Cuando en 2018 La Zowi sacó su mixtape Ama de casa, no había entrevista en la que no le preguntaran por el título que había elegido. Más allá del evidente doble sentido del término “ama” en boca de alguien como La Zowi, ella decía que le apetecía reivindicar el haber creado todas estas canciones desde su casa y a su ritmo. En Neo2 contaba: “Muchos fardan de estar todo el día viajando, y yo quería presumir de estar tranquilita en mi casa con mi familia”. En otra entrevista de 2019 en Shangay decía: “[sobre ser ama de casa] Por una parte es lo que me ha representado durante estos dos últimos años, y por otra parte sabía que eso la gente lo ve relacionado a una mierda o a no hacer nada y, mira, los he partido a todos con mi mixtape desde mi casa”. Vamos, que ser ama de casa también es un trabajo y que ese trabajo, tan asociado a la familia y al cuidado, no tiene por qué estar reñido con tener ambiciones e intereses más allá de todo eso. Y no pasemos por alto el contraste entre lo que se nos viene a la cabeza cuando pensamos en la figura de un ama de casa y la figura de la propia Zowi, una madre joven que en sus letras habla de drogas, putas y sexo.
Si en 2018 La Zowi ya estaba dotando de nuevos significados al concepto del ama de casa y reivindicándola a su manera, dándole un twist a los estereotipos tradicionales de feminidad asociados a las mujeres que dedican su vida al cuidado del hogar y de las criaturas, ¿qué hacemos en 2024 con el TikTok petado de tradwives y de mujeres que performan una feminidad deliberadamente sumisa, edulcorada y anticuada? ¿Acaso no hemos aprendido nada del feminismo? ¿No tenemos suficientes referentes de amas de casa frustradas, atrapadas en vidas a las que se vieron abocadas por no salirse de la norma como para seguir ensalzando este rol? ¿Y por qué a estas tradwives solo las vemos haciendo tareas “amables” como cocinar y nunca, yo qué sé, limpiando el váter de su casa?
Internet está obsesionado con las tradwives. La culpa es de cuentas que, en realidad, no se reconocen de forma explícita en este término, como las de Nara Smith, Ballerina Farm o Roro, entre otras. Aunque el fenómeno de las mujeres que reivindican la figura de esas “esposas tradicionales”, que rinden culto a sus maridos y familias, se dedican exclusivamente a las tareas domésticas y a lucir perfectas ni es nuevo ni parecía tener tanto auge, si es que realmente lo tiene y no es todo un poco una ilusión fruto de la repercusión que estas mujeres tienen en redes sociales y del bombo que se les está dando en los medios de comunicación.
¿Existen de verdad las tradwives? Hadley Freeman recordaba en The Guardian que ser una tradwife no es más que ser un ama de casa, con el girito extra de las redes sociales. En esencia, estas mujeres promueven el tipo de valores tradicionales que solemos asociar a las amas de casa, solo que ellas tienen plataformas con millones de seguidores a los que hablarles de las bondades de su estilo de vida. O sea, que no han inventado nada nuevo, pero sí le han dado el carácter de fenómeno, convirtiéndolo en una subcultura digital que resulta un tanto sorprendente, porque qué mujer en sus cabales querría vivir hoy como una esposa de los suburbios blancos estadounidenses de los años 50 —y lo de blancos es intencional, ya que la mayoría de estas tradwives son mujeres blancas, aunque también hay mujeres negras que ven en el matrimonio tradicional una forma más que deseable de escapar al estrés de sobrevivir en un entorno muy hostil para ellas—.
Tanto en sus ideales como en su estética —a veces más tradicional, como en el caso de Ballerina Farm, y otras más moderna y lujosa, como en el de Nara Smith—, estas mujeres promueven un ideal de felicidad doméstica basado en roles que pueden parecer anticuados para muchas, pero que están teniendo un cierto resurgir, sobre todo entre la gente más joven. El pasado mes de marzo, Isabel Valdés escribía en El País un artículo que recomiendo leer sobre el choque ideológico que existe entre los hombres y las mujeres más jóvenes. A medida que ellas se han ido reconociendo como más feministas, ellos se han ido alejando de la igualdad y refugiándose en ideas machistas que parecía que íbamos superando poco a poco. A todo avance le llega su reacción y el feminismo no iba a ser menos. Belén Barreiro, la directora de la agencia que realizó la encuesta que se cita en ese artículo, explicaba que muchos de los chavales de la Gen Z “se han visto acorralados por una generación de chicas muy feministas y reaccionan yéndose en la dirección opuesta”. Los avances feministas implican una pérdida de privilegios para los hombres, así que no sorprende que se revuelvan contra ello. También hay quien afirma que el auge que viven actualmente las tradwives es una reacción a otra cosa: a esa cultura de la girlboss propia de los 2010, que empujaba a las mujeres a emprender o a escalar a lo más alto de la pirámide corporativa y de la que muchas acabaron hartas y/o decepcionadas.
