que escuché por primera vez en la pieza En el futuro…Predicciones para un presente extremo de María Cañas, donde la artista augura un futuro sin humanos en el que los animales se habrán hecho con el control del planeta. "Si desapareciéramos mañana, ningún organismo de este planeta nos echaría de menos. Nada en la naturaleza nos necesita” es la cita de Thomas Ligotti que abre la película y que nos recuerda, porque parece que lo hemos olvidado hace tiempo, nuestra insignificancia dentro del planeta.
El caso es que, esta imagen de los tiburones destruyendo a bocados el pegamento que conecta a todo el planeta, existe en el imaginario colectivo desde hace tiempo. Por ejemplo, la empresa de telefonía Lowi publicó en 2017 un artículo en su blog donde explicaba que, en efecto, el punto débil de las conexiones está en los océanos, concretamente en los enormes cables submarinos de fibra óptica que atraviesan el Atlántico y el Pacífico. No se sabe muy bien por qué a los tiburones les da por mordisquear estos cables, aunque se cree que tiene que ver con su electrorrecepción, una habilidad que les hace especialmente sensibles a señales electromagnéticas y que utilizan para localizar y cazar a sus presas. Aunque hay quien ofrece una explicación mucho más sencilla: quizá, simplemente, sienten curiosidad por ellos.
Sin embargo, de acuerdo con el Comité Internacional de Protección del Cable, esto de que los tiburones se coman internet no es más que un mito, porque hace tiempo que los cables submarinos llevan un recubrimiento que los blinda ante cualquier posible mordisco. Eso sí, los barcos pesqueros con sus anclas se han llevado por delante más de un cable submarino, así que parece que no serán los tiburones los que destruirán internet, sino que, una vez más, seremos los humanos quienes nos autoboicotearemos solitos. Sea como sea, la imagen de los tiburones masticando cables y desconectando al planeta entero era demasiado sugerente como para ignorarla. A mí me llevó a pensar en la cantidad de cosas que no vemos y que hacen que el mundo funcione, pero que de un día para otro, podrían dejar de funcionar sin más y ni siquiera tendríamos una pista para empezar a explicar por qué ha ocurrido. Lo que no vemos, como decíamos al inicio de esta carta, es aterrador.
El futuro es, sin duda, el “algo que no vemos” más aterrador de nuestra existencia. Últimamente, incluso se ha acuñado el término “futurofobia”, una “sensación que nos hace imaginar que todo lo que está por venir va a ser peor que lo que ya tenemos”. Vivir en estado de pesimismo permanente, claro, no sale gratis y la futurofobia afecta a nuestras relaciones personales, laborales y por supuesto a nuestro ánimo y a nuestra salud mental, fomentando la desilusión, el individualismo, el cinismo y la inacción. Como me pasaba a mí cuando era pequeña y pensaba en la enormidad del espacio hasta que la sensación de lo inabarcable me resultaba asfixiante, la magnitud de los problemas que ponen en peligro nuestro futuro resulta igual de aterradora. Es el miedo a lo que no vemos, pero que, aún así, sabemos con certeza que nos sobrepasa.
Como afirma la socióloga, traductora y educadora Helen Torres en el ensayo El arte de la continuidad, incluido en el catálogo de la exposición Ciencia fricción, “no confiamos en el progreso, pero no sabemos a qué aferrarnos”. En este texto, Torres ilumina un poco esta oscuridad en la que estamos sumidas con una propuesta esperanzadora, basada en “el arte de la continuidad”. Igual de primeras no suena muy sugerente, pero en realidad tiene toda la lógica del mundo:
El pasado de la humanidad está en nuestros huesos, en las células de hormigas y orquídeas, en las rocas y la microrriza invisible del bosque. Ahí está también nuestro futuro, en el tejido continuo que es la vida. Manos, patas, raíces y zarcillos entrelazando muchos hilos, anudando y soltando para pasar el relevo. Y seguir. El arte de la continuidad se lleva bien con el fracaso: renunciar a la promesa de una “nueva normalidad”, abandonar la ansiedad por un “futuro mejor” y ahuyentar el miedo hablando los lenguajes mezclados y bastardos de la resistencia, el rechazo, la pasividad y la negación puede ayudarnos a salir del inmovilismo.
