“Soy una mariposa. Estoy aquí para representar a todos los insectos”. “Soy la dedalera y represento a todas las flores silvestres”. “Soy la ortiga y estoy aquí porque siempre hemos sido unas incomprendidas”. Con frases como estas y disfraces hechos a mano que remitían a diferentes seres vivos, vecinas y vecinos de Southampton se reunieron el pasado 29 de mayo en su ayuntamiento. Allí celebraron la primera Junta de Democracia Interespecies, un encuentro teatral donde algunos humanos se ofrecieron a representar a los habitantes no-humanos de esta ciudad de Inglaterra, poniendo voz a sus temores, necesidades, quejas y reclamaciones en el espacio donde habitualmente se habla de política, pero casi nunca de estos temas.
La idea de esta peculiar reunión —en la que, por cierto, también había niñas y niños, algo que me parece bastante guay, y se permitían las intervenciones en forma de canción— era acercar la perspectiva de todos estos seres no-humanos a nosotros, los humanos, que no solemos prestarles demasiada atención. Un ejercicio colectivo de imaginación para concienciar sobre lo interrelacionados que estamos todos los seres vivos que compartimos el planeta.
Como era de esperar, cuando la noticia se publicó en redes sociales, hubo gente que se rió de estas personas majísimas y de su fantástica iniciativa. Por suerte, hubo muchas otras que entendieron a la perfección de qué iba la movida e incluso tuvieron la paciencia de explicar a quienes se pusieron en plan hater —“"¡¡pero qué hace esta gente gastando el dinero de mis impuestos en estas tonterías!!”, “¡¡que los encierren en un manicomio!!” o “¡¡que se busquen un trabajo!!” fueron algunas de las perlitas que les dedicaron— que ninguna de estas personas creía de verdad ser una planta o un animal, sino que, personificando al ser vivo al que habían elegido, querían poner de manifiesto las problemáticas que les afectan y que, por extensión, nos afectan también a quienes convivimos con ellos.
Aunque la idea de llevar esto al ayuntamiento de Southampton fue de Christelle Blunden —una de las impulsoras de la campaña Southampton National Park City, que quiere convertir la ciudad en un lugar donde las personas y la naturaleza convivan en armonía en aras de un mayor bienestar colectivo—, parece que se habría inspirado en The Council of All Beings, un ritual creado en los 80 por la activista Joanna Macy y el ambientalista John Seed. A su vez, Macy y Seed se habrían basado en los principios de la ecología profunda y en prácticas indígenas. Según la web de Australian Earth Laws Alliance, en este Consejo de Todos los Seres, se utiliza el role-playing y la narración de historias para expresar los desafíos a los que se enfrenta el ser vivo al que representa cada persona. Este foro sirve para que reflexionemos sobre el impacto de nuestras acciones sobre la Tierra y para que reconozcamos nuestra responsabilidad en todo ello, pero no solo:
El Consejo de Todos los Seres trasciende los límites de un mero ritual; se convierte en un catalizador para la acción. Los participantes, ahora profundamente sintonizados con su identidad ecológica, a menudo emergen con un renovado compromiso con la defensa del medio ambiente. Inspirados por su comunión con la naturaleza, llevan la sabiduría y la urgencia del consejo a sus vidas, lugares de trabajo y comunidades, esforzándose por impulsar un cambio positivo y por proteger los ecosistemas que nos sustentan a todos.
El objetivo de la campaña Southampton National Park City es que la gente reclame y luche por una ciudad más verde, pero claro, para que eso ocurra, la gente primero tiene que sentir una cierta conexión con “lo verde”, algo que, hoy en día, es cada vez más difícil en las ciudades —al menos en la que yo vivo, donde el alcalde se ha ganado una merecida fama de “arboricida”—. Esa conexión pasa por aprender a mirar a nuestro entorno de una manera diferente.