Esta respuesta a los avances del feminismo es una de las motivaciones que hay detrás de la figura de las tradwives, aunque no es la única. Si bien algunas están claramente alineadas con la ultraderecha o con movimientos religiosos como los mormones, la mayoría son muy cuidadosas con la información personal que comparten en sus redes sociales. No hablan abiertamente sobre sus valores, pero los trasmiten en cada uno de sus videos. Hay casos como el de Estee Williams, que se declara votante de Trump y, aún así, insiste en que las tradwives no se oponen a los avances de las mujeres y defiende que la decisión de servir a sus maridos y someterse a ellos no es degradante para ellas, es solo que hombres y mujeres tienen diferentes roles sociales. Por supuesto, Williams recalca que esta forma de vida es SU decisión personal y que no trata de imponérsela a nadie, pero su TikTok está lleno de consejos para convertirte en una tradwife, entre ellos, estar siempre guapa y presentable para tu marido, porque “los hombres son muy visuales”, o aceptar que el hombre es la persona que tiene más autoridad dentro del matrimonio 🌝
Aunque promover estas ideas puede echar para atrás a muchas personas que sí creen en la igualdad entre hombres y mujeres, en estos vídeos hay un subtexto más sutil que puede hacer que resulten atractivos a un público más amplio. Todas esas cocinas limpias y ordenadas —y cuando están desordenadas lo están de una forma estética—, esa forma de cocinar o de limpiar pausada, sin estrés ni agobios, y esas voces calmadas que van narrando lo que vemos, también pueden funcionar como contrapunto a la insatisfacción contemporánea, una mezcla de escapismo y añoranza de un tiempo en el que todo parecía más simple o de ese hogar idílico que no tenemos ni parece que vayamos a tener próximamente si los precios de la vivienda siguen subiendo sin control.
Las tareas domésticas y la maternidad —porque la mayoría de las tradwives que arrasan en internet son madres, algunas de familias numerosas— han estado históricamente tan denostadas, que esta imagen performativa del trabajo de cuidados, donde no existen el desorden ni los conflictos ni la precariedad y donde todo parece fácil, puede resultar atractiva para muchas mujeres. Pero no olvidemos que la gran mayoría cuentan con entornos muy privilegiados, cuando no son ricas gracias a la fortuna de sus maridos o a la que están amasando ellas mismas con el apoyo que las marcas les brindan como a cualquier otra influencer, y que la imagen que vemos en redes sociales está cuidadosamente ensayada. Verlo como algo realista, más allá de la performance, es el caldo de cultivo perfecto para generar frustración y crear expectativas aún más inalcanzables e indeseables para las mujeres.
Algo que resulta muy llamativo es que la abrumadora mayoría de las tradwives se centran en mostrar una actividad en particular: la cocina. Y no una cocina cualquiera, sino una enrevesadamente laboriosa, imposible de llevar a cabo si no dedicas el 100% de tu tiempo a ella y también, por qué no decirlo, un poco absurda. ¿Realmente necesitas fabricar tu propio chicle porque a tu hermana se le ha antojado uno? ¿O hacer unos Chocoflakes desde cero, uno por uno, en lugar de bajar al súper a por una caja? Obviamente no.
