Las personas le damos sentido al mundo a través de las historias. Nos ayudan a entenderlo mejor, a recordar datos y a establecer un vínculo con ellos que de otra forma no generaríamos. Creo que la única razón por la que recuerdo tan bien cuál es la función de los glóbulos rojos en el cuerpo es porque mi profe de biología en el colegio tenía un relato (con truco incluido) preparado para cuando llegaba ese capítulo del temario. Era uno de esos profesores que llevan bata blanca y huelen a tabaco de pipa. En un bolsillo de la bata guardaba un glóbulo rojo hecho de goma del tamaño de la palma de una mano y, al terminar la historia de cómo estas células recorren el cuerpo, contándonos sus trepidantes aventuras transportando oxígeno de aquí para allá, de repente hacía como que su bolsillo vibraba y de él saltaba ese glóbulo rojo gigante (para los estándares de los glóbulos rojos reales), dándonos a todos un susto de muerte y haciendo que nos pasáramos el juguetito de pupitre en pupitre entre risas disimuladas. Siempre resulta raro admitir que un profe te hace reír, sobre todo si tienes doce años y un pavo del tamaño del aula.
El caso es que esta broma la repetía curso tras curso, pero por alguna especie de pacto no escrito, nadie se la desvelaba a los alumnos del curso que venía detrás. Porque claro, esta historia funcionaba si te sorprendía, como pasa en general con todas las buenas historias. Hoy más que nunca, vivimos rodeadas de historias y como siempre ha ocurrido, esperamos ciertas cosas de ellas: que tengan una estructura que podamos seguir, que nos entretengan, que nos enseñen algo, que nos remuevan por dentro y nos emocionen; que saquemos algo de ellas, al fin y al cabo. También son capaces de moldear nuestro pensamiento y eso nos hace vulnerables a ellas. Las historias son poderosas, así que quien tiene la capacidad de contarlas, tiene el poder.
La expresión “controlar la narrativa” se ha vuelto extrañamente familiar en los últimos años, no solo en el mundo de la política o de los medios de comunicación —donde parecería que tiene más sentido utilizarla—, sino también en el del artisteo, los realities, las redes sociales, el marketing, las relaciones públicas e incluso en los discursos de coaching más pochos que te puedas encontrar en internet. En este hilo de Reddit alguien se preguntaba hace un par de años qué significaba esta expresión y otro usuario le respondía diciendo que “la narrativa” podría definirse como “la historia que se cuenta”, por lo que “controlar la narrativa” sería asegurarse de que la gente solo hable de lo que tú quieres que hablen. Perder el control de tu narrativa, por tanto, implica que la gente diga cosas de ti que seguramente te dejen en mal lugar. Tu vida ya no es tu vida, es LA NARRATIVA y en la narrativa propia, ¿quién quiere salir mal parado? ¿Quién renunciaría a ser el héroe, el bueno, el que tiene razón?
El académico estadounidense Walter Fisher fue el creador del paradigma narrativo, una teoría interpretativa de la comunicación que sostiene que las historias son más poderosas que los argumentos. Para Fisher, casi todos los tipos de comunicación son narraciones y las personas somos capaces de razonar a partir de ellas. El paradigma racional, ese que nos explica el mundo a través de la lógica y los argumentos, suele carecer de la estructura que tienen las buenas historias —con su planteamiento, nudo y desenlace—, y resulta que los seres humanos comprendemos mejor el mundo si nos lo narran. En el paradigma narrativo, la coherencia y la fidelidad son las dos características fundamentales que debe tener una narración. La primera es la que dota a la historia de sentido, mientras que la segunda es la que determina cómo resuena esa historia con la experiencia de quien la recibe. Fisher no niega la racionalidad de los seres humanos, pero sí llama la atención sobre cómo nuestro propio contexto influye en la manera de recibir la información. Gracias a las historias somos capaces de comprender fenómenos muy complejos, pero también tendemos a aceptar mejor aquellas historias que coinciden con nuestros valores y creencias, por lo que, si alguien se lo propone, a través de una historia es más fácil colárnosla.