John Berger tiene un relato titulado Abrir la cancela en el que explica que, si comparásemos nuestra forma de percibir el mundo con una película de cine, nuestros ojos estarían habituados a contemplarlo sin advertir los saltos entre un fotograma y otro. Pero, de vez en cuando, nos desconcertamos porque parece que somos capaces de ver entre dos fotogramas. Es ahí donde nos podemos encontrar con algo que no iba dirigido a nosotras, descubrir que existen otros miles de millones de mundos además de este que vemos.
Puede que estuviera destinado a las aves nocturnas, a los renos, a los hurones, a las anguilas, a las ballenas... El orden visible al que estamos acostumbrados no es el único: coexiste con otros. Los cuentos de hadas, de fantasmas y de ogros eran un intento humano de reconciliarse con esta coexistencia.
Durante siglos, nos hemos inventado historias de todo tipo para entender el mundo, y eso incluía al resto de seres que lo habitaban. De hecho, el mismo Berger explica en otro relato, ¿Por qué miramos a los animales?, que aunque tendamos a pensar que los animales penetraron por primera vez la imaginación humana en forma de carne, cuero o cornamentas, lo cierto es que mucho antes lo hicieron como mensajeros y portadores de promesas. Los animales, como los seres humanos, sienten y son mortales, pero su anatomía, sus hábitos y su percepción del mundo son tan diferentes a las nuestras que por eso nos miramos con cierta familiaridad, pero sin reconocernos del todo. No tenemos un lenguaje común y eso dificulta las cosas, pero ahí es donde entran las historias. Y también rituales o ejercicios como el Consejo de Todos los Seres, donde tratamos de disolver las barreras que nos separan del resto de seres vivos.
La Junta de Democracia Interespecies de Southampton fue inaugurada por el concejal Dave Shields, que iba vestido de búho, con estas palabras:
Reconocemos nuestro respeto por la Tierra, cuya abundancia es el mismísimo fundamento de nuestras vidas. (…) Reconocemos a nuestro alrededor la longevidad de las formas de vida que existen gracias a su interdependencia y no a su independencia. (…) Estamos aquí para imaginar cómo sería la democracia si las voces de los habitantes no-humanos fueran escuchadas y tenidas en cuenta, para aprender acerca de su papel en la vida y la salud de nuestra ciudad y para entender mejor nuestro propio papel en la red entrelazada de la vida.
A partir de ahí, comenzaron a hablar los insectos polinizadores —mariposas y abejas, que avisaron de que, sin sus servicios, estamos perdidas—, las flores silvestres —que se quejaron de que las llamaran “malas hierbas” y de que siempre quisieran acabar con ellas—, los habitantes del río —focas y salmones, que dejaron a un lado sus diferencias para hablar sobre el riesgo de extinción a causa de la actividad humana—, la libélula y la rana, el fresno, el gorrión y las aves que anidan junto al río, la lombriz y el hongo —que cuidan de los suelos, de las plantas y de los árboles—. La ortiga hizo una intervención así de emocionante:
Nos veis, pero no nos veis. (…) Podríamos colonizar las tierras que vosotros, humanos inmaduros, habitáis. Podríamos, literalmente, tomar el mando. Pero elegimos no hacerlo. Hemos aprendido que crecer significa prosperar y que prosperar de verdad siempre implica incluir a otros. Cooperando, así es como de verdad crecemos. (…) Sabemos que no tenemos que competir. En su lugar, para prosperar de verdad, tenemos que desaprender cómo competir. Os invitamos a mirarnos y a miraros entre vosotros con ojos nuevos.
La junta que se celebró en Southampton es una de tantas formas creativas de “seguir con el problema”, como reivindica Donna Haraway. De no abandonarnos a la idea de un futuro apocalíptico ni tampoco de una milagrosa salvación, sino de navegar la incertidumbre actuando en el presente. De generar, desde luego, parentescos raros, colaboraciones inesperadas y lazos con otras especies que nos hagan entender que estamos en riesgo mutuo y que hay otras vidas a las que merece la pena prestar atención.
Este tipo de encuentros tienen la capacidad de hacer asumible lo que parece inabarcable, pensando desde lo local, lo pequeño y lo concreto para, en el fondo, pensar a lo grande en términos de interrelación, de solidaridad y de cuidado extendido a otros seres más allá de lo humano. Reducir la escala y dejar de lado la visión antropocéntrica. Porque no se trata tanto de hablar de lo importante que es proteger la naturaleza porque su destrucción nos afectará en el futuro a nosotras, las personas, sino de desplazar esa mirada un poco egocéntrica a todo aquello que nos rodea, a los seres con los que convivimos y a los que la destrucción del planeta afecta tanto o más que a nosotras. Solo entendiendo que estamos al mismo nivel, humanos y no-humanos, podremos tejer verdaderos lazos de solidaridad.
También, gracias a su punto estrafalario e “infantil” —adjetivo que suele utilizarse de forma absurda para denostar tantas cosas—, a esa estética como de fiesta de fin de curso que algunas personas calificaron de ridícula, este encuentro de Southampton tiene el potencial de hacer que nos replanteemos aún más cosas. Si existe algo antropocéntrico hasta la médula es el concepto de belleza que nos hemos inventado y que a menudo nos impide catalogar como bello, y por tanto apreciar, aquello que no sea humano, todo lo que nos resulta extraño, ajeno e inquietante. Como decía Timothy Morton hablando sobre su idea de “ecología oscura”:
Cuando se incluye a seres no humanos en la experiencia de la belleza, se concluye que ninguna escala en particular es la correcta, o la mejor. Cuando entendemos que la escala humana es solo una entre muchas otras, podemos considerar la escala del conejo, o la del cocodrilo, o la escala de la biosfera, o muchas otras escalas y prismas, sin que ninguno de ellos sea el principal. Cuando llegas a estas conclusiones, cuando te das cuenta de esto, no es que la belleza se desvanezca o deje de existir, pero sí adquiere un toque de asombro, o de rareza, o hasta de asco, que no se puede borrar del todo. Así que no es que la acción ecológica tenga que ver con embellecer las cosas, esa es la pega de una estética pintoresca de la Europa de mitad y finales del siglo XVIII. La conciencia ecológica, en realidad, no tiene que ver con expandir la conciencia humana para incluir a seres no humanos, al menos no sin que esa conciencia misma se vea radicalmente desestabilizada.
El otro día en TikTok me salió este vídeo de Raquel Gil en el que imagina cómo haría un tiburón un directo en redes sociales, todo con acento gallego para un extra de maravilla —tiene más directos haciendo de otros animales en su perfil, vedlos por favor—. El caso es que, jugando y con las risas, en el fondo acabas entendiendo al tiburón, cultivando un cierto respeto hacia él en tanto que forma de vida. Y aunque en este caso no fuera su intención porque es un video de humor, al final acaba teniendo un efecto un poco similar al que se buscaba en el Consejo de Todos los Seres.
Enable 3rd party cookies or use another browser
Si existir en sociedad siempre implica un cierto grado de hacernos pasar por personas que no somos, no parece muy descabellado que, existir en el planeta implique, en estas circunstancias de crisis climática, hacernos pasar por seres no-humanos que, de otra manera, no seríamos capaces de comprender. Quizá solo así, jugando a ser otros, podamos adentrarnos en la complejidad que encierra la ecología. Multiplicar las voces que nos ponen en alerta sobre las problemáticas medioambientales nos aleja de las simplificaciones y nos mete de lleno en la profundidad de repensar nuestros vínculos con el entorno y nuestro papel en todo esto. Nunca vamos a conseguir comprendernos a la perfección, pero bastará con que entendamos que formamos parte de la misma imbricada red de relaciones.
En Seguir con el problema, Donna Haraway utiliza la metáfora de los juegos de cuerdas para hablar de un tipo de colaboración lúdica que consiste en pasar de unas manos a otras, que se rehace y cambia de forma todo el tiempo, y que, aunque tiene una cierta coreografía aprendida al inicio del juego, a medida que este se va volviendo más complicado, las formas acaban mutando y tornándose experimentales. El juego puede acabar en un enorme nudo de hilos o en una enrevesada forma nueva.
Jugar a figuras de cuerdas va sobre dar y recibir patrones; dejar caer hilos, fracasar y a veces encontrar algo que funciona, algo consecuente y quizás hasta bello, algo que antes no estaba allí; va sobre transmitir conexiones que importan, sobre contar historias con manos sobre manos, dedos sobre dedos, puntos de anclaje sobre puntos de anclaje; (…). Las figuras de cuerdas requieren detenerse para recibir y pasar el relevo. A las figuras de cuerdas pueden jugar muchos seres, sobre todo tipo de extremidades, siempre y cuando se sostenga el ritmo de dar y recibir.
Y más adelante añade:
Lo hayamos pedido o no, el patrón está en nuestras manos. La respuesta a la confianza de la mano tendida: pensar debemos.
No nos queda otra: ¡pensar debemos! Y después, actuar en consecuencia. El juego y las historias siempre han estado ahí para ayudarnos a comprender el mundo, así que hagamos uso de ellos para orientarnos. Sobre todo cuando, como ahora, parece que no hay a dónde ir. No se me ocurren unas brújulas mejores.
🦋 🦋 🦋
Si tenéis curiosidad, podéis ver un pequeño resumen de cómo fue esta primera Junta de Democracia Interespecies de Southampton en este vídeo de la BBC. Y si preferís ver el vídeo completo de toda la sesión, está aquí —os lo recomiendo si tenéis una horita libre y entendéis bien el inglés con acento británico—.
Cosas que han captado mi atención últimamente:
Estos días he tenido tiempo para leer y, entre lo que más me ha gustado, están Ama de casa, de Maria Roig —no os perdáis esta entrevista maravillosa que le hizo Alba Correa a su autora— y Naturaleza moderna, de Derek Jarman —en mi Instagram dejé un pequeño fragmento.
Se llamaba como yo, la nueva temporada de De eso no se habla, que hoy ha estrenado su último episodio —por si eres de las que prefieren escucharse todo del tirón cuando la serie ya está completa—. ¿Qué decir de este podcast increíble que no se haya dicho ya? Pues nada, simplemente que le des al play.
La peli de Chris Marker Gatos encaramados, en la que el cineasta se dedica a grabar pintadas de un gato sonriente que van apareciendo en diferentes lugares de París a comienzos de los 2000. De fondo, o más bien en el centro, los atentados del 11-S, la invasión de Irak y las diferentes protestas sociales que se sucedieron en aquellos años. Está completa en YouTube.
Estoy suscrita a más newsletters de las que puedo leer, pero eso no me impide seguir suscribiéndome a alguna nueva casi cada semana 🙃 Echaba de menos leer más newsletters que no fueran en inglés y, últimamente, he encontrado varias que aprovecho para recomendaros: cucú, de Enrique Aparicio, aka @esnorquel; Un puñadito de palabras, de Núria Giráldez; Chez Cascante, de Jorge de Cascante; cocinita virtual de Claudia Polo, aka @soulinthekitchen; el substack de Oye Sherman, de Maria Rovira; nereak, de nerea; y la newsletter de Alba G Mora. ¿Me recomendáis alguna otra?
Hoy me despido con Ethel Cain y sus 8 minutos de belleza infinita. Una canción que, además, se titula “ortigas” y que le va como anillo al dedo a esta cartita ❦
muchísimas gracias por la mención 🖤
¿Y esto lo viste? Me lo acabo de encontrar después de leerte el otro día :) https://www.instagram.com/reel/DLUiH4sNyyS/?igsh=MjdscXYwbXgxb3d1