La orca Gladis ha hecho feliz a internet. Ella y varias de sus compañeras llevan un tiempo causando destrozos a yates en el estrecho de Gibraltar y, en las últimas semanas, han sido las protagonistas de una explosión de memes que han convertido a las orcas en un símbolo anticapitalista. Ya era hora, porque las pobres llevan años cargando con el sanbenito de “ballenas asesinas” por su naturaleza cazadora y por haber acabado con algunas personas en templos del maltrato animal como SeaWorld, donde viven en condiciones tristísimas. Aunque la cosa se ha viralizado este mes de mayo, estos ataques —o interacciones, como prefieren llamarlas los investigadores para no criminalizar a estos animales que ya bastante tienen con lo suyo— llevan ocurriendo en el estrecho desde 2020. Ni entonces ni ahora tenemos una respuesta clara que explique por qué lo hacen. Y aún así, parece que tiene todo el sentido del mundo.
La leyenda cuenta que Gladis Blanca (la más adulta del grupo de orcas Gladis que forman esta comunidad de 15 ejemplares) vive traumatizada por el choque que sufrió años atrás con un velero. A raíz de este accidente, Gladis habría desarrollado un instinto de venganza contra esas máquinas intrusas que invaden su hábitat día sí día también, y lo mejor es que se lo habría logrado transmitir a sus compañeras orcas, enseñándoles a arremeter contra los yates y veleros que encuentran a su paso. Esto, al parecer, no es del todo verdad (ohhhhhhhhhh!) o al menos no hay aún suficientes pruebas para afirmarlo con certeza, pero lo que sí es cierto es que estas orcas tienen a los científicos desconcertados, porque no logran descifrar si su comportamiento es destructivo o sencillamente juguetón.
En realidad, la historia de Gladis es solo un ejemplo más de lo mucho que nos cuesta a los seres humanos entender a los animales, descifrar qué nos dicen las criaturas que no hablan nuestro mismo lenguaje pero que, sin duda, tienen un lenguaje propio, e interpretar sus señales sin que nuestro sesgo humano saque conclusiones precipitadas o erróneas. ¿Por qué antes las orcas se acercaban a los barcos con interés pero no interactuaban con ellos y ahora sí? ¿Están hartas de los humanos o es pura curiosidad? ¿Juegan con nosotros pero somos incapaces de entender el lenguaje de sus juegos? ¿Su comportamiento nos está avisando de algo?
La filósofa de la ciencia Vinciane Despret tiene un libro muy guay que se llama ¿Qué dirían los animales si les hiciéramos las preguntas correctas? que está organizado en forma de abecedario. Cada letra está vinculada a una palabra y esa palabra a una pregunta. Por ejemplo, la D es de DELINCUENTES y la pregunta que Despret se hace es “¿Pueden rebelarse los animales?”. Uno de los casos que relata para tratar de responder a esta pregunta es el de los elefantes africanos, que ya no se comportan igual que en los años 60. La caza furtiva y los programas de gestión de la fauna han eliminado de las manadas a muchas de las hembras más viejas, que son algo así como las que ponen orden en el grupo y mantienen su equilibrio, además de ser la memoria de cada comunidad de elefantes. La progresiva desaparición de estas matriarcas estaría afectando a la socialización de los elefantes más jóvenes, que se habrían convertido en “adolescentes delincuentes” dedicándose a atacar a los humanos. Es decir, los elefantes jóvenes se están quedando sin referentes y sin las competencias que les brinda su proceso de socialización con las elefantas mayores, aunque algunos investigadores también apuntan la posibilidad de que los elefantes tengan algún tipo de síndrome postraumático que les impide controlar su violencia. Al final, como humanos que somos, no podemos dejar de interpretar los comportamientos animales en clave humana, y aunque puede que las conclusiones a las que lleguemos no sean acertadas, en lo que seguro que acertamos es en que la consecuencia de casi cualquier comportamiento “extraño” de los animales tiene que ver con la acción humana.