Volviendo a esa “narrativa” de la que hablábamos al principio, esa que asimilamos a nuestra propia vida, podríamos definirla como una forma personal y, por tanto, sesgada de relatar las cosas que nos han pasado. Muchas veces, estos intentos por controlar la narrativa son meros ejercicios de relaciones públicas, pero en otras ocasiones nos brindan la oportunidad de escuchar la voz y el punto de vista de una persona de la que creíamos saberlo todo, pero a la que nunca habíamos escuchado contar su propia historia.
Esto es muy habitual en el caso de las mujeres, quienes no siempre hemos tenido los medios para hacer oír nuestra voz o, en caso de tenerlos, nadie nos ha tomado en serio. Lo veíamos hace unos días, por ejemplo, en el trailer del nuevo documental sobre Pamela Anderson que estrenará Netflix a finales de enero. Después de que toda la historia de su sex tape con Tommy Lee saliera de nuevo a la luz gracias a la serie Pam & Tommy (que la actriz nunca aprobó, a pesar de que se suponía que pretendía hacerle justicia) y de que el trauma que esta movida le generó reviviera en todo internet (recordemos que la cinta fue robada y difundida sin su consentimiento y que las consecuencias de su difusión recayeron sobre todo en ella), Anderson ha decidido contestar con un documental donde dice explícitamente que quiere hacerse con el control de la narrativa por primera vez.
También lo hemos visto en los casos de otras mujeres, como Lorena Bobbitt, Monica Lewinsky o Nevenka Fernández, que en su día fueron abrumadoramente juzgadas desde un único (y misógino) punto de vista. Años después, todas ellas han hablado sobre lo que vivieron. En el caso de Lorena Bobbitt, en un documental que respondía a la pregunta que muchas enfermeras se hicieron la noche que su marido llegó al hospital con el pene amputado: “¿qué ha hecho este hombre para que su mujer le corte el pene?”. La respuesta: someterla a innumerables abusos y violaciones durante su matrimonio y amenazarla con matarla si le dejaba. En el de Monica Lewinsky, a través de un histórico artículo en Vanity Fair en el que contaba cómo vivió la humillación pública a la que la sometió todo un país y de una charla TED donde aboga por dejar de permanecer impasibles frente al bullying. Nevenka, la mujer cuyo nombre quedó para siempre asociado al caso de acoso sexual que vivió, contó en 2021 en una serie documental lo que supuso para ella pasar por este trance que, recordemos, acabó con ella yéndose para siempre de Ponferrada mientras su acosador, declarado culpable, recibía el apoyo de sus conciudadanos.
En todos estos casos (y otros tantos que no me han venido a la cabeza, pero que seguro que vosotras tenéis en mente) necesitábamos escuchar estos puntos de vista, porque en su momento fueron silenciados, ridiculizados o desacreditados. Era necesario que ellas recuperaran la narrativa de los que sucedió, porque sus historias escondían una complejidad que la sociedad del momento no estaba dispuesta a contemplar.
Pero todo se vuelve mucho más borroso (y entretenido, por qué no decirlo) cuando esto de las narrativas entra en el terreno del salseo y las celebrities se lanzan sus narrativas a la cara, dejando como resultado canciones, libros y documentales que alimentan el cotilleo y, de paso, sus cuentas corrientes. Aquí los ejemplos son infinitos: el Lemonade de Beyoncé, con el que la artista exorcizó la furia por la supuesta infidelidad de su marido marcándose de paso un alegato antirracista y un disco espectacular; el Miss Americana de Taylor Swift, donde la cantante, más que imponer su narrativa, reflexionaba sobre la imposibilidad de hacerlo en el panorama mediático en el que vivimos; o Harry y Meghan con el publirreportaje que estrenaron hace unas semanas, donde pretendían sorprendernos con declaraciones tan “impactantes” como que la monarquía británica es clasista y racista… ¡Vayanomedigas! Por supuesto, en los últimos días, hemos lidiado con las narrativas de Shakira —no voy a decir nada más sobre esto porque creo que ya se ha dicho todo, pero por favor la historia del robot blanco que aparece y desaparece de las miniaturas de sus videos en Youtube es mi favorita de toda esta trama— y de Miley Cyrus con Flowers (temazo, temazo, temazo).
Y cómo no mencionar en todo esto a las reinas indiscutibles del control de la narrativa, las Kardashians, que llevan años creando sus propias narrativas y explotándolas con timings perfectos asociados al estreno de cada nueva temporada de su reality (como ya he hecho en alguna ocasión, para entender el universo Kardashian recomiendo fervientemente la cuenta de MJ Corey Kardashian Kolloquium).
En estos casos que forman parte del universo pop, recuperar el control de la narrativa implica a menudo simplificar la complejidad de las emociones humanas en términos de buenos y malos, víctimas y verdugos, héroes y villanos. El arte lo ha hecho toda la vida y a veces lo ha hecho muy bien. Esas narrativas no tienen por qué ser megacoherentes ni tener un desarrollo lineal, como nos proponía la estructura aristotélica, solo tienen un objetivo: imponerse o, al menos, abrirse camino entre el ruido. Aunque sea durante un par de días, hasta que todo el mundo se olvide y pase a otra cosa. Pero ¿quién controla realmente la narrativa? ¿Quien habla primero? ¿Quien habla más alto? ¿Quien se marca el mic drop más heavy? ¿Y cuánto tiempo dura eso? ¿Hasta que la otra parte responda con algo más shockeante?
Cuando alguien pretende recobrar el control de su narrativa lo que suele estar intentando es imponer su narrativa sobre todas las demás y con esa imposición vienen una serie de valores que entran directos a nuestro coco como nos entra una buena cucharada de helado en pleno verano. A veces son valores guays, ojo, pero otras… vete tú a saber qué encontramos rascando un poco entre las ranuras. Las narrativas no son neutrales, no son inocentes, no son inocuas. Y cuanta más complicidad inmediata busquen en el público, más sospechas deberían levantar.
Hubo un tiempo en el que el concepto de narrativa solo tenía que ver con la ficción, pero ahora todo tiene su narrativa. Hablar de una misma o de otras personas con términos como main character energy o villain era, que son una referencia directa a la terminología de las películas o los cuentos, bien podrían ser un síntoma de que esta idea de entender nuestra vida como una narrativa se hace extensiva a todo. También me parecen formas supercreativas de hablar de momentos de la vida más o menos banales —como que no haya huevos en el súper— a los que queremos dotar de más peso, o lo que es lo mismo, de una narrativa. La ficción nos da ese marco y nosotras lo aplicamos a nuestra vida como mejor nos venga. Pero nosotras no somos celebrities y nuestros actos no aspiran a tener un impacto masivo en el mundo en forma de producto cultural, claro.
Cambiando un poco de tercio (not really, que ya veréis como al final todo se conecta), en La teoría de la bolsa de transporte de la ficción, Ursula K. Le Guin decía que a ella le gustan las novelas porque en lugar de héroes, contienen personas.
La novela es un tipo de relato fundamentalmente anti-heroico. Por supuesto que el Héroe se ha apoderado de la novela con frecuencia, siendo así su naturaleza imperial y su impulso irrefrenable, para tomar todo y gobernarlo con duros decretos y leyes para controlar su incontrolable impulso de asesinarlo. Así que el Héroe ha decretado a través de sus portavoces, los Legisladores, primero, que la forma adecuada de la narrativa es la de la flecha o la lanza, que comienza aquí y va recta hacia allí y ¡ZAS! da en su blanco (que cae muerto); segundo, que la preocupación central de la narrativa, incluida la novela, es el conflicto; y en tercer lugar, que el relato no vale para nada si él no figura en él. Estoy en desacuerdo con todo esto. Diría incluso que la forma natural, correcta, adecuada de la novela quizás sea la de un saco, o una bolsa. Un libro contiene palabras. Las palabras contienen cosas. Portan significados. Una novela es un botiquín, que contiene cosas en una relación particular, poderosa, entre sí, y con nosotros.
En este breve texto, Ursula K. Le Guin reivindica la importancia de las recolectoras y de su recipiente, la bolsa, en contraposición a los cazadores y sus lanzas, cuyo relato heroico es el único que ha trascendido. Porque es mucho más emocionante escuchar un trepidante relato de cacería que una aburrida historia de ir a recoger semillas al campo, ¿verdad?
Pero todas sabemos que si alguien sabe contar una historia, no importa que esta vaya de meter semillas en una bolsa, lo que importa es cómo consigues hacer que eso sea interesante. Con esta teoría, Le Guin propone cambiar nuestra forma de mirar a la humanidad, pasando de una narrativa de dominación y muerte a una de recolección y reparto de aquello que se ha recogido. También entender las historias no de manera lineal, como la trayectoria de la lanza que impacta sobre una presa que cae fulminada, sino como un revoltijo, un batiburrillo como el que se forma dentro de una bolsa llena de cosas. Como Siobhan Leddy escribía en este precioso texto sobre la teoría de Le Guin:
Deja espacio para la complejidad y la contradicción, para la diferencia y la simultaneidad. Esta, creo, es una manera bastante radical de mirar al mundo, una que se aparta de la idea de la historia como una larga línea de victorias.
Aprender a contar historias sin héroes va en contra de la naturaleza de las historias tal y como nos han enseñado a contarlas, pero ¿qué puede hacer un único héroe frente a la complejidad de toda la humanidad? La narrativa como concepto a controlar a menudo implica simplificar el relato y, aunque esta simplificación pueda proporcionar una victoria momentánea, por el camino nos hemos dejado todos los matices que enriquecen las buenas historias. Esos que nos ayudan a darle sentido al mundo. Así que siguiendo el consejo de Ursula, vayamos a por nuestra bolsa, salgamos a pasear y mantengamos los ojos bien abiertos para no dejarnos nada por el camino.
Cosas que han captado mi atención últimamente:
Me está haciendo muy feliz leer a Octavia Butler en Hija de sangre y otros relatos. Es lo primero que leo de ella y quiero más.
La cuenta de Twitter Things That Changed The Internet, que como su propio nombre indica es una suerte de archivo de cosas que cambiaron internet, como las fotos de stock de András Arató —a quien el mundo acabaría conociendo por el meme al que dio nombre, Hide the pain Harold—, el Dancing Baby, Vine, Roblox, Slender Man, los acertijos de Cicada 3301, Minecraft, Lofi Girl, Doge o el huevo de Instagram, entre muchíiiisimas otras.
Este artículo sobre cómo la Gen Z está revisitando series clásicas de los 90 y los 2000, como Los Soprano o Breaking Bad, y reapropiándose de sus personajes y lo que simbolizan a través de memes y headcanons.
He empezado a ver The Last of Us y he de decir que la serie tiene uno de los comienzos más guays que he visto en mucho tiempo. No me refiero al primer capítulo, sino a los primeros tres minutos, que plantan en el público la inquietante perspectiva de acabar convertidos en zombies por culpa de un hongo que infecta de forma masiva a la humanidad. The Washington Post dice que no es algo descabellado y que, de hecho, ya hay hongos que están aprendiendo a adaptarse al aumento global de las temperaturas. Qué miedito.
Hablando de hongos, en septiembre de 2022 Björk lanzó Fossora, un disco que ella misma ha descrito como su “álbum hongo” por estar muy apegado a la tierra, por discurrir por debajo de ella y emerger como un disco lleno de vida. Me encanta Sorrowful Soil y su video con imágenes del volcán Fagradalsfjall es hipnótico —he vuelto a él varias veces en los últimos días después de ver Fire of Love, que me pareció una cosa maravillosa—, pero el remix que acaba de sacar de Ovule con Shygirl y Sega Bodega es in-cre-í-ble. Con él me despido hasta la próxima entrega <3
Amoooo 💖