La newsletter de hoy es un poco especial. Especial porque se sale del formato habitual y también porque contiene altas dosis de autobombo (sorry). Resulta que esta semana se publicó el libro que he escrito (¡el primero de mi vida!). Se llama El delantal y la maza, lo edita Col and Col dentro de su colección de ensayos Hojas de Col y ya podéis encontrarlo en vuestras librerías de confianza y en internet, claro (pero siempre que podáis, pasaos por las librerías 💜).
Va sobre las complejas relaciones que hay, ha habido y habrá entre la cocina y los feminismos, y sobre cómo en las últimas décadas también han surgido voces que hablan de la cocina no solo como un espacio de opresión, sino también como un lugar de creatividad y resistencia. Esta es una cosa que me obsesiona desde hace bastantes años, pero como cuento en el libro, ahí solo hay una pequeña parte de lo que he leído y aprendido en todo este tiempo. Es un tema infinito y, ni de lejos, pretendo abarcarlo todo, pero sí hablar de algunas autoras y obras que me han ayudado a pensar la cocina desde lugares diferentes. El título del libro, por supuesto, es un homenaje a Semiotics of the Kitchen de Martha Rosler, que fue la pieza que me hizo ver precisamente eso: que la cocina podía pensarse y contarse desde otros puntos de vista, críticos y feministas.
Por cierto, he creado una cuenta de Instagram con el mismo nombre que el libro, donde me gustaría que El delantal y la maza siguiera creciendo y agrandándose. Muy flipadamente la he definido como “una lectura expandida”, pero vamos, que en resumidas cuentas va a ser un lugar donde ir compartiendo referencias guays que me ayudan a seguir entendiendo los temas que aparecen ahí y otros que se han quedado fuera. Mi idea es recopilar en esta cuenta las obras que menciono en el libro y que podáis verlas también en imagen, e ir sumando otras referencias que no he incluido o que vaya descubriendo por el camino. Y cuando hablo de referencias, me refiero a todo: desde lo más teórico hasta lo más liviano, desde pequeñas disertaciones sobre cosas muy profundas hasta memes.
Una cosa que me gustaría mucho es que fuera una cuenta participativa, en la que si os apetece compartir alguna referencia que conozcáis sobre cocina y feminismo, os sintáis libres de escribirme y contarme por qué esa obra de arte, ese libro, esa película o ese lo-que-sea resuenan en vosotras en relación a este tema. Me encantaría ir publicando algunas de estas contribuciones, acreditando por supuesto a las personas que las vayan compartiendo y sus reflexiones al respecto.
Ya no me enrollo más. Fin del comunicado por hoy.
Por si queréis saber un poco mejor de qué va El delantal y la maza, aquí os dejo la introducción del libro. Ojalá que, si os gusta lo que cuento en ella, os animéis a seguir leyendo el resto.
Cuando los espacios no mixtos eran las cocinas no os quejabais tanto
(Pancarta de una de las manifestaciones del 8M, año 2020)
El delantal…
Para mí, la cocina ha sido siempre un territorio lleno de contradicciones y conflictos. Cuando a los 20 años decidí que quería dedicarme profesionalmente a la hostelería —aunque luego me haya acabado dedicando a algo muy distinto—, en lugar de preguntarme si tendría salidas que me gustaran, si sería muy duro o si me pagarían bien por un trabajo así, las preguntas que me hacía de forma más recurrente eran estas: ¿Debería gustarme cocinar? ¿Está bien que me guste? Y, sobre todo, ¿por qué me planteo si me puede o no me puede gustar la cocina? ¿No puede gustarme y punto?
Después de hacer el famoso “clic” feminista, la vida se vuelve más complicada. Más interesante y esclarecedora, pero más complicada, no nos engañemos. Empiezas a cuestionarte todo, a preguntarte cómo haces cada cosa que haces, el por qué de cada decisión que tomas. Y eso incluye, por supuesto, la elección de tu posible futuro profesional. Pero estaba claro que si yo, por ser una mujer que quería estudiar cocina, me estaba haciendo todas estas preguntas que los hombres que estudiaban conmigo jamás se habían hecho, algo pasaba.