Tenemos la sensación de que conceptos como la venganza o la justicia son demasiado complejos para que los animales actúen conforme a ellos, pero ¿de verdad lo son? En la letra J de su libro, dedicada a la JUSTICIA, Despret se pregunta: ¿Los animales hacen compromisos? La filósofa propone que, en lugar de tratar de desentrañar si los animales entienden los conceptos de justicia e injusticia, nos salgamos un poco de estas categorizaciones tan humanas y nos dediquemos a mirar hacia otro lado: hacia el juego. Citando al biólogo especialista en neuropsicología cognitiva Mark Bekoff, Despret dice:
(…) Cuando uno observa atentamente animales jugando, aparece claramente que en el juego ponen en práctica un sentido muy agudo de lo que es justo y de lo que no lo es, de lo que es aceptable y de lo que es objeto de desaprobación, en resumen, de los usos y de los códigos de la moralidad.
A medida que crecemos, los seres humanos desarrollamos juegos cada vez más refinados, pero jugar en el universo animal consiste a menudo en morder, arañar, gruñir, perseguir, escapar… Es decir, se basa en comportamientos que si no estuvieran amparados bajo las reglas del juego, se interpretarían en clave muy distinta. Pero son precisamente esas reglas, ese “ahora estamos jugando”, lo que cambia el significado a estas acciones. En este sentido, los juegos de los animales “se inscriben bajo el régimen de la confianza, de la igualdad y de la reciprocidad”, ponen en práctica principios de justicia, pero además, tienen lugar bajo lo que Bekoff llama el “humor de juego”, el contexto de alegría que permite entender a quienes juegan que esos mordiscos, arañazos, gruñidos y persecuciones no van en serio. Y por eso, en buena medida, el juego es también una escuela de comportamiento para los animales, para aprender a medir, leer y traducir las diferentes interacciones con otros miembros de su especie.
El juego despliega y cultiva múltiples modalidades de estar de acuerdo con otros, según los códigos de lo justo y bajo la gracia de la alegría. (…) En el juego los animales aprenden a ser responsables, es decir, a responderse; aprenden a respetar, es decir, como afirma la etimología, a volver la mirada.
Aquí os dejo un vídeo de mis gatos poniendo en práctica su particular sentido de la justicia a través del juego 😍
En su Manifiesto de las especies de compañía, Donna Haraway —colega de Vinciane Despret y fuente de inspiración de muchos de sus escritos— también hablaba de este respeto (en relación al deporte de perros agility) y lo hacía extensible a nosotras, las humanas, en nuestras interacciones con los animales:
La tarea es llegar a ser suficientemente coherentes en un mundo incoherente para engranarse en un baile articulado del ser que engendre respeto y respuesta encarnados en la carrera, en el recorrido. Y después recordar cómo vivir así en cada escala, con todos los compañeros.
Volviendo a Despret, en su maravilloso relato Autobiografía de un pulpo o La comunidad de los ulises, nos describe un mundo en el que una pequeña comunidad, los ulises, ha desarrollado una serie de habilidades para pensar y sentir como sus simbiontes: los pulpos. El detonante del relato es, precisamente, la aparición de unos restos cerámicos con una serie de fragmentos de texto que parecen haber sido escritos por un pulpo (o por varios). No quiero desvelar mucho más de esta fábula, porque es de una belleza emocionante y merece muchísimo la pena leerla completa, pero sí detenerme en la mención que, de nuevo, Despret hace del juego entendiéndolo como un “precursor del acto literario” en los animales:
Todo, en el juego, se pone al servicio de la fabulación: lo que era gesto de amenaza se convierte en invitación; la persecución, al adoptar el modo “aparentar hacer”, deviene incitación; y el gruñido, expresión de alegría, por no hablar de la inversión incesantemente reinterpretada de las relaciones de fuerza. Subversiones gozosas. Cada uno de estos juegos constituye entonces un acto de creación. Convierte a los animales no solo en grandes comediantes, sino también en dramaturgos de talento, porque para jugar se requiere un escenario, una asunción de papeles, un sentido del diálogo, un argumento y, sobre todo, imaginación para instalar ese escenario, integrar esos papeles y escribir en tiempo real y junto con otros —con la gracia de la improvisación— esos diálogos y ese argumento.
Y ahora, volviendo a las orcas, si aceptamos la hipótesis de que sencillamente están jugando con los barcos y no buscando venganza, ¿cómo seguimos a partir de aquí? Si el juego entre los animales es una forma de aprender a respetar, ¿no serán sus golpes y arremetidas contra los yates del estrecho de Gibraltar una forma de exigirnos ese respeto que les debemos, de obligarnos a volver la mirada hacia ellas y por extensión a los océanos y al planeta?
No deja de ser bonita la ola de esperanza que Gladis ha desatado en internet, como si en estos tiempos turbulentos en los que imaginar el fin del capitalismo parece una quimera y donde todas sabemos que hay que luchar contra la crisis climática pero no sabemos ni por dónde empezar a hacerlo, el relato de “venganza” de estas orcas fuera la única salida posible. El primer paso de una rebelión de los animales contra los seres humanos por haber destrozado el planeta. Y lo sorprendente es que, por primera vez, estamos del lado de las orcas. Es como si, llegadas a este punto en el que ningún mensaje parece ser lo suficientemente alarmante para que tomemos medidas antes de que el planeta se autodestruya por agotamiento absoluto, estas orcas hayan venido a recordarnos que no estamos solas, que no somos las únicas vecinas de este barrio y que hay otros seres que pueden empezar a tomar medidas por su cuenta, ya sea para llamar nuestra atención o simplemente para abrazar el caos y destruirlo todo.
Las millennials como yo, ya asociamos en su día a las orcas con la libertad y la rebelión gracias a ese clásico del cine noventero que fue ¡Liberad a Willy! Esta peli en la que una orca y un niño se ayudan mutuamente a superar sus traumas, pretendía mostrarnos la infelicidad de las orcas en cautividad y el valor de la amistad: Jesse ayuda a Willy a salir del acuario y llegar al mar, porque sabe que es ahí donde su amigo será feliz.
La historia real de la orca que interpretó a Willy es, por desgracia, mucho más complicada que la de la película. Cuando los fans de ¡Liberad a Willy! se enteraron de que Keiko (el nombre de Willy fuera de la ficción) no era libre y que el final que vimos en el cine no fue el final de la historia de esta orca (qué inocentes éramos en los 90, ¿verdad?), montaron una campaña brutal para que la orca fuera liberada de verdad. Una campaña, en buena medida, impulsada por niñas y niños.
Keiko fue liberada en 1996. Después de una larga fase de adaptación —resulta que el proceso para que una orca que vive en cautividad regrese a su hábitat natural es bastante más farragoso que saltar un simple rompeolas—, fue devuelta a las aguas islandesas en las que nació y donde fue capturada a finales de los 70. Hay opiniones divididas sobre si su liberación fue un éxito o un fracaso. Parece que Keiko no llegó a adaptarse nunca del todo a la vida salvaje, pero seguramente sus últimos años fueron un poquito mejores viviendo ahí que dentro del tanque de un acuario con el cuerpo hasta arriba de papiloma. Murió en el mar en 2003 de una neumonía. En 2010, el documental Keiko, The Untold Story of The Star of Free Willy trató de hacerle un poco de justicia a esta pobre orca y de convertirla en algo así como un caso ejemplarizante de lo que supone para un animal vivir en cautividad y de lo complejo que es devolverle a su hábitat natural después de joderle la vida apartándole de las demás orcas de las que nunca debió separarse.
Para toda una generación de niñes, la historia Keiko/Willy sirvió para despertar su conciencia ecologista y tomar partido en defensa del bienestar animal. Quizá Gladis haga lo mismo con otra generación de niñes, que vean en ella un símbolo de cómo las especies con las que compartimos el planeta, nuestras parientes, tratan de llamar nuestra atención sobre un problema que nos afecta a todas. Mientras tanto, las adultas, ojalá estemos a tiempo de cambiar algo y encontremos refugio en los relatos de pensadoras como Haraway, Despret, Butler o Le Guin, que hilando ciencia y ficción están tejiendo el relato más esperanzador del futuro desde nuestro oscuro presente. Con un fragmento de Seguir con el problema despido la carta de hoy:
Creo que la extensión y recomposición de parientes están permitidas por el hecho de que todos los terráqueos son parientes en el sentido más profundo, y ya es hora de empezar a cuidar mejor de los tipos-como-ensamblajes (no de las especies por separado). Pariente es un tipo de palabra que ensambla. Todos los bichos comparten una “carne” común, lateral, semiótica y genealógicamente. Los antepasados resultan ser extraños muy interesantes; los parientes no son familiares (al margen de lo que pensáramos que eran la familia o los genes), sino insólitos, inquietantes, activos.