La otra visión esperanzadora que quiero dejar por aquí y con la que voy a despedir esta carta (que siento que ha sido un poco caótica y fragmentaria, pero que necesitaba escribir para ordenar algunas ideas que me rondaban la cabeza desde hacía varias semanas), es la que ofrecía el guionista y realizador Félix Pérez-Hita precisamente en una charla con María Cañas. En esta conversación, explicaba una de las metáforas más bellas que he escuchado últimamente sobre el futuro y sobre cómo encararlo:
El futuro es la dimensión más rara (…) y hacemos la chapuza de convertirlo en algo espacial, y entonces nos imaginamos el tiempo, que vamos caminando hacia adelante, pero nos damos cuenta de que caminamos hacia adelante un poco a ciegas, porque el futuro es lo que no vemos. Siempre trabajamos con cierta previsión, pero la representación del futuro, si es en un papel, es hacia la derecha, tenemos detrás el pasado, pero lo lógico sería al revés: que el pasado, que es lo que hemos pasado, lo que vemos, es lo que tenemos delante y caminamos hacia atrás a oscuras de lo que puede ser el futuro.
Caminar de espaldas al futuro implica no perder de vista el pasado y, sobre todo, perder el miedo al traspiés en el presente y a darle la espalda a la oscuridad de lo que está por venir. Quizá sea solo una metáfora, pero necesitamos más relatos de futuro en esta clave, relatos que nos animen a cambiar de dirección y a no resignarnos a asumir que nuestra única opción es el abismo.
Cosas que han captado mi atención últimamente:
Me muero de la ilusión de que Running up that hill de Kate Bush haya vuelto al top de las listas de éxitos de medio mundo gracias a Stranger Things. Hasta la mismísima Kate, que no posteaba en Instagram desde 2019, volvió para subir un video con la escena de la serie en la que la canción es la protagonista (si aún no la has visto, no hagas click en el enlace, que hay spoilers). Qué guay que la serie haya descubierto la canción a toda una nueva generación, porque conocer a Kate es amar a Kate <3
Me ha gustado mucho Intimidad, la serie de Netflix que trata el tema de la pornovenganza desde una perspectiva feminista y nada obvia. Se pone el foco en el tema de la culpa (tanto la de quienes han visto expuesta su intimidad como la de quienes callan ante situaciones de violencia que ocurren frente a sus ojos y de las que han sido cómplices en mayor o menor grado), en lo arraigada que está la cultura machista en todas las capas del sistema, en el apoyo entre mujeres y en lo difícil que es sobreponerse a la sensación de que el mundo se acaba cuando te intentan joder la vida. Creo que en algunos momentos la serie pierde un poco de naturalidad para introducir “píldoras educativas” cuyo mensaje creo que los espectadores entenderíamos igualmente a través de la propia trama, sin necesidad de explicitarlo de esta manera, pero bueno, todo sea por que sirva para concienciar y dar a conocer las consecuencias de un tipo de violencia machista que cada día está más extendida.
Muy recomendable también este episodio del podcast Sangre Fucsia sobre biosindicalismo, un concepto que nos habla de nuevas formas de activismo laboral que tienen que ver con la vida misma y que esta semana viene al pelo, después de que se ratificara el convenio 189 de la OIT que por fin les reconoce a las trabajadoras del hogar una serie de derechos básicos que llevaban años reclamando.
Se ha hablado, escrito y posteado hasta el infinito sobre el juicio de Amber Heard y Johnny Depp. Esto es lo más interesante y clarificador que he leído y oído sobre el tema: el audio de Noelia Ramírez sobre la inquietante memeficación de todo el juicio y su artículo sobre las secuelas tóxicas que nos ha dejado, el artículo de Moira Donegan en The Guardian que habla sobre el terrible mensaje que la misoginia que se ha desplegado en torno al juicio envía a las víctimas de violencia machista (sobre todo a aquellas que no encajan en la categoría de “víctima perfecta”), el testimonio de una víctima de violencia machista en Rolling Stone explicando cómo ha vivido el abrumador apoyo a Depp y la ridiculización de Heard —un texto que también cuenta que ya hay cientos de supervivientes de violencia machista que quieren echarse atrás después de conocer el veredicto del juicio y de ver cómo se ha tratado públicamente a Amber Heard—, y este tweet de Tarana Burke, la activista que fundó el movimiento #MeToo, que estos días se ha dado por muerto en varios medios.
En la última newsletter hablábamos sobre huevos y, en respuesta, Lakshmi Aguirre me envió este texto maravilla de Clarice Lispector, a la que hay que leer siempre. De paso, aprovecho para recomendar su biografía, escrita por Benjamin Moser y que fue uno de los libros que más me gustaron el año pasado.
No había escuchado aún el último disco de Hurray for the Riff Raff, Life on Earth, que salió el pasado mes de febrero y que la banda ha definido como un álbum de “nature punk”, que habla sobre el colapso medioambiental, pero transmitiendo un mensaje de unidad y solidaridad entre especies como única vía posible para la transformación, tanto personal como planetaria. Está lleno de temazos y me tiene enamorada.