La polémica le funciona genial a todos estos vídeos, de ahí que sus elaboraciones sean cada vez más extravagantes. Saben que cuanto más compleja sea una receta, más comentarios habrá y mejor irá el contenido. Y esto se traduce en dinerito, no lo olvidemos. Pero además, lo que nos están enseñando estas mujeres es que tienen todo el tiempo del mundo para dedicarse a hacer estas complicadísimas recetas. Professor Neil hizo un vídeo muy interesantes donde explica que el contenido de estas influencers que promueven roles de género tradicionales en las redes sociales es, sobre todo, una forma de exhibir su privilegio:
Cuando performan el trabajo en estos vídeos, siempre se trata de algo que, estrictamente hablando, es innecesario y lo hacen de la manera más complicada posible. Todo es show, todo es una performance. (…) No son mejores que nosotros porque puedan hacerle a sus hijos cereales desde cero, lo son porque son tan ricas que no tienen nada más importante de lo que preocuparse. (…) Porque estos vídeos no son instructivos, quizá son aspiracionales, pero siempre son performativos. No es trabajo real, es trabajo simbólico. No es más que una forma de señalar que esta mujer y su familia pertenecen a la clase ociosa.
¿Quién limpia los baños y friega los platos en casa de Nara Smith? Ella aparece en los vídeos haciendo todas sus recetas desde cero, pero lo más probable es que otras trabajadoras se encarguen de las labores menos vistosas, esas que no son tan bonitas ni llaman tanto la atención de TikTok.
Lo cierto es que estas performances pensadas y ejecutadas a la perfección lo tienen todo: un gancho inicial (“hoy a Pablo le apetecía…” o “hoy mis hijos se han levantado con ganas de…”), una lista de ingredientes larguísima —no ocurre siempre, pero muchas de las cosas que estas mujeres utilizan en sus recetas no son, ni de lejos, las típicas que cualquiera tendría en su cocina; cuánto más llamativo sea lo que van a preparar, más raros y específicos serán los ingredientes y más alejado de la realidad parecerá todo— y, por supuesto, el tono de voz con el que nos van contando lo que están haciendo. Estas influencers hablan en un tono tan suave y monótono, que mucha gente usa sus vídeos para relajarse. Son hipnóticas.
Esto de cambiar la voz para parecer más inofensiva tampoco es nada nuevo, ahí tenemos a Paris Hilton, que se pasó media vida hablando con su característica voz aguda para, años después, revelar que tenía otra voz, bastante más grave. Renée Yoxon, que se especializa en ayudar a las personas trans en su afirmación de género a través de la voz, tiene un mini videoensayo sobre la baby voice de Paris Hilton donde explica para qué le ha podido servir a la influencer crearse una voz diferente a la que ya tenía. Una de las cosas que señala es que Paris ha aprendido que esta voz más suave y aniñada encandila a la gente, genera simpatía y la hace parecer más amigable y cercana que su otra voz más grave. De ahí que la utilice cuando quiere provocar ese efecto en la gente.
Las tradwives saben mucho de voces y su baby voice a menudo va precedida de la palabra fundie, abreviación de “fundamentalist”, término que cobró especial relevancia hace unos meses después del discurso de la senadora republicana Katie Britt. En este speech —grabado con toda la intención en una cocina— Britt dice todo tipo de barbaridades contra las personas migrantes, pero lo hace en un tono tan suave, susurrante y calmado, que podrías ponértelo para dormir. Alta disonancia cognitiva al ver cómo esta señora lanza estos mensajes de odio tratando de mantener la dulzura de su voz y sonriendo a la cámara. Era un caramelo para Saturday Night Life, que parodió su discurso con Scarlett Johansson interpretando a la senadora del terror.
No todas las tradwives que ponen esta voz acaramelada lo hacen para intentar que nos sumemos a las filas conservadoras, pero desde luego todas las que la utilizan saben perfectamente el efecto que provoca en quienes la escuchan. Hablar de esta forma las hace parecer adorables, inofensivas y refuerza la idea de que son muy femeninas. Esta forma de hablar es estratégica, modular tu voz puede hacer que tu mensaje llegue más lejos, un peaje que se acepta como parte de las reglas del juego. Aunque este tipo de voz también las hace parecer un tanto robóticas, como si estuvieran programadas para decir lo que están diciendo, como si detrás de esa voz hubiera una IA.
O como si el argumento de The Stepford Wives se hiciera realidad. → Ojo: spoilers a partir de aquí ← En esta novela de Ira Levin, adaptada al cine en dos ocasiones, las mujeres de Stepford, un suburbio de Connecticut, son la viva imagen del ama de casa ideal: dedicadas a su hogar a tiempo completo, siempre amables y vestidas de forma impecable, obedientes a sus maridos y sin más aspiraciones que cuidar de su casa y de su familia. Poco a poco, se descubre que estas mujeres son, en realidad, robots que han reemplazado a las mujeres reales que un día se fueron a vivir a Stepford y que detrás de estos reemplazos —que incluyen el asesinato de las mujeres de carne y hueso— está, ni más ni menos, que la asociación de hombres en la que se reúnen los maridos de todas ellas.
Estas androides que han sustituido a las mujeres reales no se quejan de nada, son encantadoras y dóciles, y siempre están dispuestas a complacer a sus esposos a todos los niveles. La fantasía perfecta de la masculinidad más chunga. En un momento de la película, el líder de esta asociación de señores es invitado a casa de la protagonista junto a otros hombres del club. Como el pedazo de creepy que es, se queda en la puerta de la cocina contemplando cómo ella prepara el té. Al darse cuenta de que la están observando, él le dice que es que le gusta “mirar a las mujeres haciendo las tareas domésticas”. “Has venido a la ciudad apropiada”, le responde ella, antes de tener ni la más remota idea del complot que tienen montado estos hombres a los que lo único que les gusta realmente de sus mujeres es la carcasa. Lo que tienen dentro es reemplazable por unos cuantos cables y una buena programación.
En una entrevista con Entertainment Weekly, Nanette Newman, que interpretaba a una de las inquietantes esposas de Stepford, decía que la mayoría de películas de terror son oscuras y siniestras, pero que el de The Stepford Wives era “un terror a la luz del día, con un entorno precioso y gente guapa”. La actriz explicaba que la película te va arrullando —como nos arrullan las voces de las tradwives— hasta que al final te acaba aterrorizando, te lleva a una zona de seguridad donde “la normalidad se vuelve muy extraña y entonces lo extraño se convierte en escalofriante”. La novela de Ira Levin es de 1972, pero no es descabellado encontrar un paralelismo entre la asociación de hombres que vemos en The Stepford Wives y la manosfera, los foros incels o esos hombrecillos de TikTok que hablan de “mujeres de valor” y de la feminidad como el objetivo supremo al que debe aspirar una mujer.
Me hace un poco de gracia que Estee Williams sea tan hiperconsciente de la imagen que proyecta y de los referentes a los que remite su estilo de vida, que ella misma haya utilizado una de las escenas de The Stepford Wives para reírse de quienes la critican por parecer una de las mujeres robóticas de la película. Porque esa es otra, en el momento en el que se critica la figura de las tradwives, no falla: aparecen los que dicen que la gente les tiene envidia —un argumento muy currado, sí señor— y quienes sacan a relucir el tema de la libertad de elección en el feminismo. No está de más recordar que el feminismo defiende que todas las mujeres puedan decidir sobre sus vidas, pero eso no quiere decir que la decisión que tomen no se pueda cuestionar. La verdad es que me encantaría saber si toda esta gente que apela a la libre elección de las mujeres en este tema se lo aplica también, por ejemplo, al aborto, o si solo defienden esa libertad cuando se pliega a valores que perpetúan los roles de género tradicionales.
Hemos visto que muchas tradwives no se limitan a hacer las tareas domésticas, sino que promueven valores como la sumisión, la dependencia o el reconocimiento de la autoridad superior del marido. Siglos de historia viviendo bajo estos valores nos dan una pista de a dónde nos llevan, son el abono perfecto para las relaciones abusivas, por citar solo uno de los posibles desenlaces. Pero es que además, las tradwives más exitosas ni siquiera dependen económicamente de sus maridos porque ya cuentan con sus propios ingresos gracias a su trabajo en redes sociales. Rechazan el feminismo, pero se benefician de sus logros, mientras se empeñan en perpetuar la idea de que el lugar de una mujer está en el hogar y contribuyen a expandir una imagen del trabajo doméstico que no es real.
Su versión glamurosa del ama de casa es otra forma más de exhibir lo privilegiadas que son sus vidas y, si me apuras, de hacer sentir mal a otras mujeres por no ser capaces de replicar ese nivel de perfección, que conlleva detrás una auténtica superproducción. Por otro lado, mostrar el trabajo doméstico como una elección cuando para tantas mujeres no lo es, indica, cuanto menos, que estas señoras viven despegadas de la realidad. Dedicarse exclusivamente a la casa y a los cuidados por decisión propia es más que respetable, y como decía La Zowi, casi un lujo en los tiempos que corren, pero levanta sospechas cuando en el pack van incluidas ideas tan reaccionarias como las que transpiran los vídeos de las tradwives. Además, la derecha no es tonta y se apropia de estos discursos todo el rato para utilizarlos como arma contra los discursos feministas.
Cuando la protagonista de The Stepford Wives empieza a sospechar que algo raro está pasando con sus vecinas, se pone a investigar y descubre que en la ciudad un día hubo un club de mujeres concienciadas con la liberación femenina, pero desapareció sin que nadie supiera muy bien por qué. La manera más efectiva que encontraron los hombres de Stepford para desactivar políticamente a sus mujeres fue, literalmente, desactivarlas. Acabar con ellas y cambiarlas por una especie de zombis que ellos mismos pudieran programar a su gusto.
No es que haga mucha falta recurrir a historias distópicas de ciencia ficción para reivindicar lo necesario que sigue siendo el feminismo, pero el auge del fenómeno tradwife es otra red flag que nos indica que esa manía de controlar y subyugar a las mujeres sigue vivita y coleando y expandiéndose por internet como una mancha de aceite. Tampoco estaría de más que nos preguntáramos hasta qué punto el sistema sigue fallando a las mujeres para que resurja esta defensa de los roles y los valores del pasado y se posicione como una salida deseable. O si el desmantelamiento del estado del bienestar no va a necesitar que nosotras sigamos asumiendo las tareas de cuidados cuando los sistemas públicos se desentiendan por completo de ellas y si estas tradwives no serán la avanzadilla ideológica de un capitalismo que lo sigue devorando todo. Cuanto más natural y fácil lo hagan parecer, más atractivo resultará el mensaje. Y lo que más miedo debería darnos: lo hacen a la luz del día, como en las mejores pelis de terror.
Cosas que han captado mi atención últimamente:
Este hilo sobre vistas alternativas de grandes monumentos del mundo. Creo que mis favoritos son los de las partes de atrás, como esta de la Gran Esfinge de Giza o esta otra del Monte Rushmore.
Ferment Radio, un podcast sobre el mundo de los microbios y, más concretamente, sobre los procesos de fermentación y sus múltiples significados. Igual parece algo meganicho, pero recomiendo que le deis una oportunidad, porque los episodios son preciosos y descubres cosas alucinantes.
Este artículo de Berta Comas Casas en Pikara sobre el tratamiento que se da a los relatos de true crime y sobre si hay otras maneras de hablar de las víctimas o de contextualizar los crímenes para entender cómo influyen las circunstancias externas que los rodean. Como consumidora habitual de true crime, este tema me interesa muchísimo. También hablaron de ello en un episodio de Saldremos Mejores con Clara Tíscar, de Criminopatía, el mejor podcast de true crime de España si me preguntan.
Este episodio del podcast de Untangled sobre la “grief tech”, es decir, todas estas herramientas que se están desarrollando con inteligencia artificial para ayudarnos a sobrellevar la pena y el duelo recreando, por ejemplo, la voz de alguien que ha muerto o la cara de un bebé que no ha llegado a nacer. Es muy inquietante y toda esta cosa genera además un montón de problemáticas éticas sobre si está bien recrear la voz de una persona que ha muerto sin saber si a esa persona le apetece que eso se haga o si ayuda en algo imaginar cómo hubiera sido hipotéticamente tu bebé después de pasar por un aborto espontáneo. Sobre esta última experiencia habla Caitlin Dewey en el podcast. Cuando se produce una “pérdida ambigua” —así lo llaman en el podcast— en la que a quien lloras ni siquiera ha llegado a nacer, ¿imaginar su cara puede ayudar a validar tu dolor e incluso a procesarlo? ¿O puede confundirnos todavía más y hacer el proceso más doloroso?
Llevo unos días bastante obsesionada con esta canción de Sevdaliza con Tokischa y Villano Antillano:
Yo creo que el que una mujer elija ser “tradwife” no debe interpretarse como una derrota del feminismo. El feminismo debería conseguir las condiciones para que toda mujer tenga una verdadera libertad de elección sobre su vida. En los años 60 una mujer no podía elegir: tenía que ser ama de casa si o sí. Si hoy en día una mujer puede elegir realmente sobre serlo o no serlo, entonces el feminismo lo ha conseguido.
Este artículo es increíble. Con sus fuentes y enlaces a todo lo que comentas. La biblia del performismo tradwife. Gracias!