Y esta semana, en lugar de cerrar con las “cosas que me han llamado la atención últimamente”, he optado por dejaros tres recomendaciones relacionadas con las orcas o con las autoras que he mencionado en el texto + dos bonus tracks muy animalescos:
El episodio que el podcast Catástrofe Ultravioleta (uno de los mejores podcasts que se han hecho jamás!!) dedicó a la orca Morgan, que además de contarnos su fascinante historia, nos habla de cómo estos animales socializan, se comunican entre sí e incluso forman alianzas con los humanos para cazar.
En la intro de ese episodio se incluye un fragmento del programa La aventura de la vida que Félix Rodríguez de la Fuente dedicó a las orcas. Entre otras cosas, incluye esta leyenda sobre por qué a las orcas se las llama “los lobos del mar”:
Dicen los esquimales que una vez, una manada de lobos se quedó aislada en un témpano de hielo. Aquellos animales no tenían ninguna posibilidad de sobrevivir, porque como ustedes saben, los lobos no son animales nadadores, no podían atravesar los kilómetros que les separaban ya de la tierra firme. Estaban condenados a perecer de hambre y de frío.
Entonces, dice el chamán de los esquimales, los lobos empezaron a cantar con su voz profunda, en la que se mezclan armoniosamente, como en el más perfecto de los coros humanos, las voces de los bajos, las de los tenores, las de los tiples. Una manada de lobos aullando al unísono, componen una musicalidad que únicamente habrá podido ser superada por ese otro gran depredador que es el hombre. Cantaban a la madre —porque para los esquimales la divinidad tiene carácter femenino—, a la madre de todas las criaturas que están en el fondo de los mares, le cantaban una plegaria para que no les quitara la vida.
Y dice la leyenda esquimal, que a la madre de todos los lobos y de todos los animales, que está ahí abajo y que es muy vieja, y que tiene su templo y su gruta en el fondo de los mares, le gustó tanto la canción de los lobos, que pensó que no les podía matar de hambre y de frío. Y entonces, un soplo huracanado, levantó una ola tan poderosa que dio la vuelta al bloque de hielo y todos los lobos cayeron en el mar. Y nada más caer, se transformaron en orcas, en ese precioso cetáceo, tan fuerte, tan inteligente, tan veloz y tan agresivo. La orca, un animal que vive en el mar en manadas, igual que los lobos en la tierra, un animal mamífero también, que para cazar se organiza jerárquicamente, cerca a las presas, las persigue. El más poderoso, el más grande, el más fuerte y el mejor dotado de todos los depredadores, de tierra o de agua, que viven en nuestro planeta.
La charla entre Donna Haraway y Vinciane Despret que organizó el CCCB en 2021 con motivo de la exposición Ciencia Fricción (que además de que fue una expo muy guay, seguramente tiene el cartel más bonito de la historia).
¡Ey! Este es mi colega, el nuevo libro de Blanca Lacasa y Gómez sobre mutualismo animal, que es una fantasía.
Lo nuevo de Rodrigo Cuevas. Simplemente amo.
Me ha encantado!!
Desde que escuché esas interacciones de las orcas no pude evitar que una pregunta me asaltara ¿por qué atacan a los veleros? ¿Por qué no atacan a los barcos pesqueros o sus redes y artes? En teoría los veleros son los "más amables" con el mar. Son limpios, no "hacen ruido"... Y al mismo tiempo veo una extrapolación de esos ataques a esos productos "tan limpios/sostenibles". Para arreglar los problemas medioambientales que tenemos no llega con ser más limpios, no llega con cerrar el grifo mientras te cepillas los dientes, hay que replantearse el modelo completamente. Vamos , que están mordiendo al green washing 😂.