Hemos crecido sabiendo que la cocina es territorio de las mujeres, siempre que sea la cocina que se hace en casa. Hemos escuchado el chorreo de chistes machistas al respecto (ya sabéis: que si para ampliar la libertad de una mujer lo que hay que hacer es ampliar la cocina o que si una mujer fuera de la cocina solo puede estar haciendo turismo) y nos hemos puesto rojas de ira cuando han intentado zanjar una discusión con nosotras mandándonos a la cocina —o a fregar, en su defecto—. Por favor, ¡si todas hemos visto cómo nuestras abuelas y madres se pasaban horas entre cacerolas deseando que llegara por fin el ratito pa’ sentarse! ¿Qué mujer en su sano juicio querría dedicarse a la cocina por vocación? Más aún cuando, en las altas esferas de esta profesión, en esas que acaparan todos los premios y el prestigio, no parecía haber demasiado sitio para nosotras.
Aprender a cocinar me ha salvado la vida en multitud de ocasiones. También lo ha hecho el feminismo. De esta necesidad de entender por qué las cosas que más me interesan en la vida tienen una relación tan tensa, parte este libro. En él pretendo reflejar una pequeña parte de ese vínculo difícil que existe entre la teoría feminista y la cocina. Una tensión lógica, ya que durante siglos nos ha sido impuesta, primero como el lugar que nos correspondía como mujeres y luego como parte del ideal de feminidad, de ahí que “escapar de lo doméstico” haya sido una de las grandes aspiraciones del feminismo durante mucho tiempo.
Sin embargo, la cocina es mucho más que un ámbito de sometimiento, es un espacio a través del cual las mujeres nos hemos expresado, hemos ejercido un cierto poder y nos hemos encontrado con otras mujeres. La cocina ha sido, además, un lugar de creatividad y de resistencia a diferentes formas de opresión, algo que desde hace algunas décadas se refleja en la rama feminista de los Food Studies. Este campo de estudio, surgido en los años 90, analiza de forma crítica cómo la comida se relaciona con otras disciplinas académicas y trata de arrojar luz y perspectiva de género sobre un montón de asuntos vinculados a la comida, entre ellos, la cocina.
Si las mujeres nos hemos pasado tanto tiempo metidas en esta habitación de la casa, buena parte de nuestra historia está ahí, así que creo que vale la pena asomarnos a ella a través de las distintas perspectivas que nos brinda el feminismo. He querido ir entrelazando la parte más teórica con el reflejo que la cocina ha tenido en diferentes manifestaciones artísticas, introduciendo algunas obras que para mí han sido fundamentales y que me han ayudado a sumar nuevas capas de comprensión y de profundidad al tema.
Antes de nada, es imprescindible recalcar que este ensayo no pretende ser exhaustivo sobre un tema tan amplio y casi infinito como es el de la relación entre la cocina y el feminismo. De hecho, se inscribe en un período muy concreto que va desde la década de los 50 del siglo XX hasta comienzos del siglo XXI, con un orden cronológico, pero también con unos cuantos saltos temporales que reflejan la transversalidad y la actualidad que siguen teniendo muchos de estos debates. Se basa, además, en una selección personal de autoras que, de una u otra manera, me parecen relevantes por su perspectiva a la hora de hablar de este asunto. Y aunque mi idea no era centrarme en un ámbito geográfico concreto, he puesto mucho el foco en Estados Unidos por ser el país que cuenta con más literatura en torno a este tema, así como en algunos países de Europa. Por tanto, el alcance de este texto, como el de mis lecturas, es limitado, y mi intención es que siga creciendo y enriqueciéndose con diferentes perspectivas, aunque eso ocurra ya fuera de estas páginas. Por último, subrayar que las autoras que cito deben entenderse en el contexto de los tiempos en los que escribieron sus obras. En cualquier caso, al hablar de cada una de ellas, he tratado de incluir algunas de las críticas que han recibido sus posturas o bien de ponerlas en diálogo con otras autoras que les han respondido en sus propios textos.
Todas las teóricas feministas y los libros, películas, series y obras de arte que aquí aparecen mencionadas me han ayudado, cada cual a su manera, a responder a las preguntas que me hacía cuando empecé a estudiar cocina. Las mujeres que he conocido a lo largo de los años, tanto en el ámbito de la cocina como en el del feminismo, me han enseñado la otra parte. Ellas no solo han respondido a mis dudas, sino que su trabajo y su mera existencia me empujan a seguir haciéndome preguntas nuevas cada día.
… y la maza
Este libro lleva el título que lleva por una pieza de vídeo que cambió para siempre mi visión de la cocina. Se trata de Semiotics of the kitchen, una obra de Martha Rosler de 1975 en la que la artista, convertida en “la antítesis del ama de casa perfecta que suele aparecer en televisión”, va mostrando a cámara una serie de utensilios de cocina siguiendo las letras del alfabeto. Comienza colocándose un delantal (en inglés apron, que corresponde a la letra A), tal y como empezaría cualquier persona que se dispusiera a preparar la comida en su propia casa. A continuación, la artista va nombrando, sin un ápice de emoción en su voz, diferentes artilugios y haciendo una demostración de cómo se utiliza cada uno: la B es para bowl y vemos como hace el gesto de remover, la C es para chopper, así que simula estar cortando algo.
Desde el principio percibimos que algo no va bien, que hay piezas que no encajan. Cuando llegamos a la F de fork, está más que claro: Rosler “demuestra” el uso del tenedor clavándolo violentamente en el aire. Algo similar ocurre con el exprimidor, el cuchillo, el rodillo o la sartén, que mueve de forma espasmódica. Incluso el inofensivo cucharón, con el que da vueltas a una sopa imaginaria, no transporta el líquido invisible a un plato, sino que lo lanza por los aires con absoluto desdén. En la letra T, que corresponde a tenderizer, la maza que se usa para ablandar la carne, Rosler golpea sin piedad la mesa donde tiene colocados todos los demás utensilios. Se acabaron las explicaciones, el gesto vindicativo se impone como última palabra. Ya solo quedan las letras finales del abecedario. La artista agarra el cuchillo y el tenedor, cada uno en una mano, e imita sus formas con su propio cuerpo: U, V, W, X e Y. Para representar la Z, traza la letra en el aire con la punta del cuchillo, tal y como lo haría El Zorro. La aparente sencillez del alfabeto, uno de los primeros códigos que aprendemos en la infancia, se convierte en el recurso perfecto para que intuyamos que, debajo de esos simples gestos, se esconden significados mucho más complejos.
Semiotics of the kitchen no se rodó en una cocina, sino en el estudio de un artista y trataba de imitar el espacio en el que se grababan programas como el de la célebre Julia Child o los anuncios de la teletienda. Martha Rosler quería que todos los elementos de la pieza transmitieran una sensación de extrañeza, de incomodidad y también una cierta comedia, evidenciando así la brecha que puede abrirse en lo cotidiano para que la política se cuele a través de ella. Lejos de la imagen de la amorosa cocinera que mucha gente tiene en mente cuando piensa en una mujer que se dispone a preparar la cena, Rosler nos ofrece la de un personaje imperturbable, sin emoción, que cuando empieza a hablar y a moverse transmite fiereza y agresividad. Este contraste, presente en muchas otras obras de la artista, desfamiliariza la imagen del ama de casa y nos ofrece una nueva perspectiva de lo cotidiano. ¿Y qué hay más cotidiano que la cocina?
La semiótica es la disciplina que estudia los signos y sus significados, y de alguna manera, la “semiótica de la cocina” de Martha Rosler me dio el vocabulario que necesitaba para hablar de la compleja relación entre cocina y feminismo. O, al menos, me puso en la pista de que había un tema del que quería hablar, aunque aún no hubiera encontrado las palabras. Precisamente por las escasas palabras que Rosler emplea en esta pieza, sus gestos adquieren especial protagonismo. La violencia con la que los ejecuta contrasta con el tono neutral que utiliza para nombrar los utensilios de cocina, como si a través del gesto se pudiera canalizar la rabia y la frustración acumuladas por las mujeres durante siglos hacia las labores domésticas, las únicas que se nos permitía realizar y por las que no obteníamos ningún tipo de reconocimiento. A veces, el lenguaje resulta inadecuado para describir la realidad o incluso rivaliza con ella, por eso nunca hay que dejar de prestar atención a los gestos que lo acompañan.
Semiotics of the kitchen me mostró que era posible arrojar una mirada feminista y crítica sobre la cocina. Esa mirada, que no ha dejado de enriquecerse con los trabajos de otras artistas, autoras y cineastas, es una fuente constante de inspiración y un lugar al que acudir de forma recurrente para seguir interpretando el presente.
Enhorabuena Maria. Deseando leerlo.
Acabo de descubrirte por el podcast de Gastroser y estoy alucinada con los temas que tratas, pues son los que me apasionan a mí también.
¡Un placer leerte